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Muerto de cansancio, te paras para recuperar el aliento. Oyes el murmullo del río. Estás cerca, pues oyes correr el agua clara en el cauce negro como la tinta. De él brotan unas gotas, centelleantes como el mercurio. El río enmudece; ya no percibes más que el entrechocar de innumerables pequeños cantos rodados que él remueve. Nunca habías oído de forma tan clara el sonido del curso del agua. Cuanto más escuchas, más adivinas sus reflejos que relucen en la sombra.

Tienes la impresión de avanzar sobre las aguas, pues estás pisando ya hierbas acuáticas. Te hundes en medio del río del Olvido; al igual que las preocupaciones de la vida cotidiana, las hierbas se prenden a ti. Entonces tu desesperación te abandona totalmente y avanzas a ciegas por la orilla del agua. Pisas los guijarros que aprietas con los dedos de los pies. Es como si caminaras en sueños en medio del río negro de los infiernos; una luz azul oscuro brilla allí donde manan las gotas de agua. Estás sorprendido, pero tu sorpresa oculta una vaga alegría.

A continuación, una pesada respiración llega a tus oídos. Crees que este ruido procede del río, pero poco a poco distingues unas mujeres que se ahogan. Lloran, gimen, pasan una tras otra cerca de ti, con los cabellos desordenados, el rostro del color de la cera y descolorido. En las pozas, entre las raíces de los árboles hundidos en las aguas, resuenan los lúgubres golpes de las ondas. El cuerpo de una muchacha suicidada desciende la corriente, con los cabellos desparramados. El río discurre en medio del bosque de un negro de tinta que forma una pantalla impenetrable delante del cielo y del sol: las mujeres ahogadas pasan rozándote entre suspiros, no piensas en absoluto en ir en su ayuda, ni siquiera tú mismo quieres salvarte.

Viajas al Reino de los Muertos, tu vida no está ya en tus manos, continúas respirando únicamente a causa de un momento de asombro, tu vida está suspendida entre el antes y el después de este asombro. Si resbalaras, si los cantos rodados que aprietas con los dedos de los pies rodaran, si tu paso en el fondo del agua no fuera firme, te hundirías en el río infernal, como esos cadáveres suspirantes que pasan a merced de la corriente. No tiene mayor sentido. No prestes atención, avanza, eso es todo. Sólo permanecen el fluir tranquilo del río, el agua negra como la muerte, las hojas de las ramas que rozan la superficie del agua, la corriente que discurre en largos drapeados como unas pieles de lobos muertos, en medio del río del Olvido.

No eres en absoluto distinto del lobo, has causado ya bastantes calamidades, serás muerto por otros lobos, obviamente. En el río del Olvido todo el mundo está en un plano de igualdad, el final de los hombres y de los lobos es siempre la muerte.

Este descubrimiento provoca en ti cierta alegría, una alegría que te da ganas de gritar, pero tu garganta no emite ningún sonido, el único ruido que oyes son los sordos golpes del agua contra las raíces de los árboles.

¿De dónde salen estas pozas? Las aguas carecen de límites, no son profundas, pero se extienden hasta el infinito. El mar de los sufrimientos tampoco tiene límites y tú flotas en un mar infinito.

Distingues reflejados en el agua una fila de seres humanos que entonan cantos fúnebres, cantos que no son realmente tristes, que se dirían incluso teñidos de humor; la vida es alegre, la muerte también; en realidad, no son más que tus recuerdos. En las imágenes que retornan a ti de lo más profundo de la memoria, ¿hay una sola de un grupo salmodiando unas oraciones? Si escuchas desde más cerca, estos cantos parecen elevarse de debajo de la espuma, esa espuma espesa y mullida que se hunde bajo tus pasos. Levantas una poca para mirar qué hay debajo. Unos gusanos hormigueantes escapan en todos los sentidos. Una extraña náusea sube en tu interior. Comprendes que son los gusanos que devoran los cadáveres en descomposición. También tú, tu cuerpo será devorado tarde o temprano. He aquí algo que no te regocija en absoluto.

67

Con dos amigos, me he paseado tres días por este lugar de agua. A merced de mi humor, he caminado decenas de lis, he hecho autostop, he tomado el barco. Mi llegada a esta ciudad no es sino pura casualidad.

