La música de espera era una versión para hilo musical de Smells Like Teen Spirit de Nirvana. Resultaba curiosamente relajante.
– ¿En qué puedo ayudarla? -preguntó una voz con profesional laconismo.
– ¿Señora Koval?
– ¿Sí?
– Soy Grace Lawson.
– ¿Qué desea?
– Mi marido Jack Lawson llamó ayer a su despacho.
Ella no contestó.
– Ha desaparecido.
– ¿Cómo?
– Mi marido ha desaparecido.
– Lo siento, pero no veo…
– ¿Sabe usted dónde está, señora Koval?
– ¿Y yo cómo quiere que lo sepa?
– Anoche hizo una llamada. Antes de desaparecer.
– ¿Y?
– He pulsado el botón de rellamada y me ha salido su número.
– Señora Lawson, en este bufete trabajan más de doscientos abogados. Pudo haber llamado a cualquiera de ellos.
– No. Aquí consta su extensión, en la pantalla del aparato. La llamó a usted.
Silencio.
– ¿Señora Koval?
– Estoy aquí.
– ¿Por qué la llamó mi marido?
– No tengo nada más que decirle.
– ¿Sabe dónde está?
– Señora Lawson, ¿conoce usted el compromiso de confidencialidad de un abogado con su cliente?
– Por supuesto.
Más silencio.
– ¿Me está diciendo que mi marido la llamó para que lo asesorara?
– No puedo hablar de esto con usted. Adiós.
9
Grace no tardó en atar cabos.
Internet puede ser una herramienta maravillosa cuando se usa bien. Grace había tecleado las palabras «Sandra Koval» en Google, buscando por páginas web, grupos de noticias e imágenes. Consultó la página de Burton y Crimstein. Incluía biografías de todos sus abogados. Sandra Koval cursó sus primeros años de carrera en Northwestern y obtuvo el título de abogada en la Universidad de California, en Los Ángeles. Calculando a partir del año de licenciatura, Sandra Koval debía de rondar los cuarenta y dos años. Según la página, estaba casada con un tal Harold Koval. Tenían tres hijos.
Vivían en Los Ángeles.
Eso había sido la señal delatora.
Grace había investigado un poco más, en parte de la manera tradicional: por teléfono. Las piezas empezaron a encajar. El problema era que la imagen resultante no tenía sentido.
En coche, tardó menos de una hora en llegar a Manhattan. La recepción de Burton y Crimstein estaba en la quinta planta. La recepcionista y guardia de seguridad le sonrió con la boca cerrada.
– ¿Sí?
– Soy Grace Lawson y quiero ver a Sandra Koval.
La recepcionista llamó por teléfono y habló en voz muy baja, apenas un susurro. Poco después dijo:
– La señora Koval la atenderá enseguida.
Grace se sorprendió. Iba preparada para lanzar amenazas o soportar una larga espera. Sabía qué aspecto tenía Koval -había visto una foto suya en la página de Burton y Crimstein-, así que incluso había aceptado la posibilidad de tener que abordarla cuando se marchase.
Al final, Grace había decidido arriesgarse e ir a Manhattan sin previo aviso. No sólo creía que necesitaba el factor sorpresa, sino que realmente quería enfrentarse con Sandra Koval cara a cara. Movida por la necesidad, o por la curiosidad, Grace tenía que ver a esa mujer con sus propios ojos.
Todavía era pronto. Emma iba a casa de una amiga después de la escuela y Max asistía a un «taller de enriquecimiento» extraescolar. No tenía que recoger a ninguno de los dos hasta pasadas varias horas.
La recepción de Burton y Crimstein era en parte el clásico entorno de abogados al estilo europeo -suntuosos muebles de caoba, una moqueta magnífica, sillas tapizadas, en suma la clase de decoración que anuncia el nivel de la minuta- y en parte una especie de réplica de la pared de famosos del restaurante Sardi. Adornaban las paredes numerosas fotografías, en su mayoría de Hester Crimstein, la famosa abogada de televisión. Crimstein tenía un programa en el canal especializado en temas judiciales al que sagazmente habían titulado Crimstein sobre el crimen. Las fotos mostraban a la señora Crimstein con diversos actores, políticos, clientes y distintas combinaciones de los tres.
