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No, simplemente a oscuras.

A las diez de la noche llamaron suavemente a la puerta.

– Pasa.

Scott Duncan entró en la habitación. No se molestó en encender la luz. Indira se alegró. Facilitaría las cosas.

– ¿Qué era tan importante? -preguntó él.

– Rocky Conwell ha sido asesinado -dijo Indira.

– Lo he oído por la radio. ¿Quién es?

– El hombre al que contraté para que siguiera a Jack Lawson.

Scott Duncan no dijo nada.

– ¿Sabes quién es Stu Perlmutter? -prosiguió ella.

– ¿El policía?

– Sí. Ayer vino a verme. Me preguntó por Conwell.

– ¿Alegaste el secreto profesional de un abogado para con su cliente?

– Sí. Quiere pedir un mandamiento a un juez para obligarme a contestarle.

Scott Duncan se volvió.

– ¿Scott?

– No te preocupes -dijo él-. No sabes nada.

Indira no estaba tan segura.

– ¿Qué vas a hacer?

Duncan salió del despacho. Tendió la mano por detrás de él, cogió el pomo y empezó a cerrar la puerta.

– Cortar esto de raíz -contestó él.

37

La rueda de prensa era a las diez de la mañana. Grace primero llevó a los niños a la escuela. Condujo Cram. Vestía una camisa de franela holgada por encima del pantalón. Ocultaba debajo una pistola, Grace lo sabía. Los niños se bajaron del coche. Se despidieron de Cram y se alejaron a paso rápido. Cram accionó la palanca de cambio.

– No arranque todavía -dijo Grace.

Esperó a que los niños entraran sanos y salvos en la escuela. A continuación, indicó a Cram con un gesto que ya podían ponerse en marcha.

– No se preocupe -dijo Cram-. Tengo a un hombre vigilando.

Grace se volvió hacia él.

– ¿Puedo preguntarle algo?

– Adelante.

– ¿Cuánto tiempo hace que trabaja para el señor Vespa?

– Usted estaba allí cuando murió Ryan, ¿verdad?

La pregunta la desconcertó.

– Sí.

– Era mi ahijado.

Las calles estaban tranquilas. Grace lo miró. No sabía qué hacer. No podía confiar en ellos: no con sus hijos de por medio, no después de haber visto el semblante de Vespa la noche anterior. Pero ¿qué opción le quedaba? Tal vez podía volver a intentarlo con la policía, pero ¿realmente estaría dispuesta o capacitada para protegerlos? Y Scott Duncan… en fin, él mismo había reconocido que su alianza sólo llegaba hasta cierto punto.

Como si le adivinara el pensamiento, Cram dijo:

– El señor Vespa confía en usted.

– ¿Y si decidiera que ya no confía en mí?

– Él nunca le haría daño.

– ¿Tan seguro está?

– El señor Vespa se reunirá con nosotros en la ciudad. En la rueda de prensa. ¿Quiere escuchar la radio?

Teniendo en cuenta la hora, no había mucho tráfico. El puente de George Washington seguía lleno de policías, una resaca del 11 de Septiembre de la que Grace no se había repuesto. La rueda de prensa se celebraba en el hotel Crowne Plaza, cerca de Times Square. Vespa le contó que se había hablado de hacerla en Boston -habría sido más apropiado-, pero alguien próximo a Larue consideró que tal vez sería demasiado perturbador volver a un lugar tan cercano a donde sucedieron los hechos. También esperaban que se presentaran menos miembros de las familias si se celebraba en Nueva York.

Cram la dejó en la acera y fue al aparcamiento colindante. Grace se quedó un momento en la calle e intentó tranquilizarse. Sonó el móvil. Miró el identificador de llamadas. No conocía el número. El prefijo era 617. Si no se equivocaba, correspondía a la zona de Boston.

– ¿Diga?

– Hola. Soy David Roff.

Estaba a un paso de Times Square en Nueva York y, claro, rodeada de gente. Nadie parecía hablar. No sonaban bocinas. Pero el estruendo en sus oídos era ensordecedor.

– ¿Quién?

– Ah, bueno, tal vez me reconozca más fácilmente por el nombre de Crazy Davey. De mi blog. He recibido su mensaje. ¿La llamo en mal momento?

– No, en absoluto. -Grace se dio cuenta de que gritaba para hacerse oír. Se tapó la otra oreja con un dedo-. Gracias por llamar.

