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Una noche glacial, en pleno otoño. Una densa y profunda oscuridad inunda la extensión caótica primigenia, el cielo y la tierra, los árboles y las rocas se funden, la carretera es invisible, no puedes sino quedarte en el sitio sin poder mover los pies, el busto inclinado hacia delante, los brazos extendidos para tantear en esta noche negra, oyes moverse algo, pero no es el viento, es la oscuridad en la que no hay ni arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha, ni lejos ni cerca, ni ningún orden determinado, te fundes totalmente con este caos, únicamente sabes que tu cuerpo posee un contorno, pero incluso este contorno se difumina poco a poco en tus pensamientos, un resplandor asciende en tu interior, como el brillo solitario de una vela en la oscuridad, su llama desprende luz pero no calor, una luz glacial que llena tu cuerpo, desborda sus contornos, esos contornos que conservas en el pensamiento, tus dos brazos se estrechan para preservar este fuego, esta conciencia glacial y transparente, tienes necesidad de esta sensación, te esfuerzas por protegerla, delante de ti aparece la superficie tranquila del lago y, en la orilla opuesta, se alzan unos bosquecillos de árboles, unos árboles que han perdido sus hojas y otros no despojados todavía del todo de ellas, de esbeltos álamos de los que cuelgan aún algunas hojas amarillas, de azufaifos de un negro metálico en los que sólo una o dos hojas de un amarillo pálido tiemblan al viento, de sebos de China de un color púrpura, frondosos unos, ralos otros, semejantes a unos cendales de niebla, en la superficie del lago ninguna ola, tan sólo reflejos, claros y brillantes, de colores tornasolados, que oscilan del rojo oscuro al púrpura, pasando por el anaranjado, el amarillo pastel, el verde oscuro, el pardo ceniciento, el blanco lunar, en diferentes niveles, reflexionas intensamente y luego de súbito los colores desaparecen para fundirse en innumerables matices de gris, de negro y de blanco de distintas tonalidades, como una vieja foto en blanco y negro, de la que sólo las figuras permanecieran nítidas, mejor sería decir que en vez de en la tierra estás en otro espacio, conteniendo el aliento observas la imagen de tu propio cuerpo, todo está sumido en una gran calma, una calma tal que resulta inquietante, y tienes la impresión de que se trata de un sueño, que no hay que inquietarse, pero no puedes evitar hacerlo, justamente porque la calma es demasiado perfecta, una calma excepcional.

Tú le preguntas si ella ha visto esta figura.

Ella dice que la ha visto.

Le preguntas si ella ha visto la barquichuela.

Ella dice que es precisamente esta barca la que trae esta calma a la superficie del lago.

De repente oyes su respiración, alargas la mano para tocarla, tu mano titubea sobre su cuerpo, ella te frena, tú aprietas su muñeca, la atraes contra ti, ella se vuelve y se acaramela contra tu pecho, tú percibes el dulce perfume que exhalan sus cabellos y buscas sus labios, ella te evita y se vuelve, su cuerpo tibio y vivo respira más fuerte, su corazón se pone a latir más rápido bajo la palma de tu mano.

Tú dices que quieres que esa barca se hunda.

Ella dice que la barca ya está llena de agua.

Tú la has abierto y has entrado en su cuerpo húmedo.

Sabía que sería así, suspira y su cuerpo se relaja, ya no es más que carne.

¡Tú quieres que diga que es un pez!

¡No!

Quieres que diga que es libre.

¡Ah!, no.

Quieres que se hunda, que lo olvide todo.

Ella dice que tiene miedo.

Le preguntas de qué tiene miedo.

Ella dice que no sabría decirlo, y también dice que tiene miedo de la oscuridad, que teme hundirse.

A continuación, están las mejillas ardientes, las lenguas de fuego danzarinas, tragadas al punto por las tinieblas, los cuerpos que se retuercen, ella te dice que no seas brusco, ¡grita que le duele! ¡Se debate, te trata de bestia salvaje! Está acorralada, acosada, desgarrada, se siente engullida. Ah… esta oscuridad densa, tangible, este caos cerrado, ni cielo ni tierra, ni espacio ni tiempo, ni ser del no-ser, ni no-ser del ser, ni ser del ser, el fuego ardiente del carbón vegetal, los ojos húmedos, la caverna abierta, las volutas de humo, los labios ardientes, los gritos guturales, el hombre y la bestia, la llamada de la oscuridad original, la angustia del tigre feroz en la selva, la avidez, las llamas han ascendido, ella llora lanzando agudos gritos, la bestia salvaje muerde, ruge, está embrujada, brinca hacia adelante, da vueltas alrededor del fuego, la luz es cada vez más clara, las llamas cambiantes, informes, en la cueva de donde se elevan en volutas de humo una lucha a muerte se entabla, ella se precipita al suelo, lanza unos gritos estridentes, brinca de nuevo, ruge, estrangula y devora… el ladrón de fuego ha huido, a lo lejos la antorcha penetra en la oscuridad, decrece, la llama no es ya más que un pequeño punto vacilante en medio del siniestro viento. Se apaga.

Tengo miedo, dice ella.

¿De qué?, preguntas.

No tengo miedo de nada concreto, pero quiero decir que tengo miedo.

Niña estúpida,

la otra orilla,

¿qué dices?

No comprendes.

¿Me quieres?

No lo sé,

¿Me odias?

No lo sé.

¿No lo habías hecho jamás?

Sólo sabía que más pronto o más tarde este día llegaría,

¿eres feliz?

Soy toda tuya ahora, dime cosas tiernas, háblame de las tinieblas,

Pan Gu * blande su hacha para abrir el cielo,

no me hables de Pan Gu,

¿contarte el qué?

habíame de esa barca,

una pequeña barca que va a irse a pique,

uno creería que va a zozobrar, pero no zozobra,

finalmente, ¿se ha hundido?

No lo sé.

Eres verdaderamente una cría.

Cuéntame una historia,

tras la gran inundación, entre cielo y tierra, no quedó más que una barquichuela, en esa barca únicamente un hermano y una hermana, que no soportaban ya la soledad y se mantenían estrechamente abrazados, sólo la carne del otro atestiguaba su propia existencia,

me quieres,

la chica ha sido seducida por la serpiente,

la serpiente era mi hermano.


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