Eileen calló y continuó sentada mirando hacia el lago, con la expresión de quien se encuentra en estado medio hipnótico. Volví a mirar en dirección a la casa. Wade se encontraba parado frente a las puertas de vidrio y tenía una copa en la mano. Volví la vista hacia Eileen, pero para ella yo ya no existía, no estaba en aquel lugar. Me levanté y me dirigí hacia la casa. Wade seguía de pie en el mismo sitio con la bebida en la mano y la bebida parecía bastante fuerte. Sus ojos tenían una mirada aviesa.
– ¿Cómo le va con mi mujer, Marlowe? -preguntó, torciendo la boca.
– No me he tirado ningún lance, si es eso lo que quiere insinuar.
– Es exactamente lo que pensaba. Usted consiguió besarla la otra noche. Probablemente se imaginó que la cosa marcharía rápido, pero está perdiendo el tiempo, jovencito. Aun si tuviera la pinta y el refinamiento adecuados.
Traté de pasar de largo, pero él me bloqueó el camino con el hombro.
– No se apresure tanto, amigo. Nos gusta tenerlo con nosotros. Vienen tan pocos detectives privados a nuestra casa.
– Yo soy uno que está de más.
Levantó la copa, vació el contenido y cuando bajó la mano me miró de soslayo.
– Debería tomarse un poco más de tiempo para crearse defensas -le dije-. Palabras vacías para usted, ¿no es así?
– Está bien, preceptor. ¡Usted sí que sirve para reformar a la gente! Debería tener más sentido común y no andar tratando de reeducar a un borracho. Los borrachos no se reeducan, amigo. Se desintegran. Una parte del proceso es muy divertido y la otra parte es espantosa. Pero si me permite que cite las palabras chispeantes del buen doctor Loring, ese canalla degenerado, le diré que no se acerque a mi mujer, Marlowe. Ya sé que la anda buscando. Todos lo hacen. Le gustaría acostarse con ella. Todos lo desean. Quisiera compartir sus sueños y aspirar la fragancia de sus recuerdos. Quizá yo también lo quisiera. Pero no hay nada que compartir, amigo… nada, nada, nada. Uno está solo en la oscuridad.
Terminó su bebida y puso la copa boca abajo.
– Vacío como esto, Marlowe. Absolutamente nada dentro. Yo soy el tipo que lo sabe.
Colocó la copa sobre el mostrador del bar y se encaminó con paso firme hacia la escalera. Subía unos cuantos escalones, sosteniéndose en la baranda y entonces se detuvo y se inclinó. Me miró desde arriba y sonrió con amargura.
– Perdóneme el sarcasmo, Marlowe. Usted es un buen tipo. No quisiera que le pasara algo.
– ¿Algo como qué?
– Puede ser que ella no haya llegado todavía a tocar el tópico de la magia obsesionante de su primer amor, de aquel muchacho que desapareció en Noruega. A usted no le gustaría desaparecer, ¿eh, amigo? Usted es mi detective particular. Me encontró cuando me hallaba perdido en medio del esplendor salvaje de Sepúlveda Canyon.
Hizo girar la palma de la mano sobre la baranda de madera lustrada, con un movimiento circular: -Me sentiría herido profundamente en el alma si a usted le pasara algo. Como aquel sujeto que se enredó con los alemanes. Desapareció en tal forma, sin dejar rastro, que uno a veces se pregunta si existió alguna vez. Tal vez ella lo inventó nada más que para tener un juguete con el cual entretenerse.
– ¿Cómo puedo saberlo?
Wade siguió mirándome con el ceño fruncido y la boca torcida con un rictus amargo.
– ¿Cómo podría saberlo alguien? Quizá ni ella misma lo sabe. El nene está cansado, el nene ha jugado demasiado tiempo con juguetes rotos. El nene quiere ir a hacer nonón.