– Ya sé que me dijo que la llamara a cobro revertido, pero pago una cuota fija a mi compañía telefónica por las llamadas interurbanas, así que he pensado que daba igual.

– Se lo agradezco.

– Parecía tratarse de algo importante.

– Lo es. En su blog habla de un grupo que se llamaba Allaw.

– Sí.

– Estoy intentando averiguar cualquier dato sobre ellos.

– Sí, ya me lo imaginaba, pero me temo que no puedo ayudarla. Sólo los vi esa noche. Unos amigos y yo cogimos una borrachera y nos quedamos allí toda la noche. Conocimos a unas chicas, bailamos y también bebimos un montón. Después hablamos con los músicos. Por eso me acuerdo tan bien.

– Me llamo Grace Lawson. Mi marido era Jack.

– ¿Lawson? Era el solista, ¿no? Me acuerdo de él.

– ¿Eran buenos?

– ¿El grupo? La verdad es que no me acuerdo, pero creo que sí. Recuerdo que me lo pasé en grande y pillé una curda. Tuve tal resaca que todavía me estremezco al pensarlo. ¿Es que le está preparando una sorpresa?

– ¿Una sorpresa?

– Sí, una fiesta sorpresa o un álbum de recuerdos de sus viejos tiempos.

– Sólo busco información acerca de los miembros del grupo.

– Ojalá pudiera ayudarla. No creo que durasen mucho. Nunca más volví a saber nada de ellos, aunque me consta que hicieron otro bolo en la Lost Tavern, en Manchester. No sé nada más, lo siento.

– Muchas gracias por llamar.

– De nada. Ah, espere. Esto podría ser una anécdota divertida para un álbum de recuerdos.

– ¿Qué?

– En cuanto al bolo de Allaw en Manchester, fueron teloneros de Still Night.

Oleadas de peatones pasaban a su lado. Grace se apretó contra una pared, intentando evitar a la muchedumbre.

– No conozco a Still Night.

– Bueno, supongo que sólo los conocerían los muy entendidos. Still Night tampoco duró mucho. Al menos no con esa formación. -Se oyó una ráfaga de estática, pero las siguientes palabras de Crazy Davey llegaron a Grace con absoluta claridad-: El cantante era Jimmy X.

Grace sintió que sus dedos languidecían en torno al teléfono.

– ¿Oiga?

– Sigo aquí -dijo Grace.

– Ya sabe quién es Jimmy X, ¿no? ¿Pale Ink? ¿ La Matanza de Boston?

– Sí. -Su voz parecía muy lejana-. Ya me acuerdo.

Cram salió del aparcamiento. Al percibir la expresión de Grace, apretó el paso. Grace dio las gracias a Crazy Davey y colgó. Ya tenía su número de teléfono en el móvil. Siempre podía volver a llamarlo.

– ¿Pasa algo?

Grace intentó en vano sacudirse aquella sensación de frío que la había invadido. Consiguió contestar:

– No.

– ¿Quién era?

– ¿Acaso es mi secretario?

– Tranquila. -Levantó las manos-. Sólo preguntaba.

Entraron en el Crowne Plaza. Grace trató de asimilar lo que acababa de oír. Una coincidencia. Sólo era eso. Una extraña coincidencia. Su marido había tocado en un grupo de música en la universidad. Igual que muchas otras personas. Resultaba que una vez coincidió con Jimmy X en un local. Y una vez más ¿qué importancia tenía eso? Estaban los dos simultáneamente en el mismo lugar. Debió de suceder al menos un año, quizá dos, antes de la Matanza de Boston. Y tal vez Jack no le había comentado nada porque pensó que era irrelevante y, en cualquier caso, tal vez perturbador para su mujer. Estaba traumatizada por culpa de un concierto de Jimmy X. La había dejado parcialmente lisiada. Así que a lo mejor no le había parecido conveniente mencionarle esa relación superficial.

No tenía la menor importancia, ¿no?

Sólo que Jack nunca había mencionado que había tocado en un grupo. Sólo que los miembros de Allaw estaban todos muertos o habían desaparecido.

Intentó reunir algunas de las piezas. En primer lugar, ¿cuándo habían asesinado a Geri Duncan exactamente? Grace estaba en rehabilitación cuando leyó el artículo sobre el incendio. Eso significaba que debió de suceder pocos meses después de la matanza. Grace tendría que comprobar la fecha. Tendría que comprobar toda la línea cronológica porque -debía admitir- era imposible que la conexión Allaw-Jimmy X fuera casualidad.

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