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– Bailamos juntos en casa de un amigo.

– De eso, en cambio, sí te acuerdas -dice ella en un tono un tanto irónico.

– Cuando se baila con alguien, ¿acaso se puede olvidar? -le replicas tú.

Él va a atizar el fuego. Las llamas de un rojo oscuro se reflejan en el techo.

– ¿Qué tomas?

Dices que sólo pasabas por allí, que te vas a sentar un momento y te irás.

– No tengo nada especial que hacer -dice él.

– No pasa nada… -dice ella también, quedamente.

Luego se callan.

– Seguid charlando de lo vuestro, sólo he venido a entrar en calor, estaba aterido. Tan pronto como el viento amaine un poco, me iré.

– No, has venido en buen momento -dice ella, luego se calla.

– Mejor sería decir que he resultado de lo más inoportuno.

Harías mejor levantándote, pero tu amigo apoya una mano en tu hombro antes de que tengas tiempo de moverte.

– Ya que estás aquí, podemos cambiar de conversación. Ya hemos terminado de hablar de lo que teníamos que hablar.

– Charlad, charlad, que os escucho.

Ella se acurruca en el canapé. No distingo más que el blanco perfil de su rostro. Su nariz y su boca son muy delicados.

Nunca hubieras pensado que, mucho tiempo después, ella localizaría tu dirección. Has abierto la puerta y preguntado:

– ¿Cómo sabes que vivo aquí?

– ¿No me invitas a entrar?

– Al contrario, entra, entra.

La haces entrar preguntándole si ha sido tu amigo pintor el que le ha dado tu dirección. Siempre la has visto en la oscuridad, no estás seguro del todo de reconocerla.

– Tal vez él, tal vez otro. ¿Acaso tu dirección es un secreto?

Dices que no pensabas que acabara viniendo a verte, que te sientes muy honrado por su visita.

– Has olvidado que fuiste tú quien me invitó.

– Es muy probable.

– Y la dirección fuiste tú mismo quien me la dio, ¿lo has olvidado todo?

– Seguramente -dices tú-, y me alegra que estés aquí.

– ¿Cómo no alegrarse cuando una modelo viene a casa de uno?

– ¿Eres modelo?

No disimulas tu estupefacción.

– Lo he sido, e incluso modelo de desnudo.

Dices que lamentas no ser pintor, pero que eres fotógrafo aficionado.

– ¿La gente que viene aquí se queda siempre de pie? -pregunta ella.

Señalas la estancia a toda prisa:

– Considérate como en tu casa, haz lo que quieras. Si echas un vistazo a esta habitación, verás enseguida que el dueño de este lugar no obedece a ninguna regla.

Se sienta en una esquina de tu escritorio y echa una mirada a la estancia.

– Es evidente que aquí hace falta una mujer.

– Si quieres, pero a condición de no convertirte en la dueña y señora del amo de casa, porque él no es el propietario de esta habitación.

Cada vez que la ves, discutes con ella, no quieres darte nunca por vencido delante de ella.

– Gracias -dice tomando el té que le has preparado. Luego añade sonriendo-: Sé un poco serio.

Ella te hace frente. Tú no tienes tiempo más que de replicar:

– Bueno, de acuerdo.

Te llenas a tu vez tu taza y te sientas en el sillón, frente a la mesa de trabajo. Allí te sientes más cómodo y te vuelves hacia ella.

– Podemos discutir de lo que vamos a hablar primero. ¿Eres realmente modelo? -Hago la pregunta sin importarme demasiado.

– Ahora ya no. Lo fui para un pintor, en otro tiempo.

– ¿Se puede saber por qué?

– Él se cansó de pintarme. Encontró otra modelo.

– Los pintores son así. Lo sé. No se pueden pasar la vida pintando a la misma modelo.

Trato de defender a mi amigo pintor.

– Lo mismo pasa con las modelos, que no se pueden pasar la vida con un mismo pintor.

Lo que dice es cierto. Deberías evitar este tema.

– ¿Eres de veras modelo? Hablo de tu oficio, ¿en algo trabajas, no?

– ¿Tan importante es esta cuestión? -pregunta ella riendo. Es lista, siempre quiere plantarte cara.

