– ¿No le agradan las palabras? A mí tampoco. Y no estaría aquí bebiendo un gimlet si creyera que él hizo algo así.
Ella me clavó la vista y al cabo de un momento dijo lentamente:
– El se suicidó y dejó una confesión completa. ¿Qué más quiere?
– Terry tenía un revólver. En México es excusa suficiente para que cualquier polizonte excitado le metiera plomo en el cuerpo. Muchos policías norteamericanos tienen en su haber muertes producidas en la misma forma… a veces a través de puertas que no se abrían con la rapidez deseada. En cuanto a la confesión, no la he visto.
– Sin duda piensa que la policía mexicana la fraguó -replicó ella en tono agrio.
– No habrían sabido cómo hacerlo, no en una pequeña ciudad como Otatoclán. No; probablemente la confesión es auténtica, pero no prueba que él la haya matado. Al menos para mí. Todo lo que prueba es que Terry no veía otra salida. En una situación como ésa, un tipo de hombre como Terry, y puede considerarlo débil o blando o sentimental si eso le divierte, pudo haber decidido salvar a alguna otra persona de una publicidad muy desagradable.
– ¡Eso es fantástico! Un hombre no se mata o se hace matar deliberadamente para evitar un pequeño escándalo. Sylvia ya estaba muerta. En cuanto a su hermana y su padre… pueden cuidarse a sí mismos perfectamente. La gente que posee dinero suficiente siempre tiene medios para protegerse, señor Marlowe.
– Muy bien; quizá me equivoque sobre el motivo; más aún, puedo haberme equivocado en todo el planteamiento. Hace un minuto usted estaba enojada conmigo. ¿Quiere que me vaya… de modo que pueda beberse su gimlet?
La mujer sonrió de pronto.
– Perdóneme. Empiezo a creer en su sinceridad. En aquel momento pensé que usted estaba tratando de justificarse, pero he cambiado de idea.
– No quise justificarme en absoluto. Cometí una tontería y he pagado por ella, al menos hasta cierto punto. No niego que la confesión me salvó de algo mucho peor. Si lo hubieran traído de vuelta y lo hubieran procesado, me imagino que yo también habría ligado algo. Lo menos que me habría costado sería mucho más dinero del que yo pueda disponer.
– Sin mencionar su licencia -agregó ella secamente.
– Tal vez. Hubo una época en la que cualquier policía con un poco de autoridad podía reventarme. Ahora las cosas han cambiado un poco. Uno puede conseguir una audiencia ante la Comisión de Licencias del Estado y esta gente no tiene mucho entusiasmo que digamos por la policía de la ciudad.
La señora Loring siguió bebiendo y luego dijo, pronunciando lentamente las palabras:
– Tomando todo en consideración, ¿no opina que la forma en que se han producido los hechos fue la mejor? Sin proceso, sin titulares sensacionales, sin arrojar lodo sobre la gente sólo para vender más periódicos, sin tomar en cuenta la verdad o el juego limpio o los sentimientos de gente inocente.
– ¿No es lo que le dije hace un momento? Y usted consideró que era fantástico.
Ella se reclinó y apoyó la cabeza en la curva superior del almohadón del respaldo.
– Es fantástico que Terry Lennox se suicidara sólo por ese objetivo. Pero no es nada fantástico el que para todos los interesados fuera mejor si no había proceso.
– Necesito tomar otra copa -dije y llamé al mozo-. Siento escalofríos en la nuca. ¿Por casualidad, usted no estará emparentada con la familia Potter, señora Loring?
– Sylvia Lennox era mi hermana -dijo ella con sencillez-. Creí que se habría dado cuenta.
El mozo se acercó y le transmití mi mensaje urgente. La señora Loring sacudió la cabeza: no quiso repetir la bebida. Cuando el mozo se alejó, yo dije:
– Con el viejo Potter… perdón, con el señor Potter interesado en acallar por cualquier medio todo este asunto, sería tener demasiada suerte poder enterarme siquiera de que la esposa de Terry tenía una hermana.
– Usted exagera mucho. Mi padre no es tan poderoso, señor Marlowe, ni tan despiadado. Admito que tiene ideas muy anticuadas sobre su vida privada. Nunca concede entrevistas ni siquiera a sus propios diarios. No permite que le saquen fotografías, nunca pronuncia discursos, viaja generalmente en coche o en su avión particular, con personal propio. Pero a pesar de todo eso, es muy humano. Quería a Terry. Decía que Terry era un caballero durante las veinticuatro horas del día en lugar de serlo durante los quince minutos transcurridos desde el momento en que llegan los invitados hasta que toman el primer cóctel.
