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– Magoon probablemente se estaba haciendo demasiado pesado en su trabajo.

– ¿Por qué? -dijo Morgan arrastrando las palabras-. ¿Por qué esos muchachos tenían que mostrarlo? Si se toman el trabajo de venir a decirle que se quede quieto, usted debe quedarse quieto. Si no les hace caso y lo dejan salirse con la suya, aparecerán como tipos débiles. Los muchachos que controlan los grandes negocios, los cerebros de los trusts, los miembros de los directorios, no necesitan para nada a la gente débil. La gente débil es peligrosa. Y además, ahí está Chris Mady.

– He oído que es quien controla Nevada.

– Usted oyó la pura verdad, compañero. Mady es un buen muchacho, pero él sabe lo que le conviene a Nevada. Los poderosos gángsters que operan en Reno y Las Vegas ponen mucho cuidado en no molestar al señor Mady. Si lo hicieran, sus impuestos aumentarían rápidamente y la cooperación policial disminuiría en la misma proporción. Entonces los políticos que trabajan en el Este decidirían que es necesario hacer algunos cambios. Un funcionario que no se lleva bien con Chris Mady no es un tipo que se desempeñe con corrección. Por lo tanto, al diablo con él y hay que poner a algún otro en su lugar. Eso significa una sola cosa; que el funcionario saldrá de allí en una caja de madera.

– Esa gente nunca oyó hablar de mí -dije.

Morgan frunció el ceño.

– No es necesario. La residencia de Mady en Nevada, al costado del Tahoe, está situada al lado de la propiedad de Harlan Potter. Es posible que los dos se saluden de vez en cuando. Es posible que alguno de los tipos que está al servicio de Mady oiga de boca de uno de los que prestan sus servicios a las órdenes de Potter que hay un infeliz llamado Marlowe que está haciendo demasiado ruido y metiéndose en cosas que no le conciernen. Es posible que este comentario casual siga el recorrido habitual y llegue a cierto departamento de Los Angeles y un hombre de pelo en pecho y músculos bien desarrollados decida ir a dar un paseo con dos o tres amigos y hacer un poco de ejercicio. Si alguien quiere que a usted le rompan la cara o lo dejen listo, los muchachos de músculos bien desarrollados no necesitan explicación alguna sobre el motivo; para ellos se trata de un trabajo de rutina. No tenemos nada contra usted. Pero quédese quieto mientras le rompemos el alma. -Hizo una pausa y preguntó: -¿Quiere que le devuelva esto? -y me mostró la copia fotostática.

– Usted sabe lo que quiero -repliqué.

Morgan se puso de pie lentamente y guardó la copia en el bolsillo interior de la americana.

– Puede ser que me equivoque -dijo-, quizás usted sepa más que yo. Yo no sabría decir cómo encara las cosas un hombre como Harlan Potter.

Con un gesto de mal humor, contesté:

– He tenido la oportunidad de conocerlo. Pero no es de los que trabajarían con una pandilla de rufianes. Eso no podría conciliarlo con la idea que tiene formada sobre el tipo de vida que quiere llevar.

– ¡Por todos los diablos! -exclamó Morgan en tono violento-. Detener la investigación de un asesinato con una llamada telefónica y dejando fuera de combate a los testigos no es más que una cuestión de método. Pero ambos métodos apestan y repugnan al mundo civilizado. Hasta la vista… espero.

Salió de la oficina como alma que lleva el diablo.

Capítulo XLVI

Saqué el coche y me dirigí al bar “Victor” con la idea de tomar un gimlet y esperar un rato hasta que saliera a la calle la edición de madrugada de los diarios de la mañana. Pero el bar estaba repleto y el ambiente no era muy agradable. El barman se acercó saludándome por mi nombre.

– Le gusta con bitter, ¿no?

– Generalmente lo tomo solo, pero por esta noche póngale doble cantidad de bitter.

– Ultimamente no he visto a su amiga por acá. Aquella de la esmeralda en el dedo.

– Yo tampoco.

