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– No…

– Y es posible, puesto que buscamos a más culpables, es posible que tengamos que preguntarnos quién era la chica guapa que distrajo a Gordon MacKenzie para que los demás fueran a ver a Jimmy X. Sabemos que no fue mi hermana, ni Sheila Lambert, ni Sandra Koval.

Grace siguió moviendo la cabeza, pero de pronto recordó aquel día en la playa, la primera vez que vio a Jack, esa sensación, ese tirón repentino en las entrañas. ¿De dónde había venido? Es lo que uno siente…

… cuando tiene la sensación de conocer a esa persona.

El tipo de déjà-vu más extraño. Esa sensación de que ya estás conectada a alguien, de que ya has tenido ese primer arrebato de pasión. Los dos cogidos de la mano, y cuando empieza la agitación, sientes que se te contrae el estómago al apartarse su mano de la tuya…

– No -dijo Grace, ahora con más firmeza-. Te equivocas. No puede ser. Me habría acordado de eso.

Scott Duncan asintió.

– Es posible que tengas razón.

Se puso en pie y sacó la cinta del magnetófono. Se la dio.

– Es todo una conjetura descabellada. O sea, por lo que sabemos, puede que esa mujer misteriosa fuera la razón por la que Shane no fue a los camerinos. A lo mejor ella lo convenció. O a lo mejor él pensó que había algo más importante allí mismo, en ese foso de orquesta, de lo que podía encontrar en una canción. A lo mejor, incluso tres años después, se aseguró de que volvería a encontrarlo.

Después Scott Duncan se marchó. Grace se puso en pie y fue a su estudio. No había pintado nada desde la muerte de Jack. Puso la cinta en su aparato de música portátil y apretó el botón.

Cogió un pincel e intentó pintar. Quería pintarlo a él. Quería pintar a Jack: no a John, no a Shane. A Jack. Pensó que saldría una imagen confusa y borrosa, pero no fue eso lo que sucedió en absoluto. El pincel voló y danzó por el lienzo. Ella empezó a pensar otra vez que nunca podríamos saberlo todo acerca de los seres queridos. Y tal vez, bien pensado, ni siquiera todo acerca de nosotros mismos.

La cinta se acabó. La rebobinó y la oyó otra vez. Trabajó con un frenesí delirante y delicioso. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. No se las secó. En cierto momento consultó el reloj. Pronto tendría que dejarlo. Se acercaba la hora de salida de la escuela. Debía recoger a los niños. Emma tenía clase de piano. Max tenía entrenamiento de fútbol con su equipo itinerante.

Grace cogió el bolso y cerró la puerta con llave al salir.

AGRADECIMIENTOS

El autor desea dar las gracias a las siguientes personas por sus conocimientos técnicos: el doctor Mitchell F. Reiter, jefe del Departamento de Cirugía de la Columna Vertebral, UMDNJ (alias «Cuz»); el doctor David A. Gold; Christopher J. Christie, fiscal del estado de Nueva Jersey; el capitán Keith Killion del Departamento de Policía de Ridgewood; el doctor Steven Miller, director de Medicina de Urgencias Pediátricas del Children's Hospital of New York Presbyterian; John Elias, Anthony Dellapelle (el no ficticio), Jennifer van Dam, Linda Fairstein y Craig Coben (alias «Bro»). Como siempre, si hay errores, técnicos o de cualquier otro tipo, la culpa es de estas personas. Estoy harto de ser el cabeza de turco.

Quiero añadir un gesto de gratitud para Carole Baron, Mitch Hoffman, Lisa Johnson y a todos los de Dutton and Penguin Group USA; Jon Woods, Malcolm Edwards, Susan Lamb, Juliet Ewers, Nicky Jeanes, Emma Noble y la panda de Orion; Aaron Priest, Lisa Erbach Vance, Bryant y Hil (por ayudarme a superar el primer bache), Mike y Taylor (por ayudarme con el segundo) y Maggie Griffin.

Es posible que el nombre de algunos personajes de este libro coincida con el de personas que conozco; aun así, son totalmente ficticios. De hecho, la novela entera es una obra de ficción. Eso significa que invento historias.

Un agradecimiento especial para Charlotte Coben por los poemas de Emma. Como suele decirse, reservados todos los derechos.

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Sólo una mirada - pic_2.jpg
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