Mi nuevo amigo es abogado. Conoce perfectamente los medios oficiales, las condiciones de vida y las costumbres de esta región. El estaba con su compañera, una joven con el dulce acento de Suzhou. No podía encontrar mejores guías. A sus ojos, un vagabundo como yo era un intelectual célebre. Acompañarme, afirmaban, era una maravillosa distracción. Tenían, cada uno por su parte, obligaciones familiares, pero como mi amigo gustaba de repetir: «En principio, el hombre es libre como el pájaro, ¿por qué no andar en busca de un poco de placer?».

Hacía sólo dos años que era abogado. Cuando se restableció esta profesión totalmente abandonada, aprobó el examen para hacerse abogado y presentó su baja en el trabajo, animado por un solo deseo: abrir su propio gabinete. Le gusta explicar que esta profesión es como la de los escritores, una profesión liberal, que permite defender a quien a uno le dé la gana sin dejar de mantener la reserva. Lamentablemente, no puede hacer nada por mí, pero dice que, un día u otro, cuando el sistema legislativo mejore, será inevitable que acuda a él si tengo que vérmelas con la justicia. Yo le he dicho que en realidad no tengo ningún asunto pendiente con la justicia porque, en primer lugar, no tengo ningún problema de dinero; en segundo lugar, nunca le he tocado un pelo a nadie; en tercer lugar, nunca he difamado a persona alguna; en cuarto lugar, nunca he robado ni cometido ninguna estafa; en quinto lugar, nunca me he dedicado al tráfico de drogas y, por último, en sexto lugar, nunca he violado a ninguna mujer. Por mi parte, no tengo ningún pleito que interponer, pero si plantean alguno contra mí, tengo la absoluta certeza de perderlo. Él ha agitado la mano: lo sabe, por supuesto, sólo lo decía por decir.

– No hay que echarle tanto jarabe de pico -ha dicho su amiga.

El la ha mirado frunciendo los ojos, luego se ha vuelto hacia mí.

– ¿No te parece verdaderamente bonita?

– No le hagas caso -me ha dicho ella-, les dice lo mismo a todas sus amigas…

– ¿Acaso no es cierto si digo que eres bonita?

Ella ha hecho ademán de levantar la mano para pegarle.

Me han invitado a cenar en un restaurante que da a la calle. Al final de la cena, a eso de las diez pasadas, han entrado cuatro jóvenes, cada uno ha pedido una gran jarra de aguardiente blanco y unos platos que llenaban toda la mesa. Tenían toda la pinta de querer estar bebiendo hasta entrada la noche.

En la calle, brillan las luces de los pequeños restaurantes y de las tiendas todavía abiertas. La localidad ha recobrado su animación de otro tiempo. En este atardecer, lo prioritario para nosotros es encontrar un hotel decente para asearnos, bebemos una tetera entera para disipar el cansancio, relajarnos y seguir charlando, sentados en un sillón o bien echados en una cama.

El primer día nos hemos paseado por una vieja aldea que conserva unas mansiones de la dinastía Ming; hemos admirado el escenario de un viejo teatro, descubierto un antiguo templo cuyo arco hemos fotografiado, hemos descifrado viejas estelas, visitado a unos venerables ancianos. Hemos entrado también en unos templos recién construidos o remozados por unas aldeas que se han revalorizado, donde nos han echado las cartas. Y por la noche hemos dormido en una casa nueva, en las afueras de una aldea. Ha sido el propietario, un viejo soldado desmovilizado, quien nos ha invitado. Tras la cena, nos ha hecho compañía contándonos sus acciones heroicas durante la represión de una banda de malhechores, pero también historias de bandoleros que vivían antaño en esta región. Por último, viendo nuestro cansancio, nos ha instalado sobre un suelo sucio provisto de paja fresca de arroz, y nos ha dado algunas mantas recomendándonos que tuviéramos cuidado con el fuego si encendíamos la lámpara de petróleo. Pero no ha habido posibilidad de encenderla porque él mismo se la ha llevado a la planta baja. Mis dos compañeros han seguido charlando un momento en la oscuridad, pero a mí enseguida me ha vencido el sueño.

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