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– No puedes demostrar nada de esto -dijo Sandra.

– Los años pasan -prosiguió Grace-. Ahora mi marido es Jack Lawson. -Grace se interrumpió y se acordó de cuando Carl Vespa le dijo que Jack Lawson la había buscado. Había algo allí que seguía sin encajar-. Tenemos hijos. Le digo a Jack que quiero volver a Estados Unidos. Él no quiere. Yo insisto. Tenemos hijos. Quiero volver a mi país. Es mi culpa, supongo. Ojalá me hubiera dicho la verdad…

– ¿Y cómo habrías reaccionado, Grace?

Pensó por un momento.

– No lo sé.

Sandra Koval sonrió.

– Y supongo que él tampoco.

En eso tenía razón, Grace lo sabía, pero no era el momento para esa clase de reflexiones. Continuó:

– Al final nos fuimos a Nueva York. Pero ya no sé qué pasó después, Sandra, así que tendrás que ayudarme tú en eso. Creo que al celebrarse el aniversario y al salir en libertad Wade Larue, Sheila Lambert, o tal vez incluso Jack, decidió que había llegado el momento de decir la verdad. Jack nunca dormía bien. Tal vez los dos necesitaban descargar sus culpas, no lo sé. Pero tú eso no podías aceptarlo, claro. A ellos podían perdonarlos, pero no a ti. Tú mandaste asesinar a Geri Duncan.

– Y de nuevo te pregunto: ¿La prueba es…?

– Ya llegaremos a eso -dijo Grace-. Me mentiste desde el principio, pero sí me dijiste la verdad en una cosa.

– Ah, qué bien. -El sarcasmo era evidente-. ¿Y se puede saber en qué?

– Cuando Jack vio esa vieja foto en la cocina, buscó a Geri Duncan en el ordenador. Se enteró de que había muerto en un incendio, pero sospechó que no fue un accidente. Así que te llamó. Ésa fue la llamada de nueve minutos. Temiste que fuera a derrumbarse, así que pensaste que debías actuar rápido. Le dijiste a Jack que se lo explicarías todo pero no por teléfono. Concertaste un encuentro en la autopista de Nueva York. Después llamaste a Larue y le dijiste que era el momento perfecto para vengarse. Supusiste que Larue le pediría a Wu que matara a Jack, no que lo retuviera como hizo.

– No tengo por qué escuchar esto.

Pero Grace no se detuvo.

– Mi gran error fue mostrarte la foto ese primer día. Jack no sabía que yo había hecho una copia. Allí estaba, una foto de tu hermano muerto y su nueva identidad para que la viera el mundo entero. También tenías que hacerme callar a mí. Así que enviaste a ese hombre, al que llevaba la fiambrera de mi hija, para asustarme. Pero yo no le hice caso. Así que usaste a Wu. Tenía que averiguar qué sabía yo y luego matarme.

– Ya he oído suficiente. -Sandra Koval se puso en pie-. Sal de mi oficina.

– ¿No tienes nada que añadir?

– Sigo esperando pruebas.

– En realidad no las tengo -dijo Grace-. Pero es posible que confieses.

Sandra respondió con una carcajada.

– Vamos, ¿te crees que no sé que llevas un micrófono oculto? No he dicho ni he hecho nada que pueda incriminarme.

– Mira por la ventana, Sandra.

– ¿Qué?

– La ventana. Mira la acera. Ven, te lo enseñaré yo.

Grace se dirigió cojeando al ventanal y señaló la calle. Sandra Koval se acercó con cautela, como si se esperara que Grace fuera a tirarla por la ventana. Pero no era eso. No era eso en absoluto.

Cuando Sandra Koval bajó la vista, dejó escapar un grito ahogado. Abajo, en la acera, dando vueltas como dos leones, estaban Carl Vespa y Cram. Grace se apartó y fue hacia la puerta.

– ¿Adónde vas? -preguntó Sandra.

– Ah, sí -dijo Grace. Anotó algo en un papel-. Éste es el número de teléfono del capitán Perlmutter. Puedes elegir. Puedes llamarlo y marcharte con él. O puedes arriesgarte a salir a la calle.

Dejó el papel en la mesa de reuniones. Y luego, sin mirar atrás, Grace salió de la sala.

EPÍLOGO

Sandra decidió llamar al capitán Stuart Perlmutter. A continuación, se preocupó de su defensa. La representaría Hester Crimstein, la leyenda personificada. No sería una acusación fácil, pero el fiscal pensó que, en vista de ciertas novedades, podía interponerla.

