En los Anales de Shu se dice: «Yu, originario del distrito de Guangrou, en los montes Wen, nació en Shiniu». Yo provengo precisamente de esa región, en la actualidad zona de población qiang de Wenchuan. Es también la guarida de los pandas. Ahora bien, Yu nació del vientre de un oso, como lo atestigua el Clásico de los montes y de los mares.
Asimismo, siempre se dice que domeñó las aguas porque habría dragado el Río Amarillo. Me permito dudar también de la realidad de este aserto. Creo que partió del curso superior del Min (que, al principio, constituía el curso principal del río Yangtsé, tal como atestigua el Slmijingzhu)
que recorrió el Yangtsé, pasó por las Tres Gargantas, que al norte tomó al asalto los montes Jishi, al sur la región de Gonggong, al este los montes Yunyu. Guerreando a lo largo de toda su ruta, Yu el Grande alcanzó las costas del mar de la China Oriental. En el país de Qingqiu, simbolizado a la sazón por el zorro de nueve colas, al pie de los Montes Azules que pasaron más tarde a llamarse Montes Guiji, se topó con una muchacha de hechizante belleza. Cuando se pusieron a retozar, él adoptó el aspecto de un oso. Aterrada, la joven virgen quería emprender la huida y el santo hombre, Yu el Grande, terriblemente impaciente, bajo el impacto de la emoción sentida, la montó exclamando: «¡Ábrete!». Así fue como dio comienzo el linaje de los descendientes del emperador. A los ojos de su esposa, Yu era un oso, en boca de las gentes del pueblo se convirtió en un santo, en la pluma de los historiadores pasó a ser un emperador y, para el novelista, no fue más que el primer hombre que dio muerte a otros seres humanos para imponer su voluntad. Por lo que se refiere a la leyenda de la inundación que habría detenido, nada impide pensar, como ha propuesto un extranjero, que se trate de una reminiscencia del líquido amniótico. En la tumba de Yu el Grande ha desaparecido todo vestigio auténtico. Tan sólo subsiste una gran estela delante del templo principal, cubierta de algunas inscripciones en forma de renacuajos que ningún especialista ha logrado descifrar por el momento. La observo atentamente, me devano los sesos y de repente tengo una revelación, descubro que pueden interpretarse de la manera siguiente: la historia es un enigma o bien: la historia no es sino mentira o bien: la historia no es sino una pura pamplina
o bien: la historia es profecía
o también: la historia es un fruto ácido
o también puede leerse: la historia es sólida como el hierro
o también: la historia no es más que una bola de pasta
e incluso: la historia no es más que una mortaja
o yendo más lejos: la historia debería ser un medicamento sudorífico
o yendo más lejos aún: la historia es como un espíritu que golpea en la pared
y de igual manera: unas baratijas antiguas, esto es la historia
e incluso: la historia es producto de la razón
e incluso también: la historia es fruto de la experiencia
e incluso también: la historia es una serie de pruebas
o incluso esto: la historia es como un conjunto de perlas desparramadas
e incluso también esto: la historia es una serie de causas
o: la historia es una metáfora
o: la historia es en realidad un estado mental
y finalmente: la historia es la historia
y: la historia no es nada de todo esto
así como: la historia se reduce a un simple suspiro
ah, la historia, ah, la historia, ah, la historia, la historia,
a fin de cuentas, puede ser descifrada tal como se quiera, ¡y
he aquí un gran descubrimiento!
72
– ¡Esto no es una novela!
– Entonces, ¿qué es? -pregunta él.
– Una novela debe constar de una historia completa.
Él dice que cuenta también historias, pero que algunas de ellas las cuenta hasta el final, otras no.
– Si no se respeta ningún orden, es imposible que el autor sepa cómo desarrollar la intriga.
– Pues bien, dígame usted cómo desarrollarla, por favor.
– En primer lugar, se requiere una introducción, luego un desarrollo y, por último, el momento culminante y un desenlace. Son los conocimientos básicos para escribir una novela.
