– ¡Esto no es una novela!
– Entonces, ¿qué es? -pregunta él.
– Una novela debe constar de una historia completa.
Él dice que cuenta también historias, pero que algunas de ellas las cuenta hasta el final, otras no.
– Si no se respeta ningún orden, es imposible que el autor sepa cómo desarrollar la intriga.
– Pues bien, dígame usted cómo desarrollarla, por favor.
– En primer lugar, se requiere una introducción, luego un desarrollo y, por último, el momento culminante y un desenlace. Son los conocimientos básicos para escribir una novela.
Él pregunta si existe alguna forma de escribir al margen de las normas básicas. Por lo que se refiere a las historias, se cuentan algunas empezando por el principio, otras por el final, algunas tienen un principio pero no un final, algunas sólo un final o una parte imposible de contar hasta su final, y si bien algunas podrían contarse, ello no siempre es necesario, porque no hay nada interesante que contar; y sin embargo, todas son historias.
– Sea cual sea la manera como cuente usted sus historias, es menester que tengan un personaje principal, ¿o no? Una novela debe contar, en cualquier caso, con varios personajes principales, mientras que en la suya ¿qué pasa?…
– ¿Acaso «yo», «tú», «ella» y «él» no son en mi libro personajes? -pregunta él.
– ¡Pero si no son más que pronombres personales! Utilizar diferentes enfoques descriptivos no es óbice para no trazar el retrato de los propios personajes. Aunque considere usted estos pronombres personales como personajes, su libro no tiene ninguna figura definida. Y tampoco cabe hablar de descripciones.
Él dice que no pinta retratos.
– De acuerdo, la novela no es pintura, es el arte del lenguaje. Pero ¿acaso cree usted que las conversaciones de sus personajes entre sí pueden sustituir al hecho de trazarlos de forma sólida?
Él dice que tampoco tiene la intención de trazar el carácter de nadie, que ni él mismo sabe si tiene alguno definido.
– Pero ¿qué clase de novelas escribe usted? Ni siquiera ha comprendido lo que es una novela.
Entonces él le pide con todo respeto que tenga a bien darle una definición de novela.
Finalmente, el crítico muestra una expresión de desprecio y masculla entre dientes:
– Otro moderno más que trata inútilmente de imitar a Occidente.
El dice que es más bien una novela oriental.
– ¡En Oriente aún es más raro encontrar sus extraños procedimientos: reunir relatos de viajes, recoger fragmentos de historias y observaciones hechas a base de unas pocas pinceladas, hacer comentarios sin ninguna base teórica: no se inventan así fábulas que no lo parecen en absoluto, no se transcriben unas pocas canciones o romances populares con, por añadidura, algunas historias de fantasmas creadas de cualquier modo, que nada tienen que ver con mitos, para reunirlo todo y llamar a eso finalmente una «novela»!
Él dice que las monografías locales de los Reinos Combatientes, las evocaciones de hombres y de hechos señalados de las dos dinastías Han, de los Wei, de los Jin, de las dinastías del norte y del sur, los cuentos maravillosos de los Tang, los cuentos en lengua popular de los Song y de los Yuan, las novelas por entregas y los ensayos de los tiempos de los Ming y de los Qing pertenecen todos ellos al género novelesco, pues, desde antiguo, en un espacio geográficamente inmenso, reproducen el lenguaje de la calle, los comadreos de las callejuelas y consignan en un tótum revolútum todo cuanto es relevante, sin que nadie les fijara ningún modelo a seguir.
– ¿Acaso forma parte usted encima de la escuela de investigación de las raíces?
Él se apresura a replicar que tales etiquetas es él quien las pone. Si él escribe novelas es para no padecer de soledad, para su exclusivo placer. Nunca se le ocurrió pensar que entraría a formar parte de los círculos literarios, pero ahora quiere escapar de ellos. No esperaba ganarse la vida escribiendo este tipo de libros; para él la novela es un lujo ajeno a toda búsqueda de un medio de subsistencia.
– ¡Un nihilista!
