Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Estás diciendo que Eric Wu es Al Singer?

Baltrus asintió y apoyó las manos en las caderas.

– Eso parece. Te diré lo que pienso: Wu se conecta a Internet y usa el nombre de Al Singer. Así conoce a gente, a víctimas potenciales. En este caso, conoce a Freddy Sykes. Se mete en su casa y lo agrede. Estoy segura de que al final lo habría matado.

– ¿Crees que ya ha actuado así antes?

– Sí.

– Así que es… ¿una especie de asesino en serie bisexual?

– Eso ya no lo sé. Pero coincide con lo que he visto en el ordenador.

Perlmutter se lo pensó.

– ¿Y este Al Singer tiene más amigos cibernéticos?

– Tres más.

– ¿Alguno ha sufrido una agresión?

– No, todavía no. Gozan todos de buena salud.

– Entonces, ¿por qué crees que es un asesino en serie?

– Sea lo que sea, es demasiado pronto para sacar conclusiones. Pero Charlaine Swain nos ha hecho un gran favor. Wu usó el ordenador de Sykes. Es posible que pensara destruirlo antes de irse, pero Charlaine lo obligó a marcharse de prisa y corriendo sin darle tiempo para hacerlo. Estoy investigando, pero sin duda está en contacto con otra persona. Todavía no sé cómo se llama, pero actúa desde una página de judíos solteros que se llama yenta-match.com.

– ¿Y cómo sabemos que no es Freddy Sykes?

– Porque la persona que visitó esa página accedió a ella en las últimas veinticuatro horas.

– Así que tuvo que ser Wu.

– Sí.

– Sigo sin entenderlo. ¿Por qué emplea otro servicio de contactos por Internet?

– Para encontrar más víctimas -contestó ella-. Te explicaré cómo creo que funciona: este tal Wu tiene varios nombres e identidades diferentes en distintas páginas de contactos. En cuanto agota un nombre como, digamos, Al Singer, ya no vuelve a esa página. Usó el de Al Singer para acceder a Freddy Sykes. Seguro que sabía que un investigador podría localizarlo.

– Así que deja de utilizar el nombre de Al Singer.

– Exacto. Pero ha estado usando otros en otras páginas. Así que ya está listo para la siguiente víctima.

– ¿Y tienes ya alguno de esos nombres?

– Me estoy acercando -dijo Baltrus-. Sólo necesito una orden judicial para yenta-match.com.

– ¿Crees que un juez la dará?

– La única identidad que conocemos a la que Wu accedió recientemente es la de la página de yenta-match. Creo que estaba buscando a su próxima víctima. Si conseguimos el nombre que empleó y el de la persona con quien mantuvo contacto…

– Sigue investigando.

– Eso haré.

Veronique Baltrus se marchó deprisa. Pese a lo mal que le parecía -al fin y al cabo era su jefe-, Perlmutter la miró irse con un anhelo que le recordó a Marion.

32

Al cabo de diez minutos, el chófer de Carl Vespa -el infame Cram- se reunió con Grace a dos manzanas de la escuela.

Cram llegó a pie. Grace no sabía cómo ni dónde había dejado su coche. Estaba de pie, mirando la escuela desde lejos, cuando sintió que alguien le tocaba el hombro. Dio un respingo y se le aceleró el corazón. Al volverse y verle la cara, en fin… la imagen no era precisamente tranquilizadora.

Cram enarcó una ceja.

– ¿Ha llamado por teléfono?

– ¿Cómo ha llegado?

Cram hizo un gesto de negación con la cabeza. De cerca, ahora que Grace pudo verlo mejor, el hombre era incluso más siniestro de lo que recordaba. Tenía la cara picada de viruela. La nariz y la boca parecían el hocico de un animal, sobre todo con esa sonrisa de depredador marino puesta en piloto automático. Cram era mayor de lo que ella se había pensado; debía de rondar los sesenta. Pero era enjuto y nervudo. Tenía esa mirada extraviada que ella siempre había relacionado con la psicosis grave, pero en aquel momento ese elemento de peligro le resultaba reconfortante; era la clase de hombre que uno querría tener a su lado en una madriguera y sólo allí.

– Cuéntemelo todo -dijo Cram.

