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¿Serías capaz de darle un hijo? ¿Le dejarías traerlo al mundo? Quiere un vástago tuyo, ¿se lo darías? No te atreves, tienes miedo, tranquilízate, no dirá que es hijo tuyo, no tendrá padre, será el fruto de la vida disoluta de su madre, él no sabrá nunca quién es su padre, tú, ella te conoce como si te hubiera parido, eres capaz de abusar de las jovencitas, pero ¿pueden ellas comprender el amor? ¿Amarte de verdad? ¿Ocuparse de ti como una verdadera esposa? En una mujer hay mucho más que el sexo, una mujer no es un simple instrumento que os permite desfogar vuestro deseo sexual. Una mujer que goce de buena salud tiene por supuesto necesidad de sexo, pero no es suficiente, tiene también necesidad de ser una esposa, de tener una vida de familia. Todas las que conozcas querrán encontrar en ti un sostén, las mujeres tienen necesidad de apoyarse en los hombres, ¿qué hacer, entonces, en tu caso? No es seguro que las mujeres puedan amarte como ella lo hace, como una madre ama a su pequeño; sobre su pecho, no eres más que un niño que inspira pena. Eres insaciable, pero no te vayas a creer que eres fuerte, envejecerás rápido, pronto ya no serás nada. Ve a divertirte con las jovencitas, pero terminarás por volver al lado de ella, volverás a ser suyo, mientras te soporte, ella será indulgente con tus flaquezas, ¿dónde podrías encontrar una mujer como ella?

Está ya vacía, dice que no siente ya nada, que su alegría se ha agotado, no tiene más que un cuerpo hueco, como si fuera una red rota que cae lentamente en un profundo abismo, no se arrepiente de nada, su vida ahora ya ha pasado, así es, ella ha amado también, ha sido amada, el resto es como un vaso de té insípido, que es preciso tirar, siempre la misma soledad, ningún impulso y si queda aún un poco, el justo para responder a las obligaciones, eres tú quien lo has cortado, como los pedazos sangrantes de una serpiente, tu comportamiento es cruel, ella no tiene nada que lamentar, es culpa suya, ¿quien le mandó nacer mujer? No se aventura ya a correr a la calle en plena noche como una loca y llorar tontamente bajo una farola. No se aventura ya a correr bajo la lluvia, vociferando como una histérica, obligando a los coches a frenar en el último momento, con el cuerpo cubierto de sudor frío, no le temerá ya a la muerte en lo alto de un acantilado escarpado, se ha hundido ya a su pesar, como una red estropeada que nadie querrá volver a subir ya a la superficie, los días que le quedan son incoloros, flotará en el viento hasta el momento en que se hunda hasta el mismo fondo y muera resignadamente, ella no es como tú que tanto le temes a la muerte, ella no es tan débil como vosotros, pero antes de esto su corazón estará ya muerto, los sufrimientos que soportan las mujeres son más intensos que los de los hombres, desde el primer día en que fue poseída su carne y su corazón están marchitos, ¿qué más quieres?

¡Si quieres dejarla, déjala! ¡No debes decirle palabras melosas! Esto no la consuela, no es ella quien rechaza el amor. Si quieren hacerte maldades, las mujeres son más malvadas aún que los hombres porque han sufrido más heridas. No queda más remedio que aguantar, ¿cómo podría vengarse? Cuando las mujeres quieren hacerlo… Ella dice que no quiere vengarse de ti, lo único que puede hacer es soportarte, ya ha aguantado mucho, no es como vosotros que gritáis al menor padecimiento, las mujeres son más sensibles que los hombres. No lamenta en absoluto el ser una mujer, las mujeres tienen su amor propio de mujer, sin llegar hasta el orgullo, no lo lamenta, si tuviera que reencarnarse en otro mundo, le gustaría ser una mujer, y volver a pasar por todos los padecimientos que sufren las mujeres, y volver a sentir el sufrimiento del primer parto, la alegría de ser madre por primera vez, la dulzura tras el desgarro, el goce de la primera emoción de virgen, la excitación constante en su punto álgido, el nerviosismo de un cruce de miradas con los hombres, el dolor del desgarramiento que arranca lágrimas, quisiera conocerlo todo una vez más, si tuviera que volver al mundo, acuérdate bien de ella, acuérdate del amor que ella te ha dado, sabe que tú ya no la amas, ella misma se va a ir.

