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Es realmente una velada alegre, las muchachas te rodean y se te disputan tendiendo sus manos para que les leas el futuro.

Dices que no eres un echador de buenaventura, sino tan sólo un brujo.

¡Un brujo es algo espantoso! ¡Espantoso!, gritan las chicas.

¡No, precisamente a mí me gustan los brujos, los adoro! Una muchacha te estrecha entre sus brazos y te tiende su mano regordeta: mira un poco, ¿tendré dinero o no? Abre la otra mano: me importa un rábano el amor y el trabajo, lo único que quiero es un marido cargado de dinero.

Otra muchacha se burla de ella: para eso te basta con buscarte un viejo.

¿Por qué necesariamente un viejo?, le replica la muchacha de las manos regordetas.

Una vez muerto él, todo su dinero será para ti, y tú podrás volver a estar con tu enamorado. Tiene un humor verdaderamente cáustico.

Y si no se muere, será atroz, ¿no? ¡No seas tan mala!, le responde la joven de las manos regordetas.

Esta mano regordeta es muy deseable, dices.

Todo el mundo aplaude, silba, grita bravo.

Lee mis rayas de la mano, ordena ella, ¡y que nadie interrumpa!

Al decir que sus manos eran deseables hablabas en serio, querías decir que estas manos atraían a los hombres y que resultaba para ella difícil elegir, no sabía cuál era el mejor.

El amor de los hombres está muy bien, pero ¿qué pasa con el dinero?, pregunta ella haciendo una mueca.

Nuevo estallido de risas.

El que busca el amor sin tener dinero no encuentra el amor, y el que busca dinero sin tenerlo encuentra el amor, he aquí el destino, le adviertes con la mayor de las seriedades.

¡Este destino está muy bien!, exclama una muchacha.

La muchacha de las manos regordetas levanta un poco la nariz: sin dinero, ¿cómo podría ponerme guapa? Si no me pongo guapa, nadie me querrá, ¿o no?

¡Exactamente!, dicen las otras muchachas a coro.

¡Y tú qué! ¡Qué codicia la tuya, no piensas más que en tener chicas rondando a tu alrededor! Una de ellas dice a tu espalda: ¿Y tú has conocido ya el amor?

Pero tú, vuelto hacia esta tan alegre concurrencia, dices que amas a todas las manos, que las quieres a todas.

¡No, no, no te amas más que a ti mismo! Todas las manos se agitan en el aire. Las muchachas gritan, protestan.

57

Al abandonar el distrito de Fang, más al norte, penetro en el distrito de Shennongjia. Es actualmente el lugar donde más se habla del hombre salvaje. Según los Anales de la prefectura de Yunyang, en estos bosques que se extienden unos ochocientos lis de norte a sur, no hay más que «aullidos de tigres en pleno día e incesantes chillidos de monos», prueba del aislamiento del lugar. No he venido en absoluto para indagar sobre el hombre salvaje, sino más bien para ver si el bosque virgen existe todavía. No es tampoco ningún sentimiento de misión el que me anima esta vez, aun cuando no ha desaparecido completamente de mí. Este sentimiento me oprime, me impide vivir de forma natural. De hecho, puesto que descendía de las altas mesetas del curso superior del Yangtsé, no podía dejar de lado esta región. No tener una meta es también una meta, y el hecho de buscar es también un objetivo, cualquiera que sea el objeto de la búsqueda. Y la vida misma no tiene, en principio, ninguna finalidad, basta con seguir adelante, eso es todo.

La lluvia cae a mares durante toda la noche y al amanecer continúa en una fina llovizna. De cada lado de la carretera principal, no hay ningún bosque digno de tal nombre, nada más que zarzales y kiwis. En los ríos y riachuelos corre un agua amarillenta. Llego a las once de la mañana a la cabeza de distrito y me dirijo al centro de acogida de la oficina forestal en busca de un vehículo que pueda llevarme al bosque. Me encuentro con una asamblea de mandos de tres niveles jerárquicos distintos. No consigo enterarme de qué grados jerárquicos se trata, pero todos ellos trabajan en la explotación forestal.

