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El guardia de seguridad volvió a silbar. La recepcionista se enfrascó de nuevo en la lectura de la revista. Un coche se detuvo ante la puerta. El guardia salió y señaló la entrada de urgencias.

– Allaw se separó pocos meses después, creo. También Still Night. Pero Lawson y yo seguimos en contacto. Cuando creé la banda de Jimmy X, casi pensé en invitarlo a formar parte del grupo.

– ¿Y por qué no lo hiciste?

– Pensé que, como músico, no era bastante bueno.

Jimmy se puso en pie de una manera tan repentina que sobresaltó a Grace. Ella retrocedió. Mantenía la vista fija en él, intentando mirarlo a los ojos, como si sólo así pudiera obligarlo a permanecer inmóvil.

– Sí, tu marido estaba en el concierto esa noche. Le conseguí cinco entradas para el foso. Fue con antiguos miembros de su grupo. Incluso llevó a un par de ellos a los camerinos.

En ese momento se interrumpió. Los dos se quedaron quietos. Él apartó la mirada y por un momento Grace temió perderlo.

– ¿Te acuerdas de quiénes eran? -preguntó ella.

– ¿Los antiguos miembros del grupo?

– Sí.

– Dos chicas. Una era pelirroja.

Sheila Lambert.

– ¿Y la otra era Geri Duncan?

– Nunca supe cómo se llamaba.

– ¿Y Shane Alworth? ¿Estaba él allí?

– ¿Ése era el de los teclados?

– Sí.

– No en los camerinos. Sólo vi a Lawson y a las dos chicas.

Cerró los ojos.

– ¿Y qué pasó, Jimmy?

Se le ensombreció el rostro; de pronto parecía mayor.

– Yo iba muy ciego. Oía el gentío. Veinte mil personas. Coreaban mi nombre. Aplaudían. Cualquier cosa con tal de que empezara el concierto. Pero yo apenas podía moverme. Entró mi representante. Le dije que necesitaba más tiempo. Salió. Me quedé solo. Y entonces aparecieron Lawson y las dos chicas.

Jimmy parpadeó y miró a Grace.

– ¿Hay una cafetería por aquí?

– Está cerrada.

– Me iría bien un café.

– Lástima.

Jimmy empezó a caminar de un lado al otro.

– ¿Qué pasó cuando entraron en el camerino? -preguntó Grace.

– No sé cómo los dejaron pasar. Yo no les di pases. Pero de pronto apareció Lawson en plan «Oye, ¿qué tal?». Yo me alegré de verlo, supongo. Pero entonces, no sé, algo se torció.

– ¿Qué fue?

– Lawson. Enloqueció. No sé, igual iba más colocado que yo. Empezó a empujarme, a amenazarme. Me acusó de ladrón a gritos.

– ¿De ladrón?

Jimmy asintió.

– Era todo absurdo. Dijo… -Por fin se detuvo y la miró a los ojos-. Dijo que yo había robado su canción.

– ¿Qué canción?

– Pale Ink.

Grace no podía moverse. El temblor empezó a recorrerle el lado izquierdo. Sintió una palpitación en el pecho.

– Lawson y el otro tío, Alworth, compusieron una canción para Allaw titulada Invisible Ink. Básicamente ése era el único parecido entre las dos canciones, el título. Ya conoces la letra de Pale Ink, ¿no?

Ella asintió. Ni siquiera intentó hablar.

– Supongo que el tema de Invisible Ink era parecido. Las dos canciones trataban de lo frágil que era la memoria. Pero nada más. Se lo dije a John. Pero él estaba como loco. Todo cuanto decía lo enfurecía más. No paraba de empujarme. Además, una de las chicas, una muy morena, lo incitaba. Empezó a decir que me romperían las piernas o algo así. Grité para pedir ayuda. Lawson me dio un puñetazo. ¿Recuerdas que se dijo que yo había resultado herido en medio del tumulto?

Ella volvió a asentir.

– Pues no era verdad. Fue tu marido. Me golpeó en la mandíbula, y luego se abalanzó sobre mí. Intenté quitármelo de encima. A gritos, empezó a decir que iba a matarme. Era, no sé, era todo como surrealista. Amenazó con rajarme.

Las palpitaciones se extendieron por su cuerpo y se enfriaron. Grace contenía el aliento. No podía ser. Por favor, simplemente no podía ser.

– Llegó un momento en que estaba tan descontrolado que una de las chicas, la pelirroja, le dijo que se tranquilizara. No vale la pena, dijo. Le pidió que lo dejara. Pero él no le hizo caso. Simplemente me sonrió y luego… luego sacó una navaja.

