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Tú dices que acabas de soñar, dormido contra ella. Ella dice que es cierto, hace un instante hablaba todavía contigo, tú no dormías, ella dice que te acariciaba y mientras tú soñabas, ella te ha tomado el pulso, hace apenas un minuto. Tú dices que es cierto, todo era claro aún, sentías la dulzura de sus pechos, la respiración de su vientre. Ella dice que te estrechaba, que te ha tomado el pulso. Tú dices que has visto alzarse la negra superficie del mar, la superficie perfectamente plana se ha elevado de manera lenta, inexorable. Comprimida, la línea entre cielo y tierra ha desaparecido y la superficie negra ha ocupado el espacio entero. Ella dice que has dormido, pegado contra su pecho. Tú dices que has sentido sus pechos subir, como una marea negra, que el flujo era como un deseo que crece, cada vez más intenso; cuando iba a tragársete, dices que sentiste una especie de inquietud. Dice ella: estabas sobre mi pecho como un niño bueno, sólo tu pulso estaba acelerado. Tú dices que has sentido una especie de opresión, esa marea que subía y se extendía de manera incontenible se convertía en una inmensa superficie llana que rompía contra ti, sin la menor ola, lisa y resbaladiza como una seda negra desplegada sin fin, fluía, sin que hubiera nada que pudiera contenerla, puesto que se transformaba en un salto de agua negro cayendo desde un punto invisible situado muy alto hacia un abismo insondable, sin encontrar la menor resistencia en su camino. Ella dice: mira que eres estúpido, déjame acariciarte. Tú dices que has visto ese océano negro con sus olas rompiendo, esa superficie que se ha levantado para ocupar el espacio entero, inexorablemente. Estabas sobre mi pecho, dice ella, he sido yo quien te ha apretado entre mis brazos, con mi dulce perfume, sabías que eran mis pechos, mis pechos que se hinchaban. Tú dices que no. Ella dice que sí, era yo quien te estrechaba, quien te ha tomado el pulso que latía cada vez más rápido. Tú dices que en estas olas negras que saltaban flotaba una anguila húmeda y escurridiza como un relámpago, pero que fue tragada enseguida por la negra ola. Ella dice que la ha visto y sentido. Luego, tras pasar la ola, no quedaba más que la ilimitada playa, vasta extensión llana formada de minúsculos granos de arena, e inmediatamente después de retirarse la marea no han quedado más que burbujas y has visto entonces unos cuerpos humanos negros, arrodillados, trepando, retorciéndose, enroscados juntos, rechazándose y luego mezclándose de nuevo, enfrentados en medio de un absoluto silencio en la inmensa playa de la orilla del mar, sin ruido de viento, encabalgándose unos sobre otros, se alzaban, caían, con las cabezas y piernas, los brazos y pies inextricablemente entremezclados. Hubiéranse dicho unos elefantes marinos, pero no del todo, rodaban, se alzaban y caían, rodaban de nuevo, se alzaban y caían. Ella dice que lo ha sentido en ti, tras unas violentas palpitaciones, tu pulso se ha calmado, luego, intermitentemente, las palpitaciones han vuelto, y acto seguido se han calmado, ella lo ha percibido todo. Tú dices que has visto unos cuerpos de animales marinos de aspecto humano o bien cuerpos humanos de aspecto animal, cuerpos negros y lisos, un poco brillantes, como una seda negra, como un abrigo de piel reluciente, se retorcían y volvían a caer tan pronto como se habían alzado, rodando sin cesar, inextricablemente encabalgados, imposible decir si se batían o se mataban entre sí, sin ruido, has visto claramente sobre esta playa desierta, sin la menor brisa, en la distancia, esos cuerpos que rodaban y se retorcían en medio de un absoluto silencio. Ella dice que era tu pulso. Tras unas violentas palpitaciones, éste se ha apaciguado, luego se ha puesto de nuevo a latir más fuerte, hasta que se ha calmado nuevamente. Tú dices que has visto estos cuerpos lisos y negros de animales marinos de aspecto humano o estos cuerpos humanos de aspecto animal, brillando con una lucecita, como una seda negra, una piel reluciente, que se retorcían y rodaban, inextricablemente encabalgados, sin nunca cesar, lenta, tranquilamente, batiéndose o matándose entre sí, lo has visto muy claramente sobre la playa en calma, a lo lejos, los has visto rodar con la mayor nitidez. Ella dice que descansabas tu cabeza sobre su cuerpo, pegado contra sus pechos, como un niño bueno, tu cuerpo estaba cubierto de sudor. Dices que lo has visto todo claramente, y que has visto también la superficie negra del mar alzarse y romper lenta, irresistiblemente, has sentido una especie de inquietud. Ella dice que eres un niño estúpido, que no comprendes nada de nada. Pero tú dices que lo has visto todo muy claramente, con la mayor nitidez, ella rompía así, ha ocupado el espacio entero, esa impetuosa ola negra sin límites rompía inexorablemente, sin un ruido, lisa como una seda negra desplegada, fluía como un salto de agua, negro también, sin ninguna resistencia, sin espuma, precipitado en una sima insondable, lo has visto todo. Ella dice que te estrechaba contra su pecho, tu espalda estaba cubierta de sudor. Ese muro negro vertical y resbaladizo que se derramaba te ha inquietado, a tu pesar, cerrando los ojos has seguido sintiendo su presencia, pero lo has dejado fluir sin poder retenerlo, lo has visto todo, no has visto nada, este mar encabritado, te has hundido, has vuelto a salir a flote, las bestias negras batiéndose o matándose entre sí, retorciéndose sin cesar sobre la playa desierta y sin viento. Ella ha reposado tu cabeza contra su pecho, tú conservas estos pequeños detalles grabados en tu memoria, pero no has podido repetirlos. Ella dice que quiere tomarte el pulso de nuevo, lo quiere, y quiere también a esas bestias salvajes de rostro humano que se retuercen, ese combate silencioso, como una carnicería, inextricablemente enmarañadas unas con otras, ellas se desplazan por la playa en calma formada de minúsculos granos de arena, no quedan más que burbujas, ella lo quiere, lo quiere de nuevo. Cuando esta marea negra se haya retirado, ¿qué quedará sobre la playa?