A la hora de la comida, un jefe de sección encargado de la acogida, al saber que soy un escritor de Pekín, me invita a reunirme con ellos y me hace tomar asiento al lado del conductor que debe de llevarme esa misma tarde. Me invita a brindar.

– ¡No se puede beber sin tener un escritor a la mesa! -exclama con gentileza y jovialidad.

Se mandan al coleto cuencos enteros de aguardiente de arroz, y los rostros enrojecen. No puedo decepcionarles y bebo con ellos. Al final de la comida, acabo con la cabeza que me da vueltas y mi conductor no puede ya conducir.

Los participantes en la reunión prosiguen sus trabajos por la tarde, pero el conductor me abre una habitación de huéspedes donde cada uno ocupamos una cama para descabezar un sueño hasta la noche.

En la cena se sirve lo que ha quedado de mediodía y aguardiente. Borracho de nuevo, no me queda más remedio que pasar la noche en el centro de acogida. El conductor viene a avisarme de que en la montaña, las aguas han inundado las carreteras, y no sabe si será posible salir al día siguiente. Está encantado de poder tomarse un descanso.

Durante la velada, el jefe de sección viene a charlar conmigo. Quiere saber lo que se come en la capital. ¿Cuáles son los primeros platos que se sirven? ¿Y cuáles a continuación? Me dice que conoció a alguien que visitó el Palacio Imperial en Pekín y que le contó que se mataban cien patos para preparar un solo plato para la emperatriz Ci Xi. ¿Es eso cierto? Y el lugar donde vivió el presidente Mao, ¿puede visitarse? ¿Acaso he visto yo su viejo pijama apedazado que mostraron por televisión? Aprovecho para preguntarle sobre las historias que circulan por aquí.

Me cuenta que, antes de la liberación, este perdido rincón estaba muy poco poblado: una familia de leñadores en Nanhe, otra en Douhe. La madera era evacuada por el río. El volumen de madera vendida al exterior no alcanzaba ciento cincuenta metros cúbicos por año. De aquí a Shennongjia, no se contaban más de tres hogares. Antes de 1960, el bosque apenas había sufrido daños, pero poco después se construyó una gran carretera y las cosas cambiaron. Hoy en día era preciso entregar cincuenta mil metros cúbicos de madera anuales, la producción se ha intensificado y la gente ha llegado en masa. Antes, a la primera tormenta de primavera, aparecían peces en las pozas de la montaña y se interceptaba la corriente con bambúes para llenar cestos enteros de ellos. Hoy en día ni siquiera se puede comer ya pescado.

También le pregunto por la historia del distrito, él se quita los zapatos y se sienta con las piernas cruzadas sobre la cama:

– ¡Si se quiere hablar de historia, hay que remontarse lejos! Muy cerca de aquí, los arqueólogos han encontrado dientes de pitecántropo.

Viendo que los viejos monos no me interesan en absoluto, se pone a hablar del hombre salvaje.

– Si te lo encuentras, puede cogerte por los hombros y sacudirte para hacerte volver la cabeza, luego se larga lanzando una carcajada.

Pienso que esto ha debido de leerlo en algún libro antiguo.

– ¿Ha visto usted al hombre salvaje?

– Más vale no haberlo visto. Es más alto que un hombre, mide más de dos metros, cubierto de pelos rojizos y con unos largos cabellos. Cuando la gente habla de él, nadie tiene miedo, pero si uno lo ve de veras resulta aterrador. Sin embargo, no hace daño a nadie. Si no se le hiere, puede lanzar incluso gritos indistintos, y si ve sobre todo a una mujer muestra una sonrisa de oreja a oreja.

Todo esto lo ha oído decir. Aunque estuviera hablando varios miles de años, no diría nada nuevo. Prefiero interrumpirle:

– ¿Hay alguien que lo haya visto entre los empleados y los trabajadores de aquí?

– Por supuesto. El presidente del comité revolucionario de la localidad de Songbai, un día que iba en jeep con otras personas, tuvo que pararse a causa de un hombre salvaje que les interceptaba la carretera. Se quedaron patidifusos y le vieron alejarse entre balanceos. Eran todos mandos de nuestra región, les conocemos bien.

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