Una de esas novedades fue el regreso de la integrante pelirroja del grupo Allaw, Sheila Lambert. Cuando Sheila se enteró de la detención -y vio que los medios le pedían ayuda-, volvió a aparecer. El hombre que disparó contra su marido coincidía con la descripción del hombre que amenazó a Grace en el supermercado. Se llamaba Martin Brayboy. Lo habían detenido y había aceptado declarar para la acusación.

Sheila Lambert también contó a la acusación que Shane Alworth había asistido al concierto esa noche, pero en el último momento había decidido no ir al camerino a enfrentarse con Jimmy X. Sheila Lambert no sabía por qué había cambiado de parecer, pero suponía que Shane se dio cuenta de que John Lawson estaba demasiado colocado, demasiado desquiciado, demasiado dispuesto a estallar.

Se suponía que eso tenía que haber consolado a Grace, pero no estaba muy segura de que fuera así.

El capitán Stuart Perlmutter había aunado fuerzas con la antigua jefa de Scott Duncan, Linda Morgan, la fiscal. Dieron con uno de los hombres del círculo íntimo de Carl Vespa. Corría el rumor de que pronto lo detendrían, aunque sería difícil imputarle el asesinato de Jimmy X. Cram llamó a Grace una tarde. Le dijo que Vespa no iba a defenderse. Se pasaba gran parte del día en la cama.

– Es como ver una muerte lenta -le dijo.

En realidad, Grace no quería saber nada.

Charlaine Swain llevó a Mike a casa cuando salió del hospital. Reanudaron su vida con sus horarios habituales. Mike ha vuelto al trabajo. Ahora ven la televisión juntos en lugar de hacerlo en cuartos separados. Mike sigue acostándose temprano. Hacen algo más el amor, pero todo de una manera muy cohibida. Charlaine y Grace se han hecho muy amigas. Charlaine nunca se queja, pero Grace percibe su desesperación. Pronto algo se vendrá abajo, Grace lo intuye.

Freddy Sykes sigue recuperándose. Ha puesto su casa en venta y se va a comprar un apartamento en Fair Lawn, Nueva Jersey.

Cora siguió siendo Cora. Con eso está todo dicho.

Evelyn y Paul Alworth, la madre y el hermano de Jack -o en este caso debería decirse de Shane-, también salieron a la luz pública. A lo largo de los años Jack había empleado el dinero del fideicomiso para pagar la educación de Paul. Cuando empezó a trabajar en el Laboratorio Pentocol, Jack llevó a su madre a vivir en esa urbanización para que pudieran estar más cerca. Comían juntos en su apartamento al menos una vez a la semana. Tanto Evelyn como Paul deseaban realmente formar parte de la vida de los niños -al fin y al cabo eran la abuela y el tío de Emma y Max-, pero entendían que debían tomárselo con calma.

En cuanto a Emma y Max, respondieron a la tragedia de maneras muy distintas.

A Max le gusta hablar de su padre. Quiere saber dónde está, cómo es el cielo, si él realmente los ve. Quiere estar seguro de que su padre todavía puede presenciar los acontecimientos fundamentales de su joven vida. Grace intenta responderle de la mejor manera posible -intenta vendérselo, por así decirlo-, pero sus palabras tienen el hueco forzado de lo poco creíble. Max quiere que Grace invente con él rimas de «Jenny Jenkins» en la bañera, como hacía Jack, y cuando Grace lo intenta, Max se ríe y se parece tanto a su padre que Grace teme que le estalle el corazón en ese mismo instante.

Emma, la niña de los ojos de su padre, nunca habla de Jack. No hace preguntas. No mira fotos ni recuerda viejos tiempos. Grace intenta facilitar las necesidades de su hija, pero nunca sabe muy bien cómo hacerlo. Los psiquiatras hablan de abrirse. Grace, que ha sufrido suficientes tragedias, no lo ve tan claro. Se ha dado cuenta de que la negación, romper y compartimentar, tiene sus ventajas.

Curiosamente, Emma parece feliz. Le va bien en la escuela. Tiene muchos amigos. Pero Grace no se deja engañar. Emma ya no escribe poemas. Ni siquiera mira su diario. Ahora insiste en dormir con la puerta cerrada. Grace se detiene ante la puerta de su hija por la noche, a menudo muy tarde, y a veces cree oír suaves sollozos. Por la mañana, después de irse Emma a la escuela, Grace repasa la habitación de su hija.

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