Dice que quiere retirarse sola al desierto, allí donde las nubes negras y la carretera se juntan, al fondo, es allí adonde ella quiere ir, a ese extremo sin límites. La carretera se prolonga sin fin y se eleva allí donde cielo y tierra se juntan, sus pasos no tendrán más que conducirla por esta carretera desierta a la sombra de las nubes. Cuando llegue al final de la infinita carretera, ésta proseguirá aún y ella no dejará de avanzar, con el corazón vacío. Se le ha ocurrido morir, poner fin a sus días, pero para suicidarse hace falta también un poco de entusiasmo e incluso de este entusiasmo carece ella. Cuando un hombre pone fin a su vida, es siempre por alguien o por algo, ella, ahora, ha llegado al punto de que no lo haría ni por nadie ni por nada, y no tiene ya fuerzas para poner fin a su vida, ha sufrido todas las vejaciones y todos los sufrimientos posibles, ahora su corazón está naturalmente insensible.

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Ella pregunta:

– ¿Vas a partir?

– ¿El autobús no sale a las siete?

– Sí, aún queda un poco de tiempo -dice como para sí.

Ordeno mi mochila: doblo mis ropas sucias y las meto dentro. Al principio, pensé en descansar dos días más en esta cabeza de distrito, lavar mis ropas y recuperarme un poco. Sé que ella está de pie detrás de mí. No levanto la cabeza, pues temo no poder aguantar su mirada. Si no parto, me haré a mí mismo sin duda aún más reproches.

En la habitación vacía, una cama individual y una pequeña mesa cerca de la ventana. Todas mis pertenencias están extendidas sobre la cama. Acabo de volver de su habitación donde he pasado la noche, tumbados en su cama los dos, mirando la ventana blancuzca hasta ver amanecer.

Llegué en autobús a esta cabeza de distrito hace dos días, procedente de la montaña. Era por la noche, y la conocí en la única calle del pueblo, a la que da la ventana. Las tiendas habían cerrado sus escaparates, la calle estaba casi desierta. Andaba delante de mí y le di alcance para preguntarle dónde se encontraba el Centro Cultural. Yo le hice la pregunta por si acaso, buscando un lugar para pasar la noche. Ella volvió la cabeza. No era realmente bonita, pero tenía una tez clara muy atractiva y unos gruesos labios rojos bien perfilados.

Dijo que no tenía sino que seguirla, luego me preguntó a quién buscaba en el Centro Cultural. Yo le dije que eso me daba lo mismo, pero que, por supuesto, lo mejor sería que viera al director.

– ¿Para qué?

Le expliqué que iba en busca de documentos.

– ¿Qué clase de documentos? ¿Y para hacer qué?

Luego me preguntó de dónde venía. Le dije que llevaba documentos que probaban mi identidad.

– ¿Podría verlos? -Frunció el ceño, como si se dispusiera a realizar un interrogatorio.

Saqué del bolsillo de la camisa mi carnet de miembro de la Asociación de Escritores con su cubierta azul plastificada. Sabía que mi nombre figuraba en unos documentos internos. Desde los órganos del Comité Central hasta los escalones de base, los responsables del Partido, del Estado y de los servicios culturales debían de conocerlo. Asimismo sabía que en todas partes vivían gentes a las que les encantaba escribir informes a sus superiores ajustándose al espíritu de los documentos oficiales. Unos amigos que habían pasado por esta experiencia antes que yo me previnieron de que debía evitar a esas gentes de provincias, para no buscarme problemas. Pero la manera en que había podido entrar en la aldea miao probaba que este carnet ofrecía a veces también algunas facilidades. Y, en ese caso, mi interlocutora era una joven que seguro iba a facilitarme las cosas.

De hecho, ella me miró de hito en hito para comprobar la autenticidad de la foto de mi carnet.

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