– ¿Me estarás diciendo que has mentido todos estos años para proteger a Gordon MacKenzie?
No contestó.
– ¿Por qué, Jimmy? ¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué huiste? Empezó a mirar a derecha e izquierda.
– Oye, te he contado todo lo que sé. Ahora me marcho a mi casa. Grace se acercó.
– Es verdad que robaste esa canción, ¿eh?
– ¿Qué? No.
Pero Grace lo sabía.
– Por eso te sentiste responsable. Robaste esa canción. Si no lo hubieras hecho, no habría ocurrido nada.
Él siguió negando con la cabeza.
– No es eso.
– Por eso huiste. No fue sólo porque estuvieras colocado. Robaste esa canción con la que te hiciste famoso. Fue así como empezó todo. Oíste a Allaw tocar en Manchester. Te gustó la canción y la robaste.
Él negó con la cabeza, pero era un gesto vacío de contenido.
– Se parecía un poco…
Y otra idea asaltó a Grace con una punzada profunda y dura.
– ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para mantener tu secreto, Jimmy?
Él la miró.
– Pale Ink se hizo todavía más famosa tras la desbandada. Se vendieron millones de discos. ¿Quién se ha quedado con ese dinero?
Él meneó la cabeza.
– Te equivocas, Grace.
– ¿Sabías que yo estaba casada con Jack Lawson?
– ¿Qué? Claro que no.
– ¿Por eso viniste a casa esa noche? ¿Intentabas averiguar qué sabía yo?
Él siguió negando con la cabeza. Le resbalaban las lágrimas por las mejillas.
– Eso no es verdad. Yo nunca quise hacer daño a nadie.
– ¿Quién mató a Geri Duncan?
– De eso yo no sé nada.
– ¿Acaso iba a hablar? ¿Fue eso lo que pasó? Y después, al cabo de quince años, alguien fue a por Sheila Lambert, alias Jillian Dodd, pero su marido se interpuso. ¿Fue porque ella iba a hablar, Jimmy? ¿Porque sabía que habías vuelto?
– Tengo que irme.
Ella le interceptó el paso.
– No puedes volver a huir. Ya has huido bastante.
– Lo sé -dijo con voz suplicante-. Lo sé mejor que nadie.
La apartó de un empujón y se fue corriendo. Grace estuvo a punto de gritar «¡Párenlo! ¡Cójanlo!», pero dudó que el guardia pudiera hacer gran cosa. Jimmy ya estaba fuera y Grace casi lo había perdido de vista. Fue tras él cojeando.
Unos disparos -tres- resonaron en la noche. Se oyó un chirrido de neumáticos. La recepcionista soltó la revista y cogió el teléfono. El guardia de seguridad paró de silbar y se abalanzó hacia la puerta. Grace corrió tras él.
Cuando Grace salió, vio un coche que circulaba a toda velocidad por la vía de salida y desaparecía en la oscuridad. Grace no había visto quién iba en el coche. Pero creyó saberlo. El guardia de seguridad se agachó junto al cuerpo. Dos médicos salieron corriendo y casi derribaron a Grace. Pero era demasiado tarde.
Quince años después de la desbandada, la Matanza de Boston se cobraba a su víctima más escurridiza.
52
Tal vez, no tengamos que saber toda la verdad, se dijo Grace. Y tal vez la verdad no importe.
Al final quedaban muchas preguntas. Grace pensó que nunca conocería todas las respuestas. Ya habían muerto demasiados implicados.
Jimmy X, cuyo verdadero nombre era James Xavier Farmington, murió de tres heridas de bala en el pecho.
El cuerpo de Wade Larue fue encontrado cerca de la terminal de autobuses de Port Authority menos de veinticuatro horas después de haber salido de la cárcel. Le habían disparado un tiro en la cabeza a quemarropa. Sólo había una pista significativa: un periodista del Daily News de Nueva York había logrado seguir a Wade Larue después de la rueda de prensa en el Crowne Plaza. Según el periodista, Larue había subido a un sedán negro con un hombre que coincidía con la descripción de Cram. Fue la última vez que alguien vio vivo a Larue.
No hubo detenidos, pero la respuesta parecía evidente.
Grace intentó entender qué había hecho Carl Vespa. Habían pasado quince años, y su hijo seguía muerto. Era extraño plantearlo así, pero tal vez venía al caso. Para Vespa, no había cambiado nada. El tiempo no había bastado.