Grace meneó la cabeza.

– Dijo que iba a clavármela en el corazón. He dicho que estaba cieguísimo, ¿recuerdas? Pues al oír eso se me pasó el colocón por completo. ¿Quieres que a alguien se le pase un colocón? Pues amenázalo con clavarle una navaja en el pecho. -Volvió a callar.

– ¿Y qué hiciste?

¿Había hablado ella? Grace no estaba segura. La voz sonaba igual que la suya, pero parecía venir de otro lugar, de un lugar metálico y lejano.

A Jimmy, absorto en los recuerdos, se le desencajó la cara.

– No iba a permitir que me apuñalara así como así. De modo que me abalancé sobre él. Se le cayó la navaja. Empezamos a forcejear. Las chicas gritaron. Se acercaron e intentaron separarnos. Y entonces, cuando estábamos en el suelo, oí un disparo.

Grace seguía meneando la cabeza. Jack no. Jack no estaba allí esa noche, imposible, de ninguna manera…

– Se oyó tan fuerte, ¿sabes? Como si la pistola estuviera detrás de mi oreja o algo así. Entonces se lió todo. Hubo gritos. Y luego se oyeron dos, tal vez tres, disparos más. No en la habitación. Venían de lejos. Y más gritos. Lawson paró de moverse. Había sangre en el suelo. Le habían dado en la espalda. Lo aparté y entonces vi a aquel guardia de seguridad, Gordon MacKenzie, que seguía apuntando con su pistola.

Grace cerró los ojos.

– Espera un momento. ¿Estás diciéndome que Gordon MacKenzie disparó el primer tiro?

Jimmy asintió.

– Oyó el jaleo, me oyó pedir ayuda y… -De nuevo se le apagó la voz-. Nos quedamos un momento mirándonos fijamente. Las chicas chillaban, pero para entonces la multitud ahogaba sus gritos. Ese sonido, no sé, la gente habla del sonido más terrible, dicen que tal vez sea el de un animal herido; pero nunca he oído nada que se acerque tanto al sonido del miedo y el pánico. Aunque eso tú ya lo sabes.

No lo sabía. El traumatismo cerebral le había borrado el recuerdo. Pero ella asintió para que él siguiera hablando.

– El caso es que MacKenzie se quedó allí un momento, atónito. Y luego echó a correr. Las dos chicas cogieron a Lawson y empezaron a sacarlo a rastras. -Se encogió de hombros-. El resto ya lo sabes, Grace.

Grace intentó asimilarlo todo. Intentó entender las implicaciones, encajarlo en su realidad. Ella había estado a unos cuantos metros de todo eso, del otro lado del escenario. Jack. Su marido. Él había estado allí mismo. ¿Cómo era posible?

– No -dijo ella.

– No ¿qué?

– No, no sé el resto, Jimmy.

Él no dijo nada.

– La historia no acabó ahí. Allaw tenía cuatro miembros. He estado comprobando las fechas. Dos meses después de la desbandada, alguien contrató a un asesino a sueldo para matar a una de las chicas del grupo, Geri Duncan. Mi marido, el que dices que te atacó, huyó al extranjero, se afeitó la barba y empezó a llamarse Jack. Según su madre, Shane Alworth también está en el extranjero, pero creo que miente. Sheila Lambert, la pelirroja, se cambió de nombre. Su marido fue asesinado hace poco y ella volvió a desaparecer.

Jimmy meneó la cabeza.

– De eso yo no sé nada.

– ¿Crees que es todo simple casualidad?

– No, supongo que no -contestó Jimmy-. Tal vez les daba miedo lo que sucedería si la verdad salía a la luz. ¿Te acuerdas de esos primeros meses? Todo el mundo quería sangre. Habrían podido ir a la cárcel, o algo peor.

Grace movió la cabeza en un gesto de negación.

– ¿Y tú, Jimmy?

– Y yo ¿qué?

– ¿Por qué has mantenido eso en secreto tantos años?

No contestó.

– Si lo que me has dicho es verdad, tú no hiciste nada malo. Tú fuiste el agredido. ¿Por qué no se lo contaste a la policía?

Él abrió la boca, la cerró, volvió a intentarlo.

– Todo aquello me superó. También tuvo algo que ver Gordon MacKenzie. Quedó como el héroe, ¿no te acuerdas? Si el mundo se enteraba de que él disparó el primer tiro, ¿qué crees que le habría sucedido?

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