Él pregunta si existe alguna forma de escribir al margen de las normas básicas. Por lo que se refiere a las historias, se cuentan algunas empezando por el principio, otras por el final, algunas tienen un principio pero no un final, algunas sólo un final o una parte imposible de contar hasta su final, y si bien algunas podrían contarse, ello no siempre es necesario, porque no hay nada interesante que contar; y sin embargo, todas son historias.
– Sea cual sea la manera como cuente usted sus historias, es menester que tengan un personaje principal, ¿o no? Una novela debe contar, en cualquier caso, con varios personajes principales, mientras que en la suya ¿qué pasa?…
– ¿Acaso «yo», «tú», «ella» y «él» no son en mi libro personajes? -pregunta él.
– ¡Pero si no son más que pronombres personales! Utilizar diferentes enfoques descriptivos no es óbice para no trazar el retrato de los propios personajes. Aunque considere usted estos pronombres personales como personajes, su libro no tiene ninguna figura definida. Y tampoco cabe hablar de descripciones.
Él dice que no pinta retratos.
– De acuerdo, la novela no es pintura, es el arte del lenguaje. Pero ¿acaso cree usted que las conversaciones de sus personajes entre sí pueden sustituir al hecho de trazarlos de forma sólida?
Él dice que tampoco tiene la intención de trazar el carácter de nadie, que ni él mismo sabe si tiene alguno definido.
– Pero ¿qué clase de novelas escribe usted? Ni siquiera ha comprendido lo que es una novela.
Entonces él le pide con todo respeto que tenga a bien darle una definición de novela.
Finalmente, el crítico muestra una expresión de desprecio y masculla entre dientes:
– Otro moderno más que trata inútilmente de imitar a Occidente.
El dice que es más bien una novela oriental.
– ¡En Oriente aún es más raro encontrar sus extraños procedimientos: reunir relatos de viajes, recoger fragmentos de historias y observaciones hechas a base de unas pocas pinceladas, hacer comentarios sin ninguna base teórica: no se inventan así fábulas que no lo parecen en absoluto, no se transcriben unas pocas canciones o romances populares con, por añadidura, algunas historias de fantasmas creadas de cualquier modo, que nada tienen que ver con mitos, para reunirlo todo y llamar a eso finalmente una «novela»!
Él dice que las monografías locales de los Reinos Combatientes, las evocaciones de hombres y de hechos señalados de las dos dinastías Han, de los Wei, de los Jin, de las dinastías del norte y del sur, los cuentos maravillosos de los Tang, los cuentos en lengua popular de los Song y de los Yuan, las novelas por entregas y los ensayos de los tiempos de los Ming y de los Qing pertenecen todos ellos al género novelesco, pues, desde antiguo, en un espacio geográficamente inmenso, reproducen el lenguaje de la calle, los comadreos de las callejuelas y consignan en un tótum revolútum todo cuanto es relevante, sin que nadie les fijara ningún modelo a seguir.
– ¿Acaso forma parte usted encima de la escuela de investigación de las raíces?
Él se apresura a replicar que tales etiquetas es él quien las pone. Si él escribe novelas es para no padecer de soledad, para su exclusivo placer. Nunca se le ocurrió pensar que entraría a formar parte de los círculos literarios, pero ahora quiere escapar de ellos. No esperaba ganarse la vida escribiendo este tipo de libros; para él la novela es un lujo ajeno a toda búsqueda de un medio de subsistencia.
– ¡Un nihilista!
Él dice que, en realidad, no cree en ningún «ismo», que si sucumbe a la nada no es por nihilismo, y que por otra parte una cosa es la nada y otra muy distinta el vacío, es exactamente como el «tú» en su libro, que es el reflejo de la figura del «yo», y ese «él» que constituye el telón de fondo sobre el cual evoluciona ese «tú», sombra de una sombra, por más que carezca de una verdadera apariencia y no sea más que un pronombre personal.