– Entre los presentes en esta reunión, ¿hay alguien que haya visto con sus propios ojos al hombre salvaje? -pregunto.
Se ríen todos mientras me miran. Ignoro si esto significa que le han visto, o más bien lo contrario.
Más tarde, un mando me acompaña a la zona central de la reserva natural que ha sido explotada. Su cima está totalmente desnuda. Durante dos años, a partir de 1971, los bosques fueron talados por un regimiento motorizado del ejército. Se decía que el bosque estaba destinado a la defensa nacional. No es hasta dos mil novecientos metros de altitud que puede verse una pradera de semejante belleza. Un mar de verde hierba tierna ondea en medio de la niebla y la lluvia. En su centro se alzan unos bosquecillos de bambúes-flechas totalmente redondos. Me quedo largo rato de pie expuesto al frío, contemplando esta parcela de naturaleza virgen.
Ya dijo Zhuangzi con acierto hace más de dos mil años que la madera útil muere bajo el hacha cuando la madera inútil conoce una gran prosperidad. Ahora el hombre es más devastador que antaño. La teoría de la evolución de Huxley puede ser puesta en entredicho.
Con todo, he visto también en la montaña un osezno en el refugio de madera de una familia. Tenía una cuerda en torno al cuello y se asemejaba a un perrito amarillo. No paraba de trepar entre chillidos a una leñera, incapaz aún de defenderse mordiendo. El amo de casa me ha dicho que lo había recogido en la montaña. No le he preguntado si dio muerte a sus progenitores. Simplemente me parece un osezno adorable. Cuando ve que estoy cautivado por él, me propone llevármelo por veinte yuanes. No tengo ninguna intención de aprender números de circo, y ¿cómo podría proseguir mi viaje con él? Prefiero preservar mi libertad.
He visto también puesta a secar en la puerta de una casa una piel de leopardo que sirve de colchón, ya roída por los gusanos. Los tigres han desaparecido, por supuesto, desde hace más de diez años.
También he visto un ejemplar de mono de nariz respingona, sin duda el que fue capturado sobre un árbol y murió por negarse a tomar alimento. Es cuanto puede hacer un animal salvaje que pierde su libertad y se niega a ser domesticado, pero ello le exige una gran voluntad, y los hombres no siempre tienen tanta.
Y ha sido también delante de la entrada de la oficina de esta reserva natural donde he visto un eslogan nuevo que proclamaba: «¡Aclamemos calurosamente la fundación del Comité del Movimiento de las Personas de Edad!». Creía que iba a ser creado un nuevo movimiento político y le he preguntado enseguida al mando que estaba pegando este eslogan. Él me ha explicado que había llegado de arriba la orden de pegarlo, pero que eso a ellos no les concernía. Únicamente los viejos mandos revolucionarios que hayan alcanzado la sesentena podrán aspirar, como mínimo, a una asignación de cien yuanes por actividades deportivas, pero aquí el mando de más edad no pasa de los cincuenta años, por lo que no recibirá más que un carnet conmemorativo como premio de consolación. Más tarde, he conocido a un joven periodista que me ha contado que el responsable de este Comité de Personas de Edad no era otro que el antiguo secretario del Comité del Partido de la zona. Para celebrar la creación de este comité, ha exigido del gobierno local una suma de un millón de yuanes. Este joven periodista tiene intención de escribir un informe y enviarlo directamente a la comisión de disciplina del Comité Central del Partido. Me ha preguntado si yo tenía algún medio de hacérselo llegar. Comprendo su indignación, pero le he aconsejado que lo enviara por correo, que era más seguro que confiármelo a mí.
