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Entrada la noche, me tumbo bajo un alero, en la orilla. Las estrellas y los reflejos en las aguas se han apagado. Río y montañas se confunden en una misma oscuridad, el viento fresco de la noche se ha levantado, resuenan aullidos de lobos. Aterrado, sacado de mis sueños, aguzo el oído. Es de hecho el grito desesperado de un reclamo de amor, terriblemente triste, mitad canto, mitad aullido, que se repite de forma intermitente.

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