Mientras Grace miraba una foto de Hester Crimstein de pie junto a una atractiva mujer de piel aceitunada, una voz dijo a sus espaldas:
– Es Esperanza Díaz, una luchadora profesional acusada falsamente de asesinato.
Grace se volvió.
– La Pequeña Pocahontas -dijo.
– ¿Cómo?
Grace señaló la foto.
– Su nombre de luchadora. Era Pequeña Pocahontas.
– ¿Y cómo lo sabe?
Grace se encogió de hombros.
– Soy un cúmulo de datos inútiles.
Grace se quedó mirando fijamente a Sandra Koval por un momento. Ésta se aclaró la garganta y consultó su reloj con un gesto ostensible.
– No tengo mucho tiempo. Acompáñeme, por favor.
Ninguna de las dos habló mientras recorrían el pasillo y entraban en una sala de reuniones. Había una mesa larga, unas veinte sillas y, en medio, uno de esos teléfonos de manos libres grises que se parecen sospechosamente a un pulpo. En un rincón, un aparador ofrecía diversos refrescos y agua mineral.
Sandra Koval mantuvo las distancias. Se cruzó de brazos e hizo un gesto que daba a entender: «¿Y bien?».
– La he investigado -dijo Grace.
– ¿Quiere sentarse?
– No.
– ¿Le importa si me siento yo?
– Usted misma.
– ¿Quiere tomar algo?
– No.
Sandra Koval se sirvió una coca-cola light. Más que guapa, era lo que se llamaría una mujer atractiva. Su pelo encanecía de una manera que le sentaba bien. Tenía una figura esbelta, labios carnosos. Adoptaba la pose de quien se come el mundo, como quien insinúa a sus adversarios que se siente cómoda consigo misma y está más que dispuesta a entablar una batalla.
– ¿Por qué no está en su despacho? -preguntó Grace.
– ¿No le gusta esta sala?
– Es un poco grande.
Sandra Koval se encogió de hombros.
– Usted no tiene un despacho aquí, ¿verdad?
– Dígamelo usted.
– Cuando he llamado, me han contestado «Línea de Sandra Koval».
– Ya.
– Han dicho «línea». No despacho.
– ¿Y eso tiene que significar algo?
– En sí mismo, no -contestó Grace-. Pero he consultado la página web del bufete. Usted vive en Los Ángeles. Cerca de la oficina de Burton y Crimstein en la costa oeste.
– Cierto.
– Ésa es su base. Aquí está de visita. ¿Por qué?
– Por un caso que llevo -dijo la abogada-. Un hombre inocente acusado injustamente.
– ¿No lo son todos?
– No -contestó despacio Sandra Koval-. No todos.
Grace se acercó más a ella.
– Tú no eres la abogada de Jack -dijo-. Eres su hermana.
Sandra Koval fijó la mirada en su coca-cola.
– He llamado a tu facultad de derecho. Han confirmado mi sospecha. Sandra Koval es tu nombre de casada. La mujer que se licenció allí era Sandra Lawson. Lo he comprobado en LawMar Securities, la empresa de tu abuelo. Sandra Koval figura como miembro del consejo de administración.
Sandra Koval sonrió sin alegría.
– Vaya, veo que eres una pequeña Sherlock.
– Así que, ¿dónde está? -preguntó Grace.
– ¿Cuánto tiempo lleváis casados?
– Diez años.
– ¿Y en todo ese tiempo cuántas veces ha hablado Jack de mí?
– Prácticamente nunca -admitió Grace.
Sandra Koval extendió las manos.
– Pues ahí tienes. ¿Por qué habría de saber dónde está?
– Porque te llamó.
– Eso es lo que tú dices.
– Pulsé el botón de rellamada.
– Ya, es lo que me has dicho por teléfono.
– ¿Quieres decir que no te llamó?
– ¿Cuándo se supone que tuvo lugar esa llamada?
– ¿Se supone?
Sandra Koval se encogió de hombros.
– Siempre tiene que salir la abogada.
– Anoche -dijo Grace-. A eso de las diez.
– Pues ya tienes la respuesta. Yo no estaba aquí.
– ¿Dónde estabas?
– En mi hotel.
– Pero Jack llamó a tu extensión.
– Si lo hubiese hecho, nadie habría descolgado. No a esa hora. Habría saltado el contestador.