De camino al centro de acogida donde me hospedo, paso por delante de un cine. No sé si están proyectando alguna película. Un llamativo cartel, que representa a una mujer espléndida de turgente pecho, es iluminado por un proyector. En el título de la película debe figurar un nombre de mujer o la palabra amor. Es todavía pronto, no tengo ningunas ganas de volver a mi habitación con cuatro camas vacías. Vuelvo sobre mis pasos para ir a casa de un amigo que acabo de conocer. Ha estudiado arqueología en la universidad. No sé cómo llegó aquí y tampoco se lo he preguntado. Él me ha dicho simplemente de mala gana que no tenía el doctorado hecho.
Según su punto de vista, la etnia yi vive principalmente en la cuenca del Jinshajiang y de su afluente el Yagongjiang. Sus antepasados son los qiang, que fueron emigrando paulatinamente aquí al desaparecer el sistema esclavista de la llanura central de la época de los Shang y de los Zhou. En la época de los Reinos Combatientes, cuando el reino de Qin y el de Chu se batieron en el actual Guizhou, sus antepasados volvieron a emigrar hacia el Yunnan. Éste es un hecho atestiguado fehacientemente por el texto antiguo en lengua yi, los Anales yi del suroeste. Sin embargo, el año pasado, descubrió a orillas del lago Cao más de cien herramientas de piedra que datan del Paleolítico, y posteriormente, en el mismo lugar, unas herramientas del Neolítico cuyo pulimento se asemeja mucho al de las herramientas del emplazamiento de Hemudu en el curso inferior del Yangtsé. También han sido sacados a la luz vestigios de edificaciones que se asemejan a casas construidas sobre pilotes en el vecino distrito de Hezhang. Piensa, por ello, que en el Neolítico existía una relación entre el lugar donde nosotros estamos y la cultura de los antepasados de las tribus baiyue.
Cuando me ve llegar, saca de debajo de una camita de niño una cesta llena de piedras, creyendo que vengo a ver las herramientas que ha encontrado. Nos miramos riendo. Le digo:
– No he venido por las piedras.
– ¡Es cierto, las piedras no son lo prioritario, vamos, ven, ven!
Deja al punto la cesta detrás de la puerta y llama a su mujer:
– ¡Trae de beber!
Yo le digo que acabo de beber.
– ¡No te preocupes, si te emborrachas, puedes pasar la noche aquí!
Debe de ser del Sichuan. Al oír su manera de hablar, me siento próximo a él y adopto su acento. Su mujer prepara inmediatamente unos platos para acompañar un aguardiente con un aroma maravillosamente aterciopelado. Desbordante de entusiasmo, mi amigo se lanza a grandes discursos: sobre los fragmentos de fósiles de machairodm extraídos de las zonas pantanosas del lago Cao, que se venden como huesos de dragón; sobre los mandos locales capaces de reunirse una mañana entera para decidir la simple compra de un ábaco.
«Antes de comprarlo, conviene pasarlo un instante por el fuego para ver si las bolas son de cuerno de buey o bien de madera pintada.»
«¿Es auténtico o de imitación?»
Nos reímos los dos hasta quedarnos sin respiración. Nos duele la tripa, nadamos en plena euforia.
Cuando salgo de su casa, me parece tener los pies de una ligereza desacostumbrada, típica de las altiplanicies. Sé que he bebido justo lo necesario, sin pasarme. Más tarde, me acuerdo de que he olvidado coger de su cesta un hacha de piedra utilizada por los descendientes del hombre de Yuanmou. * Él había exclamado mientras me mostraba las piedras de la cesta colocada tras la puerta:
– ¡Coge tantas como quieras, son talismanes transmitidos de generación en generación!
21
Ella dice que tiene miedo de los ratones, del ruido de los ratones que corretean por el piso. También tiene miedo de las serpientes. En estas montañas las hay por todas partes, tiene miedo de las serpientes coloradas que se desprenden de las vigas y se introducen entre las mantas, quiere que la tengas estrechamente apretada entre tus brazos, dice que tiene miedo de la soledad.
Dice que quiere oír tu voz, que tu voz la tranquiliza. También quiere descansar su cabeza en tu hombro. Quiere oírte hablar, hablar sin cesar, sin parar, así ya no se sentirá sola.
