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– Ningún hombre me ha amado como tú.

Silencio. Myron se tragó el comentario de «qué pasa con Stoner».

– Cuando te lesionaste la rodilla…

– No vuelvas con eso. Por favor.

Jessica siguió de todos modos.

– Cuando te lesionaste la rodilla, cambiaste. Te esforzaste tanto por superarlo…

– Habrías preferido que me autocompadeciera -dijo Myron.

– Eso podría haber sido mejor. Porque lo que tú hiciste, lo que acabaste haciendo, fue aterrorizarte. Te aferraste tan fuerte a todo lo que tenías que era sofocante. De repente eras mortal. No querías perder nada más y de repente…

– Todo esto está muy bien, Jess. Lo había olvidado. En Duke, hiciste clase de Introducción a la Psicología, ¿no? Tu profesor estaría orgullosísimo de ti ahora.

Jessica se limitó a mirarlo meneando la cabeza.

– ¿Qué? -dijo él.

– No te has casado todavía, ¿no, Myron?

– Tú tampoco -dijo él.

– Touché. Pero ¿has tenido muchas relaciones serias en los últimos siete años?

Él se encogió de hombros.

– Ahora mismo tengo una.

– ¿En serio?

– ¿Por qué te sorprende tanto?

– No tanto, pero piensa un poco. Tú que estás tan dispuesto a comprometerte, a tener una relación a largo plazo, ¿por qué tardas tanto en encontrar a una mujer?

– No me lo digas. -Levantó una mano-. ¿Después de ti ya no me gusta ninguna otra mujer?

– Bueno, eso sería comprensible. -Jessica arqueó una ceja-. Pero no, no lo creo.

– Bueno, soy todo oídos. ¿Por qué? ¿Por qué no estoy ya felizmente casado?

Jessica se encogió de hombros.

– Todavía no lo sé.

– Que no te quite el sueño. Ya no es asunto tuyo.

Ella volvió a encogerse de hombros.

Se quedaron quietos. Era curioso lo cómodo que se sentía a pesar de todo.

– ¿Te acuerdas de mi amiga Claire? -dijo Myron.

– ¿La que se casó con el tipo estirado? Fuimos a su boda.

– Erik. -No quería explicarle toda la historia así que empezó por otra cosa-. Anoche me dijo que Claire y él tenían problemas. Dijo que era inevitable, que al final todo se apaga y desvanece y se convierte en otra cosa. Dice que echa de menos la pasión.

– ¿Tiene un lío? -preguntó Jessica.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Porque parece que esté intentando justificarse.

– ¿Tú no crees que la pasión se desvanezca?

– Evidentemente, sí. La pasión no puede mantenerse a ese nivel.

Myron lo pensó.

– Nosotros sí.

– Sí -dijo ella.

– No se desvaneció.

– No. Pero éramos jóvenes. Y tal vez por eso, al final, acabara.

Myron pensó en ello. Ella le tomó otra vez la mano. Sintió una descarga. Después Jessica le miró. Fue la mirada, para ser más concretos. Myron se quedó paralizado.

Uau.

– Esa mujer y tú -dijo Jessica-, ¿no salís con nadie más?

– Stoner-Boner y tú -contraatacó él-, ¿no salís con nadie más?

– Golpe bajo. Pero no se trata de Stone ni de tu nueva novia. Se trata de nosotros.

– ¿Y crees que con un polvo rápido aclararemos las cosas?

– Sigues teniendo el don de la palabra con las mujeres, está claro.

– Otra palabra elocuente: no.

Jessica jugó con el botón superior de la blusa. Myron sintió que se le secaba la boca. Pero ella se detuvo.

– Tienes razón -dijo.

Myron se preguntó si le decepcionaba que ella no hubiera insistido. Se preguntó qué habría hecho.

Entonces empezaron a hablar y se pusieron al día de los últimos años. Myron le habló de Jeremy, de que estaba haciendo el servicio militar en el extranjero. Jessica le habló de sus libros, de su familia, del tiempo que pasaba trabajando en la Costa Oeste. No le habló de Stoner. Él no habló de Ali.

Se hizo de día. Seguían en la cocina. Llevaban horas hablando, pero no lo parecía. Se sentían bien. A las siete sonó el teléfono y Myron contestó.