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Es una máscara de animal con rostro humano tallada en madera, dos cuernos en lo alto de la cabeza y otros dos más pequeños a los lados. No puede, pues, tratarse de la representación de un buey o de un cordero doméstico. Debe de ser una bestia feroz, pues ese rostro extraño y diabólico no tiene la dulzura de un ciervo. En lugar de ojos, dos redondos agujeros abiertos, rodeados por un cerco. Debajo de cada ceja, una profunda incisión. La frente es pronunciada y los motivos grabados por encima de las cejas hacen resaltar las cuencas. Los ojos son amenazadores, como los de una bestia salvaje que se enfrentara a un hombre.

En los agujeros negros de salientes órbitas, las pupilas del que lleva la máscara deben de lanzar chispas, como una mirada de animal feroz. Y dos mediaslunas, con las puntas aguzadas, ahuecadas bajo los ojos, añaden crueldad a la mirada. La nariz, la boca, los pómulos y la mandíbula inferior están perfectamente dibujados, una boca de anciano desdentado, en la que no se ha omitido ni el hoyuelo en medio de la barbilla. La piel está reseca, los pómulos son salientes. Los rasgos del rostro son nítidos y vigorosos. Es el de un anciano, pero posee una gran fuerza. En las comisuras de los labios, fuertemente apretados, hay tallados dos afilados colmillos que suben por ambos lados de la nariz. Las ventanillas de ésta son achatadas, dando una impresión de burla y de desprecio. No tiene dientes, no a causa de la vejez, sino porque han sido colocados unos colmillos en su lugar. En las comisuras de los apretados labios, han sido abiertos dos agujeritos probablemente para hacer salir por ellos unos bigotes de tigre. Este rostro humano, rebosante de inteligencia, está animado al propio tiempo del carácter salvaje de la bestia.

La observación de las aletas de la nariz, de las comisuras de la boca, de los labios, de los pómulos, de la frente y del entrecejo, prueba que el escultor debía de conocer perfectamente la morfología del esqueleto y de los músculos del rostro humano. Únicamente las órbitas y los cuernos sobre la cabeza son exagerados, mientras que el diseño de los músculos del rostro crea una especie de tensión. Sin los bigotes de tigre, éste podría ser el rostro de un hombre primitivo tatuado, cuyo conocimiento de sí mismo y de la naturaleza se halla enteramente contenido en los negros orificios de sus redondas órbitas. Los dos agujeros en las comisuras de los labios expresan la desconfianza de la naturaleza hacia el hombre al mismo tiempo que el respeto que siente por él. Este rostro refleja también de modo perfecto el temor del hombre hacia la bestialidad de sus semejantes y la suya propia.

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