Grace empezó por Scott Duncan y siguió con su visita al supermercado. Le contó lo que le había dicho el hombre sin afeitar, que se había ido a toda prisa por el pasillo y que llevaba la fiambrera de Batman. Cram masticaba un mondadientes. Tenía los dedos delgados. Las uñas demasiado largas.

– Descríbamelo.

Grace hizo lo que pudo. Cuando acabó, Cram escupió el palillo y meneó la cabeza.

– ¿Era de verdad? -preguntó.

– ¿Qué?

– ¿Una cazadora de Members Only? ¿En qué año estamos? ¿En 1986?

Grace no se rió.

– Ahora está a salvo -dijo él-. Sus hijos están a salvo.

Ella le creyó.

– ¿A qué hora salen?

– A las tres.

– Bien. -Miró la escuela con los ojos entornados-. Dios mío, cómo odiaba este lugar.

– ¿Usted fue a esta escuela?

– Me gradué en Willard en 1957.

Grace intentó imaginárselo de niño yendo a esa escuela. Le fue imposible. Él empezó a alejarse.

– Espere -dijo ella-. ¿Qué quiere que haga?

– Recoja a sus hijos. Llévelos a casa.

– ¿Y usted dónde estará?

Cram la miró con una sonrisa más amplia.

– Por ahí.

Y desapareció.

Grace esperó junto a la valla. Las madres empezaron a llegar, a agruparse y charlar. Grace se cruzó de brazos, intentando emitir vibraciones que las ahuyentaran. Algunos días podía participar en el parloteo. Ése no era uno de ellos.

Sonó el móvil. Se lo acercó al oído y contestó.

– ¿Has captado el mensaje?

Era una voz de hombre, distorsionada de algún modo. Grace sintió un cosquilleo en el cuero cabelludo.

– Para de buscar, para de hacer preguntas, para de enseñar la foto, o nos llevaremos primero a Emma.

Un chasquido.

Grace no gritó. No gritaría. Guardó el teléfono. Le temblaban las manos. Se las miró como si pertenecieran a otra persona. No podía controlar el temblor. Sus hijos saldrían pronto. Se metió las manos en los bolsillos e intentó forzar una sonrisa. Imposible. Se mordió el labio inferior y se obligó a contener el llanto.

– Oye, ¿estás bien?

Grace se sobresaltó al oír la voz. Era Cora.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Grace. Las palabras salieron de ella con demasiada brusquedad.

– ¿Tú qué crees? He venido a buscar a Vickie.

– Pensaba que estaba con su padre.

Cora la miró confusa.

– Sólo anoche. Esta mañana la ha dejado en la escuela. Santo cielo, ¿qué ha ocurrido?

– No puedo hablar de ello.

Cora no supo cómo tomárselo. Sonó el timbre. Las dos mujeres se volvieron. Grace no sabía qué pensar. Sabía que Scott Duncan se había equivocado con respecto a Cora -es más, ahora sabía que Duncan era un mentiroso- y sin embargo, una vez planteada la sospecha sobre su amiga, no conseguía quitársela de la cabeza.

– Oye, estoy asustada, ¿vale?

Cora asintió. Vickie salió primero.

– Si me necesitas…

– Gracias.

Cora se alejó sin decir nada más. Grace esperó sola, buscando los rostros familiares entre el torrente de niños que cruzaban la puerta. Emma salió al sol y se protegió los ojos con la mano. Cuando vio a su madre, sonrió de oreja a oreja. La saludó con un gesto.

Grace reprimió un grito de alivio. Se agarró con los dedos a la alambrada, conteniéndose para no salir corriendo y coger a Emma en brazos.

Cuando Grace, Emma y Max llegaron a casa, Cram ya estaba en la entrada.

Emma miró a su madre con semblante inquisitivo, pero antes de que Grace pudiera contestar, Max salió disparado hacia la puerta. Se paró en seco delante de Cram y estiró el cuello para ver la sonrisa de depredador marino.

– Hola -saludó Max a Cram.

– Hola.

– Tú eres el que conducía aquel coche tan grande, ¿verdad?

– Sí -contestó Cram.

– ¿Te mola, conducir un coche tan grande?

– Mucho.

– Yo me llamo Max.

– Y yo Cram.

– Un nombre chulo.

– Sí, sí que lo es.

Max cerró el puño y lo levantó. Cram lo imitó y luego chocaron los nudillos en una versión moderna del saludo de la palmada. Grace y Emma se acercaron por el camino.

47
{"b":"106970","o":1}