– Nuestro profesor preferido se va al trabajo -dijo Win.

28

Myron y Jessica se despidieron con un abrazo. El abrazo duró un buen rato. Myron olió los cabellos de Jessica. No recordaba la marca de su champú, pero contenía lilas y flores silvestres y era el mismo que utilizaba cuando estaban juntos.

Myron llamó a Claire.

– Tengo una pregunta para ti -dijo.

– Erik me ha dicho que te vio anoche.

– Sí.

– Se ha pasado toda la noche frente al ordenador.

– Bien. Oye, ¿conoces a un profesor que se llama Harry Davis?

– Claro. Aimee lo tuvo el año pasado en lengua. También es consejero, creo.

– ¿Le caía bien?

– Mucho. -Después-: ¿Por qué? ¿Tiene algo que ver con esto?

– Sé que quieres ayudar, Claire. Y sé que Erik quiere ayudar. Pero tenéis que confiar en mí.

– Yo confío en ti.

– ¿Erik te ha contado que encontramos un paso en el seto?

– Sí.

– Harry Davis vive al otro lado.

– Dios santo.

– Aimee no está en la casa ni nada de eso. Ya lo hemos comprobado.

– ¿Qué significa que lo habéis comprobado? ¿Cómo lo habéis comprobado?

– Por favor, Claire, escúchame. Estoy trabajando en esto, pero necesito hacerlo sin interferencias. Tienes que mantener a Erik alejado de mí, ¿entendido? Dile que he dicho que investigue todas las calles adyacentes. Dile que dé una vuelta en coche por la zona, pero no en ese callejón. O mejor aún, que llame a Dominick Rochester, el padre de Katie…

– Nos ha llamado.

– ¿Dominick Rochester?

– Sí.

– ¿Cuándo?

– Anoche. Dijo que te había visto.

«Visto», pensó Myron. Bonito eufemismo.

– Hemos quedado esta mañana, los Rochester y nosotros. Intentaremos encontrar una relación entre Katie y Aimee.

– Bien. Eso puede ser útil. Oye, tengo que irme.

– ¿Me llamarás?

– En cuanto sepa algo.

Myron la oyó sollozar.

– Claire.

– Han pasado dos días, Myron.

– Lo sé. Estoy en ello. También puedes probar a presionar a la policía ahora que han pasado las cuarenta y ocho horas de rigor.

– De acuerdo.

Quería decirle algo como «Sé fuerte», pero le pareció tan tonto que no lo dijo. Se despidió y colgó. Después llamó a Win.

– Al habla -dijo Win.

– No puedo creer que sigas contestando así al teléfono.

Silencio.

– ¿Harry Davis se dirige a la escuela?

– Sí.

– Ahora salgo.

Livingston High School, su alma máter. Myron arrancó el coche. El trayecto era de unos tres kilómetros, pero quienquiera que le siguiera no era muy bueno o le daba igual. O quizá, después del desastre con los Gemelos, él estaba más alerta. En todo caso, un Chevy gris, tal vez un Caprice, le había estado siguiendo desde el primer desvío.

Llamó a Win y oyó el habitual:

– Al habla.

– Me siguen -dijo Myron.

– ¿Rochester otra vez?

– Podría ser.

– ¿Marca y matrícula?

Myron se las dio.

– Todavía estamos en la Ruta 280, o sea que puedes dar algún rodeo. Llévalos hacia Mount Pleasant Avenue. Yo me situaré detrás, y nos encontraremos en la rotonda.

Myron hizo lo que proponía Win. Se metió en la Harrison School para dar la vuelta. El Chevy que le seguía pasó de largo. Myron fue en dirección contraria por Livingston Avenue. En cuanto se paró en el siguiente semáforo, ya tenía al Chevy gris detrás otra vez.

Myron llegó a la rotonda frente al instituto, aparcó y bajó del coche. Allí no había tiendas, pero era la arteria central de Livingston: una plétora de ladrillos idénticos. Estaba la comisaría, los juzgados, la biblioteca municipal y la gran joya de la corona, Livingston High School.

Había corredores madrugadores y peatones en la rotonda. La mayoría eran mayores y caminaban con lentitud. Pero no todos. Un grupo de cuatro chicas de buen ver y de veintitantos corrían en su dirección.

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