¡Ella dice que basta, que no cuentes más! Bordeas con ella la orilla abrupta del río cuyas aguas se arremolinan con violencia. Delante de vosotros se extiende una profunda ensenada. Cuando el agua entra en ella, describe un arco de círculo, luego su superficie, perfectamente tersa, se vuelve de un verde oscuro, sin una ola. El camino es cada vez más angosto. Ella no quiere seguir avanzando contigo.
Dice que quiere volver, tiene miedo de que la empujes dentro del río.
La cólera asciende en ti, le preguntas si se ha vuelto loca.
Ella dice que es justamente porque está con un demonio como tú por lo que está vacía, por lo que su corazón ahora está tan seco; es imposible para ella no volverse loca. Sabe muy bien que, si sigues caminando con ella a lo largo del río, es porque buscas la primera ocasión para empujarla dentro del agua. Quieres ahogarla para que no deje el menor rastro.
¡Vete al diablo! No puedes dejar de insultarla.
Ella dice, ves, ves, es eso lo que piensas verdaderamente, tu corazón es pérfido, en realidad no la amas, si no la amas, pues tanto peor, pero ¿por qué querer seducirla? ¿Por qué atraerla delante de estas aguas profundas?
Distingues en su mirada un espanto real, quieres acercarte para tranquilizarla.
¡No! ¡No! ¡Ella te prohibe dar un paso más! Te suplica que te alejes, que le perdones la vida. Dice que a la vista de este abismo sin fondo, su corazón se hiela de espanto. Quiere volver enseguida, reencontrar su vida de antes: ella le acusó equivocadamente y se ha dejado llevar por un monstruo como tú a estos confines desérticos. Quiere volver a su lado, reencontrar su pequeña habitación, y esta vez podrá perdonarle todo, pese a que es siempre violento en sus relaciones sexuales. Ella dice que ahora comprende que, precisamente por ser tan impulsivo aquel al que ama, la brusquedad de su deseo no es sino una prueba de su fervor hacia ella, pero ella no soporta ya tu frialdad, es cien veces más sincero que tú, tú eres cien veces más hipócrita que él, en realidad, tú, hace mucho tiempo que estás cansado de ella, pero no lo dices, tú la torturas mentalmente de una manera aún más cruel de lo que la hacía sufrir él en su carne.
Ella dice que piensa en él, que en casa de él después de todo ella era libre, que tiene necesidad de un hogar donde poder refugiarse, lo único que quiere es convertirse en ama de casa, él dijo que quería tomarla por esposa, y ella tiene confianza en él, mientras que tú, estas mismas palabras, no han salido nunca de tu boca. Cuando él hacía el amor con ella, le hablaba de otra mujer, pero era únicamente para excitar su entusiasmo, mientras que tus palabras no provocan en ella más que frialdad, acaba de darse cuenta de que la ama aún de verdad. He aquí por qué está tan nerviosa, porque no está en su estado normal. Si se fue no fue más que para hacerle sufrir a él a su vez, pero ahora ya basta. Ya se ha vengado lo suficiente, tal vez hasta demasiado. Cuando él lo sepa, se va a volver loco, de eso no cabe duda, pero a pesar de todo la querrá y sabrá mostrarse indulgente con ella.
Dice que piensa también en su familia, que aunque su madrastra sea mala, ella forma parte de los suyos. Su padre debe de estar terriblemente inquieto, debe de buscarla por todas partes, es peligroso a su edad.
Ella piensa también en sus colegas de trabajo, aunque sean unos seres banales, avaros, celosos los unos de los otros, el día en que una de ellas se compraba un vestido de moda, nunca dejaba de dejárselo probar a sus amigas.
Piensa también en esas sesiones de baile que eran siempre un aburrimiento, para las que una se pone unos zapatos nuevos y se perfuma, con esa música y esos focos que la hacen vibrar.
Y lo mismo la sala de operaciones con su olor a medicamento, su limpieza impecable, su orden perfecto: cada frasco ocupa en ella un sitio preciso, uno los tiene siempre al alcance de la mano, todo eso le resulta tan familiar, tan próximo. ¡Tiene que abandonar este maldito lugar, esta Montaña del Alma, esto no son más que tonterías!
Dice que eres tú quien has declarado que el amor no era más que una ilusión de la que uno se sirve para engañarse a sí mismo. Tú nunca has creído que pueda existir un amor verdadero, ya sea el hombre que posee a la mujer, ya sea al contrario. Y a continuación hay que inventar toda suerte de bonitos cuentos para niños, para que los espíritus débiles puedan encontrar refugio en ellos. Son tus propias palabras, lo dijiste y luego lo has olvidado, puedes negar todo lo que has dicho, pero la sombra que has dejado en su corazón es imposible de borrar. ¡Ella grita que ya no puede seguirte! Delante de esta ensenada en calma, estas aguas profundas y sombrías, ella ya no puede avanzar más contigo hacia ese abismo; ¡si haces un solo gesto hacia ella, te agarrará y ya no te soltará, te arrastrará a reunirte junto con ella con el rey de los infiernos!