Al cabo de un momento el barman volvió con la bebida. Comencé a tomarla a sorbos porque no tenía ganas de achisparme. O bien me embriagaba en forma o me mantenía sobrio. Eran las seis pasadas cuando el repartidor entró en el bar con los periódicos. Uno de los que atendían el bar le gritó que se fuera en seguida, pero el muchachito se las arregló para dar una vuelta rápida y vender algunos diarios antes de que el mozo pudiera atraparlo y echarlo afuera. Yo conseguí un ejemplar. Abrí el Journal y eché una ojeada a la primera página. Lo habían publicado. Estaba íntegro. Habían invertido la copia para que saliera negro sobre blanco y al reducirla de tamaño consiguieron que entrara en la mitad superior de la página. En otra página había un breve editorial, en tono fuerte, y en otra, un artículo de Lonnie Morgan en un recuadro de media columna.

Terminé el gimlet, me fui a un restaurante a cenar y después me dirigí a casa. El artículo de Lonnie Morgan era una recapitulación concreta, honrada y clara de los hechos y acontecimientos concernientes al caso Lennox y al “suicidio” de Roger Wade… de los hechos tal como habían sido publicados. No añadía nada, no deducía nada, no imputaba nada. Era un informe claro, conciso, de tipo comercial. El editorial era otra cosa. Formulaba preguntas… la clase de preguntas que un periódico hace a los funcionarios públicos cuando se los atrapa con las manos sucias.

A eso de las nueve y media sonó el teléfono y Bernie Ohls dijo que vendría a verme de paso para su casa.

– ¿Leyó el Journal? -preguntó tímidamente y cortó sin esperar la respuesta.

Cuando llegó, comenzó a protestar por los escalones que tuvo que subir y dijo que le gustaría tomar una taza de café. Fui a la cocina a prepararlo y mientras tanto Ohls estuvo dando vueltas por todos lados como si se sintiera en su casa.

– Vive en un lugar muy solitario -dijo-. ¿Qué hay detrás de la colina de espaldas a la casa?

– Otra calle. ¿Por qué?

– Por preguntar, no más. Sus árboles necesitan ser podados.

Llevé el café al living y Ohls se sentó y empezó a tomarlo. Encendió uno de mis cigarrillos, dio una o dos pipadas y en seguida lo apagó.

– He llegado a un punto en que no me importa la materia prima -dijo-. Tal vez sea a causa de los anuncios de televisión. Le hacen odiar todo lo que tratan de vender. ¡Dios, deben pensar que el público es medio idiota! Cada vez que un imbécil con chaqueta blanca y un estetoscopio colgado del cuello muestra un tubo de dentífrico o un paquete de cigarrillos o una botella de cerveza o un frasco de champú o alguna cajita con alguna cosa que hace que un luchador gordo huela como las lilas de la montaña, siempre lo anoto para no comprarlo nunca. ¡Diablos, no compraría el producto aunque me gustara!… ¿Leyó el Journal?

– Un amigo me informó bajo cuerda. Un cronista.

– ¿Así que tiene amigos? -preguntó, como si la noticia lo asombrara-. ¿No le dijo cómo consiguieron el material?

– No. Y en este Estado no tiene por qué decírselo a nadie.

– Springer está que salta de furia. Lawford, el representante del Fiscal de Distrito, que esta mañana se llevó la carta, asegura que se la entregó directamente a su jefe, pero tengo mis dudas. Lo que ha publicado el Journal parece una reproducción exacta del original.

Seguí sorbiendo el café y no dije nada.

– Se lo tiene merecido -prosiguió Ohls-. Springer debió haberla entregado él mismo. Personalmente no creo que Lawford haya dejado escapar nada. El también es un político. -Me miró fijamente.

– ¿Para qué ha venido, Bernie? Usted no me tiene simpatía. En una época fuimos amigos… en la medida en que se puede ser amigo de un policía duro e inflexible. Pero aquella amistad se ha perdido un poco.

Ohls se, inclinó hacia adelante y sonrió… con sonrisa algo cruel.

– A ningún policía le agrada que un ciudadano privado realice a espaldas suyas un trabajo policial. Si usted me hubiera informado de la relación que existía entre Wade y la mujer de Lennox, yo habría podido descubrir algo. Si me hubiera hablado de la relación que existía entre la señora Wade y Terry Lennox la habría tenido a ella en la palma de la mano… y viva. Si hubiera hablado claro desde el principio, Wade podría estar vivo todavía. Sin mencionar a Lennox. Usted se figura que ha actuado con mucha inteligencia, ¿no?

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