– Es muy posible -dijo ella con tranquilidad-. Me imagino que todos los escritores tienen temporadas como ésas. Es verdad que parece que no puede terminar el libro que está escribiendo, pero no creo que eso sea razón suficiente.
– ¿Qué clase de hombre es, cuando está sobrio?
Ella sonrió.
– Bueno, soy más bien un poco parcial. Creo que es un muchacho encantador.
– ¿Y cuando está borracho?
– Espantoso. Brillante, duro y cruel. Se cree ingenioso cuando en realidad sólo es desagradable.
– No dijo que era violento.
Ella levantó las cejas.
– Lo fue una sola vez, señor Marlowe. Y ya se ha hecho demasiado ruido con eso. Nunca se lo hubiera contado a Howard Spencer. Se lo dijo el mismo Roger.
Me levanté y empecé a caminar por el cuarto. Iba a ser un día muy caluroso; a aquella hora temprana de la mañana el calor ya se hacía sentir. Bajé las cortinas venecianas de una de las ventanas para que no entrara el sol. Después me volví hacia ella y comencé a hablarle con toda franqueza.
– Ayer por la tarde revisé el Quién es Quién. Su marido tiene cuarenta y dos años, casado con usted en primeras nupcias, sin hijos. Sus padres son de Nueva Inglaterra y él estudió en Andover y en Princeton. Tiene una buena hoja de guerra. Ha escrito doce de esas novelas históricas plagadas de espadachines y sexo, y cada una ha sido un éxito editorial. Debe de haber ganado mucho dinero. Me parece que es el tipo que si se hubiera cansado de su mujer, lo diría y pediría el divorcio. Si anduviera con otra mujer probablemente usted lo sabría, y de cualquier modo no tendría necesidad de emborracharse simplemente para probar que se siente desgraciado. Hace cinco años que están casados, por lo tanto tenía treinta y siete cuando se casó. Casi podría afirmar que en aquella época conocía casi todo lo que se puede saber con respecto a las mujeres. Y digo casi todo, porque nadie puede llegar a conocerlas en su totalidad.
Hice una pausa, la miré y ella me sonrió. No había herido sus sentimientos. Continué hablando.
– Howard Spencer sugirió, no tengo idea de los fundamentos que tenía para ello, que lo que preocupa a Roger Wade es algo que ocurrió mucho tiempo antes de que ustedes se casaran y que ha salido a relucir ahora y lo está hiriendo con más fuerza que la que él puede aguantar. Spencer pensó que podría tratarse de un chantaje. ¿Sabe usted algo?
Ella sacudió la cabeza lentamente.
– Me pregunta usted si podría estar enterada de que Roger entrega a alguien sumas importantes de dinero… No, no podría saberlo. No me meto en sus asuntos financieros y contables. Roger podría muy bien hacerlo sin que yo lo supiera.
– Perfectamente. Como no conozco al señor Wade no puedo tener idea de cómo reaccionaría si lo tuvieran agarrado o acorralado. Si tiene un temperamento violento podría romperle la cabeza a alguien. Si el secreto, cualquiera que fuese, pudiera dañar su posición social o profesional o, tomando un caso extremo, hiciera que los guardianes de la ley comenzaran a revolotear a su alrededor, es posible que se resignara a pagar… al menos por un tiempo. Pero nada de esto nos lleva a conclusión alguna. Lo que usted quiere es que lo encontremos; se siente preocupada, más que preocupada. De modo que podríamos ver cómo me las arreglo para encontrarlo. No quiero su dinero, señora Wade; no por ahora, al menos.
La señora Wade abrió su cartera de nuevo y sacó dos trozos de papel amarillo. Parecían hojas de papel de cartas, plegadas, y una de ellas bastante arrugada. Las alisó y me las entregó.
– Una la encontré en su escritorio. Era muy tarde o, más bien, muy temprano por la mañana. Sabía que había estado bebiendo y que no había subido a acostarse. Alrededor de las dos de la mañana bajé para ver si se encontraba bien o relativamente bien, y si estaría tirado en el suelo o acostado en el sofá o en algún otro lado. Había desaparecido. El otro papel estaba en el canasto, más bien dicho, había quedado enganchado en el borde y por eso no cayó adentro.