Dice también que no se enganchará a ti, debes dejarle una salida, no te comprometerá, no será para ti una carga que tengas que arrastrar y así te sentirás más ligero para alcanzar la Montaña del Alma, o el infierno. No tienes necesidad de quitártela de encima, ella se irá por sí sola, lejos de ti, no te verá más, no pensará más en ti, y tú tampoco deberás pensar más en ella, no tendrás ninguna necesidad de inquietarte por ella, pues se habrá ido por sí sola, no habrás cometido ninguna falta, no tendrás ningún motivo de arrepentimiento, ninguna responsabilidad, como si no la hubieras conocido, tampoco tendrás mala conciencia. Ves, no dices nada porque ella ha puesto el dedo en la llaga, ha desvelado tu pensamiento, no te atreves a confesarlo, es ella quien lo ha dicho todo.
Dice que va a volver, a volver a su lado, a volver a la pequeña habitación, volver a la sala de operaciones, volver con su familia, volver a retomar la relación con su madrastra. Ella siempre ha vivido mediocremente, va a reencontrarse con la mediocridad, será como las gentes mediocres, se casará con un hombre mediocre como es él, ella no desea más que un nido de amor mediocre, de todas formas, no dará un paso más contigo, ¡no puede descender a los infiernos con un demonio como tú!
Dice que tiene miedo de ti, que tú la atormentas, por supuesto que ella también te ha atormentado a ti, ahora no quiere ya decir nada, no quiere saber nada más, ahora lo sabe todo, sabe ya demasiadas cosas, o bien él preferiría que ella no supiera nada, quiera olvidarlo todo, incluso lo que ella no consigue olvidar es preciso que lo olvide, un día u otro lo olvidará, la última palabra que tenga para ti será para darte las gracias, darte las gracias por el final del camino que has hecho con ella, darte las gracias porque la has salvado de la soledad. Sin embargo, se siente todavía más sola, y continuar así, eso ya no podrá soportarlo.
Ha terminado por darse la vuelta e irse, tú no las has mirado expresamente. Sabes que ella espera que vuelvas la cabeza, bastaría con que le dirigieras una mirada para que ella no se fuese, se aferraría a esa mirada hasta que se le saltasen las lágrimas. Tú podrías flaquear y suplicarle que se quedara y entonces habría palabras de consuelo y besos, ella se aventuraría a fundirse en tus brazos, los ojos arrasados en lágrimas, pronunciando palabras embrolladas de amor, de entusiasmo y de tristeza, con sus brazos endebles como brotes de sauce, se acaramelaría contra ti y te incitaría a reanudar vuestro camino juntos.
Tú estás decidido a no mirarla y continúas a lo largo del dique escarpado del río. Al llegar a un recodo, no te aguantas más y te vuelves, pero ella ha desaparecido. De repente sientes un gran vacío en tu corazón, una sensación de carencia pero también de liberación.
Te sientas sobre un pedrusco, como si esperaras que ella vuelva, pero sabes perfectamente que se ha ido para siempre.
Eres tú quien es cruel, no ella, quieres a toda costa rememorar sus imprecaciones y su maldad para borrarla definitivamente de tu corazón, para que ella no te deje la menor añoranza.
La conociste por una casualidad, en ese pueblo de Wuyi, tú estabas solo, ella se sentía apenada.
Nunca has comprendido si ella decía la verdad o mentiras, ¿o bien verdades a medias? Sus invenciones y las tuyas se mezclaban inextricablemente.
Ella no sabía nada de ti. Fue únicamente porque ella era mujer, y porque tú eras hombre, porque bajo la vaga luz de esta lámpara solitaria, a causa de esta habitación oscura debajo de las cubiertas de la techumbre, a causa del olor de la paja, porque era esa noche, como en un sueño, en un lugar desconocido, a causa del frío precoz de una noche de otoño, ella despertó en ti tus recuerdos, tus ilusiones, sus ilusiones y tu deseo.
Y tú, con respecto a ella, actuaste del mismo modo.
Es cierto, la sedujiste, pero también ella te sedujo a ti. Entre las astucias de las mujeres y la lujuria de los hombres, ¿qué sentido tiene tratar de discernir a quién le cabe una mayor responsabilidad?
¿Y adonde ir a buscar esa Montaña del Alma ahora? Tal vez no es más que una simple roca adonde van las mujeres a implorar un hijo varón. ¿Era ella una dama de la camelia? ¿O bien era esa muchacha que se había dejado arrastrar por unos muchachos a ir a darse un baño por la noche? En cualquier caso, no era tan joven y tú tampoco eres lo que se dice un jovenzuelo, te acuerdas tan sólo de las relaciones que has tenido con ella y, en este instante, descubres que no podrías describir su rostro, no podrías reconocer su voz, como si fuera una experiencia ya vivida o acaso todo lo más una ilusión; por otra parte, ¿dónde se sitúa el límite entre recuerdo e ilusión? ¿Y cómo fijar un límite? ¿Cuál de los dos es más claro y cómo juzgarlo?
¿No han despertado en ti numerosos sueños lejanos al encontrarte por casualidad con esta mujer en un pequeño pueblo, en una pequeña estación de autobuses, en un embarcadero, en la calle, al borde de la carretera? ¿Y cómo dar con su rastro ahora?