Él dice que, en realidad, no cree en ningún «ismo», que si sucumbe a la nada no es por nihilismo, y que por otra parte una cosa es la nada y otra muy distinta el vacío, es exactamente como el «tú» en su libro, que es el reflejo de la figura del «yo», y ese «él» que constituye el telón de fondo sobre el cual evoluciona ese «tú», sombra de una sombra, por más que carezca de una verdadera apariencia y no sea más que un pronombre personal.
El crítico se sacude las mangas y se va.
Él se queda perplejo, sin comprender si en una novela lo más importante es contar una historia. O si es la manera de contarla. O si no, si es la actitud del autor respecto a la narración. O bien, si no es la actitud, si es la determinación de dicha actitud. O bien, si no es la determinación de la actitud, si es el punto de partida de la determinación de la actitud. O bien, si no es este punto de partida, si es el yo del punto de partida. O bien, si no es el yo, si es la percepción del yo. O bien, si no es la percepción del yo, si es el proceso de la percepción. O bien, si no es este proceso, si es el acto en sí. O bien, si no es el acto en sí, si es la posibilidad de este acto. O bien, si no es esta posibilidad, si es la elección de esta posibilidad. O bien, si no es esta elección, si es la necesidad de elección o no. O bien, si lo importante no radica en esta necesidad, ¿radica en el lenguaje? O bien, si no radica en el lenguaje en sí, ¿radica en el sabor del lenguaje? Y sin embargo, él no hace sino embriagarse con la utilización del lenguaje para contar cosas sobre la mujer y el hombre, el amor, la pasión y el sexo, la vida y la muerte, el alma y la alegría, y el sufrimiento y el placer del cuerpo humano en su carne mortal, y el hombre en sus relaciones políticas y la huida del hombre frente a la política y la realidad de la que no es posible escapar y la imaginación al margen de lo real y cuál de las dos es más verdadera y la negación de la negación del fin útil que no es lo mismo que su afirmación y la falta de lógica de la lógica y el distanciamiento respecto a la reflexión racional que trasciende el debate sobre el contenido y la forma y la forma que tiene un sentido y el contenido que no tiene ninguno y qué es que el sentido y la definición del sentido y Dios que todo el mundo quisiera ser y la adoración de ídolos ateos y las ganas de ser considerado como un filósofo y el amor a uno mismo y la frigidez y la locura que conduce a la paranoia y las facultades paranormales y la meditación zen y la reflexión que no alcanza el zen sino más bien el principio vital del cuerpo que se nutre de la ley que puede decirse y de la que no puede decirse no debe ser dicha es dicha pese a todo al mundo y la moda y la rebelión contra la moda vulgar consistente en pegarle al niño al que no es posible enseñar a palmetazo limpio e impartir educación siguiendo el principio de que la letra con sangre entra, haciéndole sudar tinta y la tinta es negra y qué hay de malo en lo negro y los hombres buenos y los hombres malos y los que no son ni buenos ni malos o más bien humanos mucho peor que lobos y los otros peores que el infierno que anida en sus propios corazones y este maldito sí mismo busca permanentemente la angustia y el nirvana o más bien todo ha terminado y todo lo que ha terminado para quién y que ser o no ser es el resultado de la semántica que multiplica todo cuanto aún no ha sido dicho que no es lo mismo que no decir nada y blablabla que es inútil para la discusión de las funciones igual que en la guerra entre hombres y mujeres nadie saldrá triunfador y jugar al ajedrez haciendo avanzar y retroceder una pieza no es más que un juego para controlar los sentimientos de los seres humanos que han de comer y morir de hambre es una nimiedad y ser desleal es algo grande pero no se puede juzgar la verdad que resulta imposible conocer y sólo el bastón resulta más sólido que las experiencias para apoyarse y aquellos que hayan de tener un traspié lo tendrán y la novela revolucionaria acaba con la literatura supersticiosa y la revolución novelesca acaba con la novela.
Este capítulo puede leerse o puede no leerse, pero dado que ha sido leído, no se pierde nada.