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Pero Wade Larue no fue a la terminal de autobuses de Port Authority.

El pasado todavía tiraba de él. Aún no podía irse. Se detuvo a una manzana. Vio los autobuses que salían uno tras otro hacia el viaducto. Los miró un momento y luego se volvió hacia una fila de teléfonos públicos.

Tenía que hacer una última llamada. Tenía que saber una última verdad.

Ahora, una hora después, el cañón de una pistola le oprimía el suave hueco debajo de la oreja. Es curioso lo que uno piensa justo antes de morir. El suave hueco: ése era uno de los puntos de presión favoritos de Eric Wu. Wu le había explicado que saber dónde estaba no servía de gran cosa. No se podía simplemente poner el dedo y presionar. Eso podía doler, pero nunca incapacitaría a un adversario.

Eso fue todo. Esa penosa idea, en realidad más que penosa, fue lo último que pasó por la cabeza de Wade Larue antes de que la bala le penetrara en el cerebro y acabara con su vida.

51

Dellapelle llevó a Perlmutter al sótano. Aunque había bastante luz, Dellapelle usó la linterna. La apuntó hacia el suelo.

– Allí.

Perlmutter se quedó mirando el cemento y sintió un escalofrío.

– ¿Estás pensando lo mismo que yo? -preguntó Dellapelle.

– Que es posible… -Perlmutter se interrumpió, intentando encajar aquello en la ecuación-… que es posible que Jack Lawson no fuera el único retenido aquí.

Dellapelle asintió.

– ¿Y dónde está la otra persona?

Perlmutter no dijo nada. Simplemente se quedó mirando el suelo. Efectivamente, alguien había estado retenido. Alguien que encontró un guijarro y trazó dos palabras en el suelo, ambas en mayúsculas. De hecho era un hombre, otra persona de esa foto extraña, un nombre que acababa de oír de labios de Grace Lawson: Shane Alworth.

Charlaine Swain se quedó para ayudar a Grace a volver a su habitación. El silencio no las incomodaba. A Grace le extrañó. Le extrañaban muchas cosas. Se preguntaba por qué Jack había huido a Francia hacía tantos años. Se preguntaba por qué nunca había tocado el fondo fiduciario, por qué dejó que su hermana y su padre controlaran su porcentaje. Se preguntaba por qué había huido poco después de la Matanza de Boston. Se preguntaba por qué Geri Duncan había acabado muerta dos meses después. Y se preguntaba, quizá por encima de todo, si conocer a Jack ese día, si enamorarse de él, había sido algo más que una simple coincidencia.

Ya no se preguntaba si estaba todo relacionado. Sabía que sí. Cuando llegaron a la habitación de Grace, Charlaine la ayudó a acostarse. Se volvió para irse.

– ¿Quieres quedarte unos minutos? -preguntó Grace.

Charlaine asintió.

– Me gustaría.

Conversaron. Empezaron por lo que tenían en común -los niños-, pero era evidente que ninguna de las dos quería seguir con ese tema mucho tiempo. Les pasó una hora volando. Grace ni siquiera sabía muy bien de qué habían hablado. Sólo sabía que se sentía agradecida.

A eso de las dos de la mañana sonó el teléfono al lado de Grace. Por un instante las dos se quedaron mirándolo. A continuación Grace tendió la mano y lo cogió.

– ¿Diga?

– Recibí tu mensaje. Sobre Allaw y Still Night.

Grace reconoció la voz. Era Jimmy X.

– ¿Dónde estás?

– En el hospital, abajo. No me dejan subir.

– Bajo enseguida.

El vestíbulo del hospital estaba en silencio.

Grace no sabía muy bien cómo manejar la situación. Jimmy X estaba sentado con los antebrazos apoyados en los muslos. No alzó la vista cuando ella se acercó a él cojeando. La recepcionista leía una revista. El guardia de seguridad silbaba suavemente. Grace se preguntó si el guardia podría protegerla. De pronto echó de menos la pistola.

Se detuvo delante de Jimmy X y aguardó inmóvil. Él levantó la vista. Sus miradas se cruzaron y en ese momento Grace lo supo. No conocía los detalles. Apenas conocía los hechos a grandes rasgos. Pero lo supo.

Su voz era casi una súplica.

– ¿Cómo te has enterado de lo de Allaw?

– Por mi marido.

Jimmy se mostró confuso.

– Mi marido es Jack Lawson.

Él se quedó boquiabierto.

– ¿John?

