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– Estoy bien -dijo en voz alta.

Su padre no respondió y Myron se lo agradeció. El hombre era un maestro del equilibrismo, logrando la casi imposible gesta de demostrar su preocupación sin entrometerse ni interferir.

Jessica Culver, el amor de su vida, la mujer que siempre creyó que le estaba destinada, se casaba.

Myron tenía ganas de dormir. Pero el sueño no llegaba.

14

Tenía que hablar con los padres de Aimee Biel.

Eran las seis de la mañana. La investigadora del condado Loren Muse estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Llevaba pantalones cortos y la raída moqueta le irritaba las piernas. Había fichas e informes policiales por todas partes. En el centro estaba el calendario que había elaborado.

De la otra habitación salió un áspero ronquido. Loren llevaba más de diez años viviendo en aquel roñoso piso. Los llamaban pisos «jardín», aunque lo único que parecía crecer allí era el monótono ladrillo rojo. Eran estructuras robustas con la personalidad de celdas carcelarias, estación de paso de una gente en camino ascendente o descendente y, para algunos otros, una especie de purgatorio vitalicio.

El ronquido no procedía de un novio. Loren tenía uno -un fracaso total, llamado Pete- pero su madre, la multicasada, Carmen Valos Muse Brewster Loquefuera, antaño deseable, ahora gastada, vivía entre hombres y por eso estaba con ella. Sus ronquidos tenían la flema de un fumador empedernido con mezcla de demasiados años de vino barato y una vida estrafalaria.

Las migas de galleta dominaban el mostrador de la cocina. Un tarro de mantequilla de cacahuete abierto, con el cuchillo saliendo como un Excalibur, surgía en medio a modo de torre de vigilancia. Loren estudió el registro de llamadas, los cargos de la tarjeta de crédito, los informes de los pases de autopista. Dibujaban un panorama interesante.

«Veamos -pensó Loren-, a ver si nos aclaramos.»

• 1:56 Aimee Biel utiliza el cajero del Citibank en la Calle 52, el mismo que utilizó Katie Rochester hace tres meses. Raro.

• 2:16 Aimee Biel llama a la casa de Livingston de Myron Bolitar. La llamada dura unos segundos.

• 2:17 Aimee llama a un móvil registrado a nombre de Myron Bolitar. La llamada dura tres minutos.

Asintió para sí misma. Parecía lógico que Aimee Biel probara primero en casa de Bolitar y al no obtener respuesta -eso explicaría la brevedad de la primera llamada- recurriera al móvil.

Sigamos:

• 2:21 Myron Bolitar llama a Aimee Biel. Esta llamada sólo dura un minuto.

Por lo que habían podido averiguar, Bolitar pasaba a menudo la noche en Nueva York en el piso del Dakota de Windsor Horne Lockwood III, un amigo. La policía conocía a Lockwood; a pesar de una educación lujosa y privilegiada, era sospechoso de varias agresiones y, sí, un par de homicidios. El hombre tenía la reputación más alocada que había visto Loren. Pero eso no parecía relevante en el caso que la ocupaba.

La cuestión era que probablemente Bolitar estaba en el piso de Manhattan de Lockwood. Guardaba su coche en un aparcamiento cercano. Según el vigilante nocturno, Bolitar se había llevado el coche alrededor de las 2:30.

Todavía no tenían pruebas, pero Loren estaba bastante segura de que Bolitar había ido al centro a recoger a Aimee Biel. Estaban intentando encontrar los vídeos de vigilancia de las tiendas cercanas. Puede que el coche de Bolitar saliera en alguno. Pero por ahora parecía una conclusión bastante correcta.

Más cronología temporal:

• 3:11 había un cargo en la tarjeta Visa de Bolitar de una estación de servicio Exxon en la Ruta 4, en Fort Lee, Nueva Jersey, al salir del puente Washington.

• 3:55 el pase de autopista del coche de Bolitar mostraba que había tomado la Garden State Parkway en dirección sur, cruzando el peaje del condado de Bergen.

• 4:08 el pase de autopista salía en el peaje del condado de Essex, mostrando que Bolitar seguía en dirección sur.