Dice que quiere oírte contarle historias, quiere saber cómo el Segundo Señor poseyó a la muchacha que los bandidos raptaron precisamente delante de la puerta de su casa, cómo se sometió a él, cómo se convirtió en la dueña y señora de la casa y cómo acabó a continuación, mediante sus propias manos, con la vida del Segundo Señor.
Dice que no quiere oír hablar de la historia de la muchacha llegada de la ciudad que se arrojó al río, que no debes describir el cadáver hinchado que fue repescado completamente desnudo, ella no quiere suicidarse ya, no quiere oír tampoco la historia de los hombres que llevaban los dragones-linternas y que se molieron a palos. Ya ha visto bastante sangre en el quirófano del hospital. Tiene ganas de escuchar historias divertidas, como la de la mujer de la camelia, no quiere más historias violentas.
Te pregunta si eres igual con las demás chicas. No quiere saber lo que haces con ellas. Lo único que desea es saber si ella es la primera a la que has llevado así a la montaña. Le preguntas qué piensa ella al respecto. Dice que no tiene ni idea. Tú dejas que lo adivine. Ella dice que no puede adivinarlo y que tú no se lo dirás, aun en el caso de que ya hubiera sucedido. No quiere tampoco saberlo, lo único que sabe es que ha venido de buen grado, ha sido culpa suya si ha sido engañada, dice que lo único que te pide ahora es que la comprendas, que la protejas, que te ocupes de ella, que veles por ella.
Dice que la primera vez que la poseyó un hombre fue muy brutal, no se refiere a ti, sino a ese amigo suyo, que no tenía ninguna consideración con ella. En aquel tiempo era completamente pasiva, no sentía el menor deseo, ni tampoco ninguna emoción. Él le quitó la falda a toda prisa, mientras ella mantenía un pie apoyado en el suelo al lado de la cama. Era un tipo particularmente egoísta, un cerdo, que lo único que quería era violarla. Ella consintió, por supuesto, pero se sintió muy mal, la hizo sufrir. Sabía que se exponía a sufrir y lo hizo como quien cumple con una tarea, para incitarle a él a amarla, para que se casase con ella.
Dice que no sintió ningún placer con él y que vomitó al ver chorrearle su esperma por el muslo. Más tarde, este olor le producía siempre náuseas. Dice que para él no era más que un objeto con que satisfacer su deseo. Sentía asco hacia su propia carne cuando era mancillada por él.
Dice que es la primera vez que se entrega, que es la primera vez que se sirve de su cuerpo para amar a un hombre. No ha vomitado. Te está agradecida por haberle dado ese placer. Dice que lo que ella quería era precisamente vengarse de él de este modo, vengarse de su amigo, le dirá que se ha acostado también con otro hombre. Un hombre mucho mayor que ella, un hombre que ha sabido gozar de ella y darle a su vez placer.
Dice que sabía que sucedería así, que sabía que te dejaría entrar en ella, que sabía que todas sus prevenciones no eran en realidad más que una forma de engañarse a sí misma. Pero ¿por qué quiere castigarse a sí misma? ¿Acaso es porque no es capaz de disfrutar también a su antojo? Ella afirma que tú le has devuelto las ganas de vivir y la esperanza, quiere seguir viviendo, siente de nuevo deseo.
También dice que, cuando era pequeña, tenían un perro en casa al que le gustaba despertarla con su húmedo hocico y que, a veces, saltaba sobre su cama. A ella le encantaba estrechar a este perro entre sus brazos. Su mamá decía, su verdadera mamá que vivía todavía, decía que los perros tienen pulgas que pican. Hubo un tiempo en que no paraban de salirle unas manchas rojas en el cuerpo que le picaban. Su madre decía que le había mordido el perro. Más adelante se prohibió criar perros en la ciudad y, un día en que ella no estaba en casa, un equipo de recogida de animales domésticos se llevó a su perro y le dio muerte, ella lloró y se negó a comer aquella noche. En aquel tiempo, dice, sólo conocía la bondad. No comprendía por qué el mundo de los hombres era tan malvado, por qué las relaciones humanas adolecían tanto de compasión. Ella dice que no sabe por qué te cuenta todo esto.