Y, por último, he visto también aquí a una muchacha exquisita. Tenía algunas pecas en la nariz y llevaba una camisa de algodón de manga corta y de cuello escotado, una especie de camiseta diferente de las ropas con que visten los montañeses. Efectivamente, era natural del pueblo natal de Qu Yuan, Zigui, situado al sur, a orillas del Yangtsé. Cuando obtuvo el título de secundaria, se vino aquí a casa de su primo, pensando encontrar trabajo en la reserva natural. Explicaba que el Ayuntamiento de su distrito ya les había advertido de que iban a dar comienzo los trabajos de construcción de la gran presa de las Tres Gargantas, y que la cabeza de distrito sería tragada por las aguas. Todo el mundo había rellenado formularios de inscripción para la evacuación de la población, que era movilizada para encontrar nuevos medios de subsistencia. Después, he llegado a Yichang siguiendo el curso del río Xiang, hacia el sur, allí donde nacen las mujeres más bellas. He pasado cerca de la residencia de tejados inclinados de tejas negras de la hermosa Wang Shaojun de la Antigüedad, en la ladera de la colina y a orillas del río. Un escritor aficionado de Yichang me ha informado de que su ciudad sería la cabeza de la nueva provincia de las Tres Gargantas y que el candidato a la presidencia de la futura Asociación de Escritores de las Tres Gargantas ya había sido elegido: era un poeta galardonado del que yo había oído ya hablar, pero que no aprecio en absoluto.
Hace ya mucho tiempo que he perdido la vena poética y que no escribo poemas. Me pregunto si estamos aún en una época de poesía. Todo lo que debe ser cantado y recitado lo ha sido ya, el resto ha sido compuesto e impreso en pesados caracteres de plomo, y a esto lo llaman algo significativo. Pues bien, según las imágenes de hombres salvajes que he tenido ocasión de ver, establecidas a partir de deducciones científicas sacadas de descripciones orales de testigos oculares y publicadas por la Asociación de Investigación sobre el Hombre Salvaje, este hombre de hombros caídos, cuerpo encorvado, piernas torcidas y el pelo largo con una eterna sonrisa, sí que es algo significativo. Y el extraño espectáculo que vi, durante la última noche que pasé allí, en la explanada de los Peces de Madera en Shennongjia, en la zona de protección natural del bosque virgen, ¿puede ser ello considerado como un poema?
La luna brilla en la explanada vacía; a la sombra de la montaña inmensa, se alzan dos largas cañas de bambú. De ellas cuelgan dos lámparas de petróleo que difunden una luz blanca y ha sido tendida entre una y otra cortina. Hay una compañía de circo actuando en el lugar, acompañada por una abollada trompeta que desentona un tanto y un gran tambor de triste sonido, corroído por la humedad. Hay cerca de doscientas personas: todos los adultos y los niños de este pueblecito de montaña, incluidos los mandos y los trabajadores de la zona forestal acompañados de sus familias, incluida también la joven esbelta de las pecas, oriunda del pueblo natal de Qu Yuan, vestida con su camiseta escotada llamada tee-shirt, según la pronunciación inglesa. Están agrupados en un arco circular de tres filas. En el centro, los espectadores están sentados en unos taburetes que se han traído de sus casas; detrás, la gente está de pie, y los que se encuentran aún más atrás estiran el cuello para tratar de ver algo entre las cabezas.
El programa se compone de unos números de qigong que consiste en romper unos ladrillos. Un ladrillo, dos ladrillos, tres ladrillos que se quiebran en dos, bajo el golpe del canto de la mano. Un hombre aprieta su cinturón, se traga unas bolas metálicas y las vuelve a expulsar en medio de un espurreo de gotas de saliva. Una chica gruesa trepa a los mástiles de bambú de los que ha colgado unos ganchos dorados. Echa fuego por la boca. «Esto tiene truco, tiene truco», murmuran las mujeres allí presentes, seguidas de los niños. El jefe de la compañía exclama:
– ¡Bueno, ahora van a ver un número de verdad!
Coge una lanza y pide al que se tragaba bolas metálicas que apoye la punta en su pecho, luego en su garganta, hasta que la lanza se dobla igual que un arco. En la frente de este mozarrón de calva cabeza sobresalen unas venas azules. Los aplausos arrecian, el público ha sido por fin conquistado.