Eso era todo en cuanto a peajes. Podía haber cogido la Salida 145 para ir a su casa de Livingston. Loren dibujó la ruta. No tenía sentido. No irías hasta el puente Washington para volver a la autopista. Y aunque lo hicieras, no tardarías cuarenta minutos en llegar al peaje de Bergen. A esa hora de la noche, no llegaría a veinte minutos.

¿Adónde había ido Bolitar, entonces?

Volvió a la cronología temporal. Había un hueco de más de tres horas, pero a las 7:18, Myron Bolitar hizo una llamada al móvil de Aimee Biel. No hubo respuesta. Lo intenta dos veces más esa mañana. Sin respuesta. Ayer llamó al teléfono de la casa de los Biel. Ésa fue la única llamada que duró más de unos segundos. Loren se preguntó si habría hablado con los padres.

Cogió el teléfono y marcó el número de Lance Banner.

– ¿Qué hay? -preguntó él.

– ¿Has hablado con los padres de Aimee de Bolitar?

– Todavía no.

– Creo que ahora podría ser el momento -dijo Loren.

Myron tenía una nueva rutina matinal. Lo primero que hacía era coger el periódico y enterarse de las bajas de guerra. Miraba los nombres. Todos. Se aseguraba de que Jeremy Downing no estaba en la lista. Después volvía atrás y leía con calma todos los nombres otra vez, el rango, el lugar de nacimiento y la edad. Era todo lo que ponían. Pero Myron imaginaba que cada chico muerto en la lista era otro Jeremy, como aquel encantador chico de diecinueve años que vive en tu calle, porque, por simple que parezca, es así. Durante unos minutos Myron imaginaba qué significaba esa muerte, que esa vida joven, esperanzada, llena de sueños, se hubiera ido para siempre, imaginaba lo que estarían pensando los padres.

Esperaba que los líderes hicieran algo parecido. Pero lo dudaba.

Sonó el móvil de Myron. Miró el identificador. Decía dulces nalgas. Era el número de Win que no salía en la guía.

– Hola -contestó.

Sin preámbulos, Win dijo:

– Tu vuelo llega a la una.

– ¿Ahora trabajas para las líneas aéreas?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Muy buena.

– ¿Qué pasa?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Espera, déjame saborear esa frase un momento. Trabajas para las líneas aéreas. Hilarante.

– ¿Ya estás?

– Espera, voy a buscar un bolígrafo para apuntarlo. Trabajas. Para. Las. Líneas Aéreas.

Win.

– ¿Ya está?

– Déjame empezar de nuevo: tu vuelo llega a la una. Iré a recogerte al aeropuerto. Tengo dos entradas para el partido de los Knicks. Nos sentaremos junto a la cancha, probablemente al lado de Paris Hilton o Kevin Bacon. Personalmente, espero que sea Kevin.

– No te gustan los Knicks -dijo Myron.

– Cierto.

– De hecho, no te gustan los partidos de baloncesto. ¿Por qué…? – Myron cayó en la cuenta-. Maldita sea.

Silencio.

– ¿Desde cuándo lees la Sección de Estilo, Win?

– A la una. Aeropuerto de Newark. Nos vemos allí.

Clic.

Myron colgó y no pudo evitar sonreír. Vaya con Win. Qué elemento.

Fue a la cocina. Su padre estaba levantado preparando el desayuno. No dijo nada sobre las nupcias de Jessica. En cambio, su madre saltó de la silla, corrió hacia él, le echó una mirada que insinuaba una enfermedad terminal y le preguntó si estaba bien. Él le aseguró que estaba perfectamente.

– Hace siete años que no veo a Jessica -dijo-. No es para tanto.

Sus padres asintieron de forma que le pareció que le seguían la corriente.

Unas horas después se fue al aeropuerto. Había dado mil vueltas en la cama, pero al final se había reconciliado con la idea. Siete años. Hacía siete años que habían terminado. Y aunque Jessica era quien tenía la paella por el mango cuando estaban juntos, Myron había sido quien había puesto fin a la relación.

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