Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Grace negó con la cabeza.

– Fue un incendio provocado.

– ¿Eso quién te lo ha dicho?

– Su hermano.

– Un momento, ¿cómo es que conoces a su hermano?

– Estaba embarazada, ¿sabes? Geri Duncan. Cuando murió en ese incendio, esperaba un hijo.

Sandra calló y la miró horrorizada.

– Grace, ¿qué estás haciendo?

– Intento encontrar a mi marido.

– ¿Y crees que así lo vas a conseguir?

– Ayer me dijiste que no conocías a ninguna de las personas de la foto. Pero acabas de reconocer que conocías a Geri Duncan, que murió en un incendio.

Sandra cerró los ojos.

– ¿Conocías a Shane Alworth o a Sheila Lambert?

– No, en realidad no -contestó Sandra en voz baja.

– En realidad, no. ¿Así que los nombres no te son del todo desconocidos?

– Shane Alworth era un compañero de clase de Jack. Sheila Lambert, creo, era una amiga de otra universidad o algo así. ¿Y eso qué tiene que ver?

– ¿Sabías que los cuatro tocaban en un grupo musical?

– Durante un mes o algo así. ¿Y qué tiene que ver eso también?

– La quinta persona de la foto. La que está de espaldas. ¿Sabes quién es?

– No.

– ¿Eres tú, Sandra?

Miró a Grace.

– ¿Yo?

– Sí. ¿Eres tú?

De pronto una expresión extraña se dibujó en el rostro de Sandra.

– No, Grace, no soy yo.

– ¿Jack mató a Geri Duncan?

Las palabras salieron solas. Sandra abrió los ojos desorbitadamente, como si la hubieran abofeteado.

– ¿Estás loca?

– Quiero la verdad.

– Jack no tuvo nada que ver con su muerte. Ya estaba en el extranjero.

– Entonces, ¿por qué lo afectó tanto la foto?

Sandra vaciló.

– ¿Por qué, maldita sea? -insistió Grace.

– Porque hasta entonces no supo que Geri había muerto.

Grace se mostró confusa.

– ¿Eran amantes?

– Amantes -repitió, como si nunca hubiera oído la palabra-. Es un término demasiado maduro para lo que eran.

– ¿Ella no salía con Shane Alworth?

– Supongo. Pero eran todos unos críos.

– ¿Jack tonteaba con la novia de su amigo?

– No sé hasta qué punto Jack y Shane eran amigos. Pero sí, Jack se acostaba con ella.

A Grace empezó a darle vueltas la cabeza.

– Y Geri Duncan se quedó embarazada.

– De eso no sé nada.

– Pero sabes que está muerta -dijo Grace.

– Sí.

– Y sabes que Jack huyó.

– Antes de morir ella.

– ¿Antes de quedarse embarazada?

– Ya te lo he dicho. No sabía que estaba embarazada.

– Y Shane Alworth y Sheila Lambert, también han desaparecido los dos. ¿Me estás diciendo que es todo casualidad, Sandra?

– No lo sé.

– ¿Y qué te dijo Jack cuando te llamó?

Sandra dejó escapar un profundo suspiro. Agachó la cabeza. Se quedó un momento callada.

– ¿Sandra?

– Oye, esa foto tiene, ¿cuánto? ¿Quince, dieciséis años? Cuando se la diste así, de sopetón, ¿cómo creías que iba a reaccionar, viendo la cara de Geri tachada con una cruz? Jack se fue de inmediato al ordenador. Hizo una búsqueda por Internet; creo que usó la hemeroteca del Boston Globe. Se enteró de que llevaba todo este tiempo muerta. Por eso me llamó. Quería saber qué le pasó. Se lo dije.

– ¿Qué le dijiste?

– Lo que sabía. Que murió en un incendio.

– ¿Y por qué eso hizo huir a Jack?

– No lo sé.

– ¿Y por qué huyó al extranjero para empezar?

– Tienes que dejarlo estar.

– ¿Qué les pasó, Sandra?

Sandra negó con la cabeza.

– Olvídate de que soy su abogada y de que es información confidencial. Simplemente no es mi lugar. Jack es mi hermano.

Grace tendió la mano y cogió la de Sandra.

– Creo que Jack tiene problemas.

– En ese caso, lo que sé no puede ayudarlo.

– Hoy han amenazado a mis hijos.

Sandra cerró los ojos.

– ¿Me has oído?

Un hombre trajeado asomó la cabeza.

– Ya es la hora, Sandra -dijo.