Prosiguió escaleras arriba. Permanecí en el mismo sitio hasta que entró Candy y empezó a dar vueltas por el bar poniendo las cosas sobre una bandeja y examinando las botellas para ver lo que había quedado. No me prestó ninguna atención o al menos así lo creí. De pronto oí que me decía:
– Señor, queda como para un buen trago. Es una lástima tirarlo. -Levantó la botella para mostrarme el contenido.
– Bébaselo usted.
– Gracias, señor. No me gusta. Lo único que tomo es cerveza y una copa es el límite máximo.
– Usted sabe lo que hace.
– Es suficiente con un borrachín en la casa -dijo, mirándome fijamente-. Hablo bien el inglés, ¿no le parece?
– Seguro. Muy bien.
– Pero pienso en español. A veces pienso con un cuchillo. El patrón es mi tipo. No necesita ninguna ayuda, hombre. Yo me encargo de él.
– Estás realizando un gran trabajo, pibe.
– Hijo de una flauta -dijo entre dientes. Tomó una bandeja cargada, la levantó hasta la altura del hombro sobre la palma de la mano, a la manera de los mozos.
Caminé hasta la puerta y salí, preguntándome cómo una expresión que significa “hijo de una flauta”, puede llegar a ser un insulto en español. No me lo pregunté mucho. Tenía muchas otras cosas sobre qué pensar. Algo más que el alcohol era el problema de la familia Wade. El alcohol no era sino una reacción disimulada.
Aquella noche, entre las nueve y media y las diez, llamé por teléfono a casa de los Wade. Después de ocho llamadas infructuosas colgué el receptor y no bien acababa de hacerlo, la campanilla comenzó a sonar. Era Eileen Wade.
– Alguien acaba de llamar á casa -me dijo-. Tuve el presentimiento de que podía ser usted. Me estaba preparando para darme una ducha.
– Fui yo el que llamé, pero no era nada de importancia, señora Wade, Roger parecía un poco excitado cuando lo dejé. Creo que siento cierta responsabilidad hacia él.
– Roger está muy bien -contestó la señora Wade-.
Se quedó profundamente dormido en la cama. Pienso que el incidente con el doctor Loring le trastornó mucho más de lo que nos ha dejado entrever. Sin duda, hoy le dijo a usted una cantidad de tonterías.
– Me dijo que se sentía cansado y que quería ir a dormir. Me pareció muy razonable.
– Si eso es todo lo que le dijo, sí. Bueno, buenas noches y gracias por su llamada, señor Marlowe.
– No dije que eso fuera todo lo que me dijo, sino que me lo dijo.
Hubo una pausa. Después Eileen prosiguió:
– Todo el mundo alimenta ideas fantásticas de vez en cuando. No tome a Roger demasiado en serio, señor Marlowe. Después de todo, su imaginación es altamente desarrollada. Es natural que así sea. Pero no debió haber comenzado a beber tan pronto después de lo que sucedió la última vez. Por favor, trate de olvidarse de todo. Supongo que habrá estado muy rudo con usted, entre otras cosas.
– No fue rudo ni desagradable conmigo. Por el contrario, estuvo muy sensato. Su esposo es un hombre capaz de autoexaminarse hasta el fondo del alma. Es un don muy poco frecuente. La mayoría de la gente atraviesa por la vida gastando la mitad de las energías de que dispone en tratar de proteger una dignidad que nunca ha poseído. Buenas noches, señora Wade.
Ella colgó el auricular y yo saqué el tablero de ajedrez. Llené la pipa, coloqué las piezas y jugué una partida de campeonato entre Gortchakoff y Meninkin, setenta y dos movimientos hasta llegar a tablas, un ejemplo inapreciable de la fuerza irresistible que se encuentra con el objeto inanimado, batalla sin armadura, guerra sin sangre y derroche tan elaborado de inteligencia humana como se puede encontrar en todas partes, excepto en una agencia de publicidad.