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– Porque si lo llevabas al hospital, tendrían que denunciar el tiroteo. Si te presentabas con un cadáver, o si simplemente lo dejabas tirado en la calle, alguien investigaría y averiguaría dónde y cómo le dispararon. Tú, la prometedora abogada, estabas aterrorizada. Seguro que Sheila Lambert también. Cuando sucedió eso, el mundo entero enloqueció. El fiscal de Boston e incluso el propio Carl Vespa salieron por televisión reclamando sangre. Y todas las familias. Si te veías involucrada en eso, te detendrían o algo peor.

Sandra Koval permaneció callada.

– ¿Llamaste a tu padre? ¿Le preguntaste qué debías hacer? ¿Te pusiste en contacto con algún criminal, alguno de tus antiguos clientes, para que te ayudara? ¿O simplemente te deshiciste del cadáver por tu cuenta?

Sandra se rió.

– Qué imaginación tienes, Grace. Y ahora, ¿puedo preguntarte una cosa?

– Claro.

– Si John Lawson murió hace quince años, ¿con quién te casaste?

– Yo me casé con Jack Lawson -contestó Grace-, que antes se llamaba Shane Alworth.

Eric Wu no había retenido a dos hombres en el sótano, comprendió Grace. Sólo a uno. A un hombre que se había sacrificado para salvarla. A un hombre que debía de saber que iba a morir y quería dejar constancia de una última verdad de la única manera que le quedaba.

Sandra Koval casi sonrió.

– Es una teoría increíble.

– Y fácil de probar.

Sandra se echó atrás y se cruzó de brazos.

– Hay algo que no entiendo de tu versión de los hechos. ¿Por qué no me limité a esconder el cadáver de mi hermano y fingí que había huido?

– Demasiada gente haría preguntas -dijo Grace.

– Pero eso fue lo que les pasó a Shane Alworth y Sheila Lambert. Desaparecieron sin más.

– Eso es verdad -reconoció Grace-. Y tal vez la respuesta tenga que ver con el fideicomiso familiar.

Al oírla, Sandra se quedó petrificada.

– ¿El fideicomiso?

– Encontré los documentos del fideicomiso en el escritorio de Jack. Se los llevé a un amigo abogado. Se ve que tu abuelo creó seis fideicomisos. Tenía dos hijos y cuatro nietos. Olvídate por un momento del dinero. Hablemos del poder de voto. Todos teníais la misma participación, que se dividía en seis partes, pero tu padre tenía un cuatro por ciento más. De ese modo, tu lado de la familia controlaba el negocio, con un cincuenta y dos por ciento frente al otro cuarenta y ocho. Pero, y a mí estas cosas no se me dan muy bien, así que discúlpame, el abuelo quería que todo quedara en familia. Si cualquiera de vosotros moría antes de los veinticinco años, el poder de voto debía dividirse a partes iguales entre los cinco supervivientes. Si tu hermano moría la noche del concierto, por ejemplo, significaba que tu lado de la familia, tu padre y tú, ya no ocuparíais una posición mayoritaria.

– Estás loca.

– Es posible -dijo Grace-. Pero, dime, Sandra. ¿Por qué lo hiciste? ¿Fue por miedo a que te cogieran, o temías perder el control del negocio familiar? Tal vez por una mezcla de las dos cosas. En cualquier caso, sé que conseguiste que Shane Alworth ocupara el lugar de tu hermano. Será fácil demostrarlo. Desenterraremos viejas fotos. Podemos hacer una prueba del ADN. O sea, se ha acabado.

Sandra empezó a golpear la mesa con las yemas de los dedos.

– Si eso es verdad -dijo-, el hombre al que quisiste te mintió todos esos años.

– Eso es verdad al margen de todo -dijo Grace-. Por cierto, ¿cómo conseguiste que cooperara?

– Se supone que eso es una pregunta retórica, ¿no?

Grace se encogió de hombros y prosiguió:

– La señora Alworth me dijo que eran pobres de solemnidad. Su hermano Paul no podía pagarse la universidad. Ella vivía en un tugurio. Pero me atrevo a suponer que tú los amenazaste. Si un miembro de Allaw salía perjudicado por eso, todos se verían afectados. Es probable que él pensara que no le quedaba más remedio.

– Vamos, Grace. ¿De verdad crees que un pobretón como Shane Alworth podía hacerse pasar por mi hermano?