Sandra asintió y le dio las gracias. Apartó las manos, se puso en pie y se alisó las arrugas del traje.

– Tienes que dejarlo estar, Grace. Tienes que volver a tu casa. Tienes que proteger a tu familia. Es lo que Jack querría que hicieras.

38

La amenaza en el supermercado no había surtido efecto.

A Wu no le extrañó. Se había criado en un ambiente que hacía hincapié en el poder de los hombres y la subordinación de las mujeres, pero Wu siempre había creído que eso era más un deseo que una realidad. Las mujeres eran más duras. Más impredecibles. Soportaban más el dolor físico; lo sabía por experiencia personal. Cuando se trataba de proteger a los seres queridos, eran mucho más firmes. Los hombres se sacrificaban por machismo, por estupidez o por la creencia ciega de que saldrían ganando. Las mujeres se sacrificaban sin autoengañarse.

Ya de buen principio no había estado de acuerdo en la conveniencia de amenazarla. Las amenazas creaban enemigos e incertidumbre. Eliminar a Grace Lawson antes habría sido fácil. Eliminarla ahora sería más arriesgado.

Wu tendría que volver y resolver el asunto por su cuenta.

Estaba en la ducha de Beatrice Smith, tiñéndose el pelo para recuperar su color original. Wu solía llevarlo rubio. Lo hacía por dos razones. La primera era básica: le gustaba cómo le quedaba. Tal vez fuese vanidad, pero cuando Wu se miraba en el espejo, tenía la impresión de que el pelo rubio estilo surfista, en punta y engominado, le quedaba bien. La segunda razón, el color -un amarillo chillón- era útil porque era lo que recordaba la gente. Cuando volvía a teñirse el pelo para recuperar su color natural, el moreno asiático, y se lo alisaba, cuando se quitaba la ropa moderna para ponerse algo más formal y unas gafas de montura ancha, en fin, la transformación era muy eficaz.

Cogió a Jack Lawson por el cuello y lo arrastró al sótano. Lawson no opuso resistencia. Apenas estaba consciente. No estaba bien. Su psique, ya antes muy alterada, tal vez se había hundido por completo. No sobreviviría mucho más.

Era un sótano húmedo, a medio construir. Wu se acordó de la última vez que había estado en un lugar parecido, en San Mateo, California. Las instrucciones habían sido precisas. Lo habían contratado para torturar a un hombre durante exactamente ocho horas -por qué ocho, Wu nunca lo supo- y luego romperle los huesos de las piernas y los brazos. Wu había manipulado los huesos rotos de manera que los extremos partidos quedaran junto a los haces de nervios o cerca de la superficie de la piel. Cualquier movimiento, por pequeño que fuera, le produciría un dolor atroz. Wu cerró el sótano con llave y dejó al hombre solo. Iba a verlo una vez al día. El hombre le suplicaba, pero Wu lo miraba en silencio. El hombre tardó once días en morir de hambre.

Wu encontró una tubería resistente y la empleó para atar a Lawson a ella con una cadena. También le ató los brazos por detrás de la espalda, alrededor de una columna. Volvió a ponerle la mordaza.

A continuación decidió comprobar las ataduras.

– Tenías que haber conseguido todas las copias de esa foto -susurró Wu.

Jack Lawson abrió los ojos.

– Ahora tendré que ir a ver a tu mujer.

Sus miradas se cruzaron. Pasó un segundo, no más, y de pronto Lawson cobró vida. Empezó a sacudirse. Wu lo miró. Sí, eso sería una buena prueba. Lawson forcejeó varios minutos, como un pez que agonizaba en el anzuelo. No cedió ninguna atadura.

Wu lo dejó solo, allí forcejeando, para ir en busca de Grace Lawson.

39

Grace no quería quedarse a la rueda de prensa.

Estar en la misma sala con todos aquellos deudos… No le gustaba emplear la palabra «aura», pero parecía la más adecuada. En la sala se percibía una mala aura. Ojos afligidos la miraban con palpable anhelo. Grace lo entendía, claro. Ella ya no era el conducto de sus hijos perdidos; ya había pasado demasiado tiempo para eso. Ahora era la superviviente. Estaba allí, viva y coleando, mientras sus hijos se pudrían en la tumba. Aparentemente aún había cariño, pero en el fondo Grace detectó la rabia por la injusticia de lo sucedido. Ella vivía; sus hijos no. Los años nada habían reparado. Ahora que Grace tenía sus propios hijos, lo entendió de una manera que le habría sido imposible quince años antes.

57
{"b":"106970","o":1}