El capitán Perlmutter intentaría demostrar su culpabilidad para llevarlo a juicio. Pero a Vespa se le daba muy bien borrar sus huellas.
Perlmutter y Duncan se presentaron en el hospital después del asesinato de Jimmy. Grace se lo contó todo. Ya no tenía nada que esconder. Perlmutter comentó casi de pasada que alguien había trazado las palabras Shane Alworth en el suelo de cemento.
– ¿Y eso qué significa? -preguntó Grace.
– Estamos analizando las pruebas, pero es posible que su marido no estuviera solo en ese sótano.
Tenía sentido, supuso Grace. Quince años después volvían todos. Todos los de la foto.
A las cuatro de la mañana, Grace volvió a su cama del hospital. Cuando se abrió la puerta, la habitación estaba a oscuras. Una silueta entró furtivamente. Creía que ella dormía. Por un momento Grace no dijo nada. Esperó a que él volviera a sentarse en la silla, igual que quince años atrás, antes de decir:
– Hola, Carl.
– ¿Cómo estás? -preguntó Vespa.
– ¿Has matado tú a Jimmy?
Se produjo un largo silencio. La sombra no se movió.
– Lo que sucedió esa noche -dijo al fin- fue culpa de él.
– Es difícil saberlo.
La cara de Vespa no era más que una sombra.
– Ves demasiados matices de gris.
Grace intentó incorporarse, pero el tórax no se lo permitió.
– ¿Cómo te enteraste de lo de Jimmy?
– Por Wade Larue -contestó él.
– También lo mataste a él.
– ¿Quieres hacer acusaciones, Grace, o quieres saber la verdad?
Grace estuvo a punto de preguntarle si sólo quería eso, la verdad, pero sabía la respuesta. La verdad nunca bastaría. La venganza y la justicia nunca bastarían.
– Wade Larue se puso en contacto conmigo el día antes de salir en libertad -explicó Vespa-. Quería hablar conmigo.
– ¿Hablar de qué?
– No me lo dijo. Le pedí a Cram que lo recogiera en Manhattan. Vino a mi casa. Empezó con el rollo sensiblero de que entendía mi dolor. Dijo que de pronto estaba en paz consigo mismo, que ya no deseaba vengarse. Yo no quería saber nada de todo eso. Quería que fuera al grano.
– ¿Y lo hizo?
– Sí. -La sombra volvía a permanecer inmóvil. Grace pensó en encender la luz y al final decidió no hacerlo-. Me contó que Gordon MacKenzie había ido a verlo a la cárcel tres meses antes. ¿Sabes por qué?
Grace asintió, ya que en ese momento lo entendió todo.
– MacKenzie tenía un cáncer terminal.
– Exacto. Todavía esperaba comprar un billete de último minuto a la Tierra Prometida. De pronto ya no podía vivir con lo que había hecho. -Vespa ladeó la cabeza y sonrió-. Es curioso que suceda algo así justo antes de morir, ¿no te parece? Si lo piensas, es tan oportuno que resulta irónico. El hombre confiesa cuando ya no tiene nada que perder, y oye, si te crees todas esas patrañas de que con la confesión viene el perdón, al final incluso sales ganando.
Grace sabía que más valía callar. No se movió.
– En cualquier caso, Gordon MacKenzie asumió la culpa. Él vigilaba la entrada de los camerinos. Se dejó distraer por una jovencita muy guapa. Dijo que Lawson y dos chicas pasaron sin que él se diera cuenta. Pero tú todo esto ya lo sabes, ¿no?
– Parte.
– ¿Ya sabes que MacKenzie le disparó a tu marido?
– Sí.
– Y eso fue lo que desencadenó la desbandada. Después, cuando pasó todo, MacKenzie se reunió con Jimmy X. Los dos acordaron callarse. Les preocupaba un poco la herida de Jack y que esas chicas hablaran, pero esos tres también tenían mucho que perder.
– Así que todos callaron.
– Sí. MacKenzie se convirtió en héroe. A raíz de eso entró a trabajar en la policía de Boston. Lo ascendieron a capitán. Todo gracias a su heroicidad de esa noche.
– ¿Y qué hizo Larue después de que MacKenzie confesara todo esto?