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Cuando Niu Gua creó al hombre, hizo su desgracia. Las entrañas de Niu Gua se transformaron en hombre, nacido de la sangre de la mujer, nunca se purificará.

No conviene sondear las almas, no conviene buscar las causas y los efectos, no conviene buscar el sentido, todo no es más que caos.

El hombre no grita más que cuando no comprende, el que ha gritado no ha comprendido nada. El hombre es un ser difícil que se crea sus propios tormentos.

Este «yo» en medio de «tú» no es más que un reflejo en el espejo, la imagen invertida de las flores en el agua; si no eres capaz de entrar en el espejo, no llegarás a repescar nada y no harás más que apiadarte de ti mismo en vano.

Es preferible para ti que continúes queriendo perdidamente la imagen de todos los seres animados, ahogándote en el océano de los deseos, las pretendidas necesidades espirituales no son más que una especie de masturbación, tienes el aspecto descompuesto.

La sabiduría es también una especie de lujo, una especie de gasto suntuario.

No tienes ganas más que de exponer los hechos valiéndote de un lenguaje que trasciende las relaciones de causa y efecto y la lógica. Se han contado ya tantas tonterías que nada te impide seguir contando más.

Inventas de un tirón, juegas con el lenguaje como un niño juega con los cubos. Pero con los cubos no es posible construir más que figuras fijas, todas las estructuras están sin duda contenidas en los cubos, imposible hacer algo nuevo, sea cual sea la manera en que se dispongan.

El lenguaje es como una bola de pasta con la que moldeas frases. Tan pronto abandonas las frases es como si penetraras en un cenagal del que te es imposible volver a salir.

En los problemas, en las preocupaciones, el hombre está solo. Una vez que estás metido en ellos, debes salir por ti mismo, no existe ningún salvador que se ocupe de estas fruslerías.

Progresas en el lenguaje cargando con tus pesados pensamientos. Quisieras encontrar un hilo conductor que te fuera de ayuda para conseguirlo, pero cuanto más progresas, más agobiado te sientes, porque estás atado por el hilo conductor del lenguaje; como un gusano de seda que teje su hilo, fabricas una red en torno tuyo, que te ciñe en unas tinieblas cada vez más densas. La débil luz al fondo de tu corazón es cada vez más tenue y, justo en el extremo de la red, no hay más que el caos.

Cuando se pierden las imágenes, también se pierde el espacio. Cuando se pierde el sonido, también se pierde el lenguaje. Se masculla sin ruido, no se sabe ya finalmente lo que se cuenta, en el centro mismo de la conciencia subsiste todavía un poco de deseo, pero si este resto de deseo desaparece, se accede al nirvana.

¿Cómo encontrar, por último, un lenguaje puro y cristalino, musical, inmarcesible, más elevado que la melodía, más allá de los límites establecidos por la morfología y la sintaxis, sin distinción entre el objeto y el sujeto, que trascienda a las personas, se desembarace de la lógica, en constante desarrollo, que no recurra ni a las imágenes, ni a las metáforas, ni a las asociaciones de ideas ni a los símbolos? Un lenguaje que pudiera expresar enteramente los sufrimientos de la vida y el temor a la muerte, las penas y las alegrías, la soledad y el consuelo, la perplejidad y la espera, la vacilación y la determinación, la debilidad y el valor, los celos y el remordimiento, la calma, la impaciencia y la confianza en uno mismo, la generosidad y el tormento, la bondad y el odio, la piedad y el desánimo, la indiferencia y la paz, la villanía y la maldad, la nobleza y la crueldad, la ferocidad y la bondad, el entusiasmo y la frialdad, la impasibilidad, la sinceridad y la indecencia, la vanidad y la codicia, el desdén y el respeto, la jactancia y la duda, la modestia y el orgullo, la obstinación y la indignación, la aflicción y la vergüenza, la duda y el asombro, y la lasitud y la decrepitud y el intento perpetuo de comprender y no menos perpetuo de no comprender y la impotencia de no lograrlo.

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