– Terry se descuidó un poco al final.
El mozo se acercó con mi tercer gimlet. Lo probé en seguida y después quedé silencioso, haciendo girar el dedo por el borde del pie de la copa.
– La muerte de Terry fue un golpe muy fuerte para él, señor Marlowe. Y por favor, no se haga el sarcástico de nuevo. Papá sabía que a alguna gente todo eso le parecería demasiado limpio. El habría preferido simplemente que Terry desapareciera. Si Terry le hubiera pedido ayuda, creo que se la habría dado.
– ¡Oh, no!, señora Loring. Su propia hija había sido asesinada.
– Me temo que lo que voy a decirle le suene en forma un tanto brutal. Mi padre había borrado de su corazón a mi hermana desde hacía mucho tiempo. Cuando se encontraban, apenas si le dirigía la palabra. Si mi padre expresara sus opiniones, lo que no ha hecho y no hará, estoy segura de que manifestaría las mismas dudas suyas sobre la culpabilidad de Terry. Pero ahora que Terry ha muerto, ¿qué importancia tiene todo eso? Pudieron haberse matado en un accidente de aviación o en un incendio o en un choque de automóviles. Si ella tenía que morir, era el mejor momento para que ocurriera. Dentro de diez años se habría convertido en una arpía arruinada por la vida disipada, como esas mujeres espantosas que se ven en las fiestas en Hollywood o que se veían hace algunos años. La escoria del mundo social.
De pronto, sin motivo razonable alguno, me puse furioso. Me levanté y miré por encima del tabique de separación. El otro reservado estaba vacío. En el de más allá había un tipo leyendo el diario. Me senté de golpe, aparté la copa y me incliné sobre la mesa. Tuve bastante sentido común, sin embargo, para hablar en voz baja.
– ¡Por todos los diablos, señora Loring! ¿Qué es lo que me quiere hacer creer? ¿Que Harlan Potter es una persona tan dulce y encantadora que ni habría soñado usar su influencia política sobre el Fiscal del Distrito para que tapara la investigación de modo que el asesino no fuera perseguido por nadie, que tenía dudas sobre la culpabilidad de Terry, pero no permitió que nadie levantara un dedo para encontrar quién era realmente el asesino, que no utilizó el poder político de sus periódicos y su cuenta bancaria y los novecientos tipos que se pondrían patas para arriba tratando de adivinar sus deseos antes de que él mismo sepa cuáles son, que no arregló las cosas de tal manera para que sólo un abogado sumiso y nadie más, nadie de la oficina del Distrito o de la policía de la ciudad, fuera a México a comprobar si Terry realmente se había suicidado en lugar de haber sido baleado por algún indio nada más que porque quiso resistir? Su viejo vale cien millones de dólares, señora Loring. No sé exactamente cómo los ha conseguido, pero sé muy bien que no lo ha hecho sin haber creado una organización muy importante, de largo alcance. No es ningún pobrecito. Es un hombre duro, inflexible. Hay que ser así en esta época para amasar una fortuna semejante. Y tipos como él tienen trato con gente extraña. No se ve con ellos ni les estrecha la mano, pero los tiene a su disposición para realizar los negocios que le convienen.
– ¡Usted está loco! -exclamó ella con enojo. ¡Estoy harta de usted!
– ¡Oh, claro! No toco la música que a usted le gusta oír. Permítame que le diga una cosa. Terry habló con su padre la noche en que murió Sylvia. ¿Y qué pasó? ¿Qué le dijo su padre a Terry? “Vete a México y pégate un tiro, muchacho. Dejemos que esto quede en la familia. Sé que mi hija es una atorranta y que hay por lo menos una docena de borrachos canallas que pueden haberle levantado la tapa de los sesos y haberle desfigurado su linda cara. Cualquiera de ellos. Pero eso es incidental, muchacho. El que lo hizo se arrepentirá cuando se le pase la borrachera. Tú lo has pasado bien y ahora es el momento de que pagues en retribución. Lo que queremos es que el nombre inmaculado de Potter se mantenga tan puro como las lilas de la montaña. Ella se casó contigo porque necesitaba guardar las apariencias. Ahora que está muerta lo necesita más que nunca. Tú tienes que dar la cara. Si puedes escapar y permanecer oculto, magnífico. Pero si te encuentran, despídete de la vida. Te veré en la morgue.”