Observé la primera hoja, la que no estaba arrugada. Sólo tenía escrito un párrafo corto a máquina. Decía así: -“No me importa estar enamorado de mí mismo, y para mí ya no existe nadie más de quien pueda enamorarme. Firmado: Roger (F. Scott Fitzgerald) Wade. P.D. Por eso nunca terminé The Last Tycoon”.
– ¿Esto tiene algún significado para usted, señora Wade?
– Lo considero una simple postura y una ficción. Roger siempre fue gran admirador de Scott Fitzgerald. Dice que Fitzgerald es el mejor escritor borracho después de Coleridge, que se drogaba. Preste atención -añadió cambiando de tema -a la escritura de máquina, señor Marlowe; clara, uniforme, sin errores.
– Ya lo he hecho. La mayoría de las personas ni siquiera pueden escribir sus nombres cuando están borrachos. -Desdoblé el papel arrugado. También estaba escrito a máquina, sin errores ni irregularidades: “Usted no me agrada, doctor V. Pero en este preciso momento es el hombre que necesito.”
La señora Wade empezó a hablar sin apartar la vista del papel.
– No tengo idea de quién es el doctor V. No conocemos a ningún médico cuyo nombre comience con esa inicial. Supongo que será el dueño de ese establecimiento en donde Roger estuvo la última vez.
– Cuando el vaquero lo trajo a casa, ¿su esposo no mencionó ningún nombre… ni siquiera de determinados lugares?
Ella sacudió la cabeza.
– No. He consultado la guía telefónica. Hay docenas de médicos de una u otra especialidad cuyos nombres empiezan con V. Además puede no ser el apellido.
– Hasta es posible que ni siquiera sea médico -dije-. Esto nos pone la cuestión del dinero sobre el tapete. Un hombre que actúa legalmente aceptaría un cheque, pero un curandero no. Podría constituir una evidencia en su contra. Y un tipo de ésos no cobra barato. Alojamiento y pensión en su casa deben resultar salados. Sin contar la aguja.
Ella me miró con asombro.
– ¿La aguja?
– Todos estos tipos de dudosa moralidad drogan a sus clientes. Es la forma más fácil de poder manejarlos. Los dejan listos por diez o doce horas y cuando se recobran se comportan como buenos muchachos. Pero usar narcóticos sin permiso puede significar alojamiento y pensión en lo del Tío Sam. El riesgo es grande y por eso se lo hacen pagar caro a sus clientes.
– Comprendo. Probablemente Roger disponía de unos cuantos cientos de dólares. Siempre guarda una buena suma en su escritorio. Nunca supe por qué. Supongo que se trata de un simple capricho. Pero hoy no encontré allí ningún dinero.
– Muy bien -dije-. Trataré de localizar al doctor V. No sé cómo, pero haré todo lo posible. Llévese el cheque, señora Wade.
– Pero ¿por qué? ¿No está usted autorizado…?
– Más tarde, gracias. Y en realidad preferiría recibirlo del señor Wade. No creo que a él le agrade lo que voy a hacer, de todos modos.
– Pero si él está enfermo o necesita ayuda…
– Podría haber llamado a su médico o haberle pedido a usted que lo haga. Eso significa que no quería hacerlo.
Guardó el cheque en la cartera y se puso de pie. Parecía completamente desamparada.
– Nuestro médico se negó a tratarlo -dijo con amargura.
– Existen cientos de médicos, señora Wade. Cualquiera de ellos lo atendería por una vez, y la mayoría seguirían atendiéndolo por un tiempo. En esta época la medicina es un negocio donde hay mucha competencia.
– Comprendo; es posible que usted tenga razón.
Se dirigió lentamente hacia la salida y yo la acompañé y abrí la puerta.
– Usted podría haber llamado a un médico por su propia cuenta. ¿Por qué no lo hizo?
Se enfrentó conmigo con toda franqueza. Le brillaron los ojos y creí adivinar que asomaron algunas lágrimas. Sin lugar a dudas era una mujer estupenda.
– Porque amo a mi marido, señor Marlowe. Haría cualquier cosa por ayudarlo. Pero también sé qué clase de hombre es. Si llamara a un médico cada vez que bebe demasiado, no tendría marido para mucho tiempo. No se puede tratar a un adulto como si fuera un niño que tiene dolor de garganta.