– Así se llamaba entonces, supongo. Ahora mismo está aquí, arriba. Es posible que muera.

– Dios mío. -Jimmy se tapó la cara con las manos.

– ¿Sabes qué me ha molestado siempre?

Él no contestó.

– Que huyeras. No suele ocurrir que una estrella del rock lo deje todo así. Corren rumores sobre Elvis o Jim Morrison, pero eso es porque están muertos. Hubo la película, Eddie and the Cruisers, pero eso era una película. En realidad, bueno, como ya te dije, los Who no huyeron después de lo de Cincinnati. Los Stones tampoco después de lo de Altamont Speedway. Así que, ¿por qué, Jimmy? ¿Por qué huiste?

Él seguía con la cabeza gacha.

– Conozco la conexión entre tú y Allaw. Sólo es cuestión de tiempo que alguien ate cabos.

Grace esperó. Él se apartó las manos de la cara y se las frotó. Miró al guardia de seguridad. Grace estuvo a punto de retroceder un paso, pero se mantuvo firme.

– ¿Sabes por qué los conciertos de rock empezaban tan tarde? -preguntó Jimmy.

La pregunta la desconcertó.

– ¿Qué?

– He dicho…

– Ya he oído lo que has dicho. No, no sé por qué.

– Es porque estamos tan ciegos… borrachos, drogados, lo que sea… que nuestros representantes necesitan tiempo para que nos despejemos lo suficiente y podamos actuar.

– ¿Y con eso qué quieres decir?

– Esa noche iba pasadísimo de cocaína y alcohol. -Desvió la mirada, con los ojos inyectados en sangre-. Por eso nos retrasamos tanto. Por eso la multitud se impacientó tanto. Si hubiese estado sobrio, si hubiese salido al escenario puntualmente… -Calló y se encogió de hombros como diciendo «¿Quién sabe?».

Grace no quería más excusas.

– Háblame de Allaw.

– No me lo puedo creer. -Meneó la cabeza-. ¿John Lawson es tu marido? ¿Y eso cómo fue?

Grace no tenía una respuesta. Se preguntó si la tendría alguna vez. El corazón, lo sabía, era un territorio extraño. ¿Podía ser eso parte de la atracción inicial, algo inconsciente, saber que los dos habían sobrevivido a esa terrible noche? Recordó el momento en que conoció a Jack en la playa. ¿Había sido el destino, algo predeterminado, o algo planeado? ¿Quiso Jack conocer a la mujer que había acabado encarnando la Matanza de Boston?

– ¿Estuvo mi marido en el concierto esa noche? -preguntó ella.

– ¿Cómo? ¿No lo sabías?

– Mira, Jimmy, podemos jugar a esto de dos maneras distintas. Una es que yo pretenda saberlo todo y quiera sólo una confirmación. Pero no es así. Es posible que nunca sepa la verdad si no me la cuentas tú. Tal vez puedas mantener tu secreto. Pero yo seguiré indagando. También Carl Vespa y los Garrison y los Reed y los Weider.

Él alzó la vista, su cara como la de un niño.

– Pero la otra manera, y creo que esto es lo más importante, se reduce a que tú ya no puedes convivir contigo mismo. Fuiste a mi casa en busca de una absolución. Sabes que ya ha llegado el momento.

Él agachó la cabeza. Grace oyó los sollozos. Se le sacudía todo el cuerpo. Grace no dijo nada. No apoyó una mano en su hombro. El guardia de seguridad los observó. La recepcionista apartó la mirada de la revista. Pero eso fue todo. Era un hospital. En ese ambiente no resultaba extraño ver llorar a adultos. Ambos desviaron la mirada. Al cabo de un minuto los sollozos de Jimmy empezaron a remitir. Ya no le temblaban los hombros.

– Nos conocimos en un bolo en Manchester -explicó Jimmy, frotándose la nariz con la manga-. Yo iba con un grupo que se llamaba Still Night. Tocaban cuatro bandas. Una de ellas era Allaw. Así conocí a tu marido. Estuvimos juntos en los camerinos, colocándonos. Él era encantador, pero tienes que entenderlo: la música lo era todo para mí. Yo quería componer Born to Run, ¿sabes? Quería cambiar todo el panorama musical. Comía, dormía, soñaba, cagaba música. Lawson no se lo tomaba muy en serio. Simplemente se lo pasaba bien con el grupo, y nada más. Tenían unas cuantas canciones decentes, pero las voces y los arreglos eran de aficionados. Lawson no se hacía grandes ilusiones con el éxito y esas cosas.

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