– No necesariamente, pero te hago la pregunta para saber de qué hablar contigo, para poder hablar de cosas que nos interesen a los dos.

– Soy médico -dice ella meneando la cabeza.

Antes de que hayas tenido tiempo de darte cuenta de lo que ella ha dicho, pregunta:

– ¿Puedo fumar?

– Por supuesto, yo fumo también.

Le acercas enseguida los cigarrillos y el cenicero.

Ella enciende un cigarrillo del que se traga una larga bocanada.

– Nunca lo hubiera dicho -dices tratando de comprender el motivo de su visita.

– Por ello he dicho que mi oficio no tenía ninguna importancia. ¿Crees que digo la verdad cuando afirmo que he sido modelo?

Ella expulsa lentamente el humo levantando la cabeza.

Y cuando dices que eres médico, ¿es eso acaso cierto? Pero esta frase, tú no la has pronunciado.

– ¿Crees que las modelos son todas unas mujeres casquivanas? -pregunta ella.

– No necesariamente. Ser modelo es también un oficio muy serio. Desnudar el propio cuerpo, hablo de modelos desnudos, no tiene nada de malo. Todo lo que es natural es hermoso. Ofrecer la belleza natural supone generosidad, no ligereza. Por otra parte, un cuerpo humano es aún más hermoso que cualquier obra de arte. El arte, al lado de la naturaleza, no es más que algo pálido e indigente. Sólo un loco puede considerar que el arte es superior a la naturaleza.

Hablas con la mayor de las convicciones.

– ¿Y por qué te dedicas al arte, entonces? -pregunta ella.

Tú dices que no llegas a tanto, que no haces más que escribir, escribir lo que tienes ganas de decir, tal como te viene.

– Pero la escritura es también un arte.

Piensas con convicción que la escritura no es más que una técnica.

– Basta con adquirir una técnica; por ejemplo, tú la técnica quirúrgica, aunque no sé si eres internista o cirujano, eso no tiene importancia, basta con la técnica. Todo el mundo puede escribir, de la misma manera que todo el mundo puede aprender a operar.

Ella ríe a carcajadas.

A continuación, dices que no piensas que el arte sea sagrado, el arte no es más que una manera de vivir. La gente tiene maneras distintas de vivir, el arte no puede reemplazarlo todo.

– Eres verdaderamente inteligente -dice ella.

– Y tú tampoco eres tonta -dices tú.

– Hay algunos que sin embargo lo son.

– ¿Quienes?

– Los pintores sólo saben mirar con los ojos.

– Los pintores tienen su propio modo de percepción; en relación con los escritores, privilegian la vista.

– ¿La vista permite comprender el valor interior de un individuo?

– Aparentemente no, pero el problema es saber a qué llamamos valor. Eso depende de la gente, cada uno tiene su propia manera de ver las cosas. Un valor distinto sólo es interesante para las personas que tienen el mismo sistema de valores. No quiero hacerte cumplidos sobre tu belleza, no sé si tu belleza es también interior. Pero lo que sí puedo decir es que resulta muy agradable hablar contigo. ¿Acaso el hombre no anda siempre en busca de alguna cosa agradable en la vida? Sólo los idiotas persiguen lo que no es alegre.

– También yo me siento muy feliz contigo.

Diciendo esto, coge maquinalmente una llave de encima de la mesa y se pone a jugar con ella. Tú tienes la impresión de que no es en absoluto feliz. Te pones entonces a hablar con ella de esta llave.

– ¿De qué llave? -pregunta ella.

– Esa llave que tienes en la mano.

– Pues bien, ¿qué tiene de particular?

Tú dices que la habías perdido.

– Está aquí, ¿no? -Y muestra la llave que tiene en la mano.

Tú dices que creías haberla perdido, pero que de hecho está en su mano.

Ella deja la llave sobre la mesa y se levanta de repente diciendo que ha de irse.

– ¿Algo urgente?

– Sí, tengo cosas que hacer -dice. Luego añade-: Estoy casada.

– Felicidades.

Tú te sientes un poco desamparado.

– Vendré de nuevo a verte.

Es para consolarte.

– ¿Cuándo vendrás?

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