– ¿Realmente habría sido tan difícil? Seguro que tu padre y tú lo ayudasteis. No habría sido ningún problema conseguir documentos de identidad. Ya tenías el certificado de nacimiento de tu hermano y todos los documentos necesarios. Bastaba con decir que le habían robado la cartera. Entonces era más fácil falsificar documentos. Se habría sacado un nuevo permiso de conducir, un pasaporte, lo que sea. Encontraste otro abogado especializado en fideicomisos en Boston… mi amigo se fijó en que ya no era el de Los Ángeles… alguien que no hubiera visto nunca a John Lawson. Si tú, tu padre y Shane ibais juntos a su despacho, con todos los documentos de identidad en regla, ¿quién lo pondría en duda? Tu hermano ya se había licenciado en la Universidad de Vermont, así que tampoco tenía que presentarse allí con una cara nueva. Shane ya podía irse al extranjero. Si alguien se encontraba con él, pues nada, diría que se llamaba Jack y que era otro John Lawson. Tampoco es un nombre muy raro.

Grace esperó.

Sandra cruzó los brazos.

– ¿Y se supone que ahora es cuando debo venirme abajo y confesar?

– ¿Tú? No, no lo creo. Pero vamos, ya sabes que se ha acabado. No será difícil demostrar que mi marido no era tu hermano.

Sandra Koval se tomó su tiempo.

– Eso es posible -admitió, ahora midiendo más sus palabras-. Pero no creo que haya ningún delito en eso.

– ¿Por qué?

– Digamos, de nuevo hipotéticamente, que tienes razón. Digamos que es verdad que conseguí que tu marido se hiciera pasar por mi hermano. Eso ocurrió hace quince años. Hay una ley de prescripción de derechos. Puede que mis primos intenten enfrentarse a mí por el fideicomiso, pero no les conviene el escándalo. Lo resolveríamos. E incluso si lo que dices es verdad, mi delito no sería muy grave. Si yo estaba en el concierto esa noche… en fin, en los primeros días de toda esa locura, ¿quién me echaría la culpa por haberme asustado?

Grace habló en voz baja.

– Yo no te culparía por eso.

– Pues ya ves.

– Y al principio tampoco hiciste nada demasiado malo. Fuiste a ese concierto a pedir justicia para tu hermano. Te enfrentaste al hombre que robó una canción compuesta por tu hermano y su amigo. Eso no es ningún delito. Las cosas se torcieron. Tu hermano murió. No podías hacer nada para recuperarlo. Así que actuaste como te pareció mejor. Jugaste las terribles cartas que te tocaron.

Sandra Koval extendió los brazos.

– Entonces, ¿qué quieres ahora, Grace?

– Respuestas, supongo.

– Por lo visto, ya has recibido unas cuantas. -A continuación, levantó el dedo y añadió-: Eso en términos hipotéticos.

– Y tal vez quiera justicia.

– ¿Qué justicia? Tú misma acabas de decir que lo que sucedió es comprensible.

– Esa parte -dijo Grace, todavía en voz baja-. Si hubiera acabado allí, sí, es probable que lo hubiera dejado estar. Pero no se acabó allí.

Sandra Koval se reclinó y esperó.

– Sheila Lambert también tuvo miedo. Sabía que lo mejor que podía hacer era cambiar de nombre y desaparecer. Todos acordasteis dispersaros y callar. En cuanto a Geri Duncan, ella se quedó donde estaba. Eso no importó, al principio. Pero de pronto se enteró de que estaba embarazada.

Sandra sólo cerró los ojos.

– Cuando aceptó ser John Lawson, Shane, mi Jack, tuvo que romper todos los lazos e irse al extranjero. Geri Duncan no sabía adónde se había ido. Al cabo de un mes se enteró de que estaba embarazada. Quería encontrar al padre desesperadamente. Así que fue a verte. Sospecho que quería partir de cero. Quería contar la verdad y tener a su hijo haciendo borrón y cuenta nueva. Y tú ya conocías a mi marido. Jamás le habría dado la espalda si ella insistía en tener el hijo. A lo mejor él también habría querido hacer borrón y cuenta nueva. Y entonces, ¿qué habría sido de ti, Sandra?

Grace se miró las manos. Seguían temblando.

– Así que tuviste que silenciar a Geri. Eras abogada criminalista. Representabas a criminales. Y uno de ellos te ayudó a encontrar a un asesino a sueldo que se llamaba Monte Scanlon.

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