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– Me metí en este caso, Ray, convencido de que lo tenía resuelto desde el principio. Lieberman era el objetivo. Descubrimos cómo abatieron el avión. Teníamos muchos motivos, pero no tantos como para no poder investigarlos hasta dar con el hijo de puta responsable del atentado. Mierda, hasta encontramos al terrorista servido en bandeja aunque estuviera muerto. Las cosas no podían presentarse mejor. Entonces todo comienza a hundirse. Nos enteramos de que Jason Archer se las apaña para hacer un truco increíble y aparece vendiendo secretos en Seattle en lugar de estar en un agujero en Virginia. ¿Era ese el plan? Parecía lo más lógico.

»Pero resultó que el terrorista era un tipo que de alguna manera se coló por el sistema informático de la policía de Virginia. A mí me engañaron para que viajara a Nueva Orleans y algo ocurrió en la casa de Archer que todavía no he conseguido averiguar. Entonces, cuando menos lo esperaba, Lieberman aparece otra vez en la escena sobre todo porque el aparente suicidio de Steven Page ocurrido hace cinco años atrás no encaja en el rompecabezas excepto por el hecho de que a su hermano mayor, que quizá nos podría haber dicho muchas cosas, lo degollaron en un aparcamiento. Hablé con Charles Tiedman y quizá, sólo quizá, Lieberman era víctima de un chantaje. Si es verdad, ¿cuál es la conexión con Jason Archer? Tenemos dos casos diferentes que se vinculan por una coincidencia: ¿Lieberman coge un avión, el mismo que va a derribar alguien a quien ha pagado Archer? ¿O se trata de un solo caso? Si lo es, ¿dónde cono está la conexión? Porque si la hay, el menda no sabe cuál es.

Sawyer meneó la cabeza frustrado y dio otra chupada al cigarrillo. Soltó el humo hacia el techo mugriento y apoyó los codos en la mesa.

– Encima, otros dos tipos que al parecer querían saquear Tritón Global acaban en el otro barrio. Y el común denominador en todo este follón es Sidney Archer. -Sawyer se rascó la mejilla-. Sidney Archer. Respeto a esa mujer, pero quizá no tengo las cosas muy claras. Quizá tenías toda la razón al echarme la bronca. Pero te contaré un pequeño secreto.

– ¿Cuál es?

– Sidney Archer estaba en la limusina. Y el que mató a los tres tipos, la dejó marchar. Su pistola acabó en manos de la policía. -Sawyer empuñó un arma imaginaria y apuntó a varios lugares con el cigarrillo-. Huellas borrosas en las partes donde tendría que haberla sujetado si la hubiera disparado. Sólo hay huellas nítidas en el cañón. ¿A ti qué te parece?

– Sabemos que empuñó el arma -respondió Jackson en el acto, pero después comprendió la verdad-. Si la disparó algún otro, y el tipo llevaba guantes, las huellas de Archer aparecerían borrosas excepto en el cañón.

– Eso es. Además deja la cinta. Probablemente la utilizaron para chantajearla. Eso no te lo discuto. Ella sabía que la tenían, lo lógico es suponer que se la hicieron escuchar. ¿Crees que ella se la dejaría? Es una prueba suficiente para que la condenaran a cadena perpetua. Escucha lo que te digo, ella o cualquiera hubiese desarmado la limusina para hacerse con la cinta. No, la dejaron ir por una única razón.

– Para que la acusaran de los asesinatos -señaló Jackson. Bebió un trago de café y dejó la taza en la mesa.

– Y quizá para que nuestra atención no se desviara hacia otra cosa.

– Por eso pediste que hicieran la prueba de los residuos de pólvora.

– Necesitaba estar seguro de que ninguno de los muertos era el tirador. Quizá se habían peleado. Por las heridas, cualquiera diría que murieron en el acto, pero ¿quién puede estar seguro? Bien podría ser que el asesino fuera uno de ellos y después se suicidara. Aterrorizado por lo que ha hecho, decide volarse la cabeza. Entonces Sidney, dominada por el pánico, coge la pistola y la tira por la alcantarilla. Pero eso no ocurrió. Ninguno de ellos disparó el arma.

Permanecieron callados durante un buen rato. Una vez más, Sawyer fue el primero en hablar.

– Te contaré otro secreto, Ray. Pienso resolver este caso aunque me cueste otros veinticinco años más de caminar por la línea. Y cuando llegue ese día, descubrirás algo muy interesante.

– ¿Como qué?

– Que Sidney Archer no tiene ni puñetera idea de lo que está pasando. Ha perdido el marido, el trabajo y es probable que la acusen de triple asesinato y una infinidad de delitos más. En este momento está asustada y huye para salvar el pellejo, sin saber en quién creer o confiar. Sidney Archer es de hecho algo que, mirando las pruebas de una manera superficial, no podría ser.

– Según tú, ¿qué es?

– Inocente.

– ¿Lo crees de verdad?

– No, lo sé. Ojalá supiera algo más.

– ¿Qué quieres saber?

Sawyer aplastó la colilla en el cenicero al tiempo que exhalaba la última bocanada de humo.

– Quién mató a los tres tipos. -Sawyer pensó mientras hablaba: «Sidney Archer quizá lo sepa. Pero ¿dónde coño está?».

Jackson apoyó una mano sobre el hombro de Sawyer cuando salían.

– Quiero que sepas una cosa, Lee. Mientras estés dispuesto a caminar por la línea, iré contigo.

Capítulo 52

Sidney observó con los prismáticos el tramo de calle frente a la casa de sus padres y después miró la hora. Oscurecía deprisa. Meneó la cabeza incrédula. ¿El reparto de FedEx podía haberse demorado por el mal tiempo? Las nevadas en la costa de Maine acostumbraban a ser muy fuertes, pero debido a la proximidad del mar, la nieve se convertía en aguanieve, haciendo la conducción muy peligrosa cuando se congelaba. ¿Y dónde estaban sus padres? El problema consistía en que no tenía manera de comunicarse con ellos mientras estuvieran de viaje. Sidney fue hasta el Land Rover, cogió el teléfono móvil y llamó a Federal Express. Le dio a la operadora los nombres y las direcciones del remitente y el destinatario. Escuchó el ruido de las teclas del ordenador y después se quedó boquiabierta al recibir la respuesta.

– ¿Quiere decir que no tienen constancia del envío?

– No, señora. Según nuestros registros, no recibimos el paquete.

– Pero eso es imposible. Tienen que tenerlo. Sin duda, debe haber algún error. Por favor, compruébelo otra vez. -Sidney esperó impaciente mientras se repetía todo el proceso. La respuesta fue la misma.

– Señora, quizá tendría usted que llamar al remitente para comprobar si envió el paquete.

Sidney colgó, fue a buscar el número de Fisher en la agenda que estaba en el bolso, volvió al Land Rover y lo marcó. No creía que Fisher estuviera allí -sin duda había seguido al pie de la letra las advertencias de Sidney-, pero probablemente llamaría al contestador automático para enterarse de los mensajes. Le temblaban las manos. ¿Y si Jeff no había podido enviar el paquete? La visión del arma que le apuntaba en la limusina apareció en su mente. Brophy y Goldman. Las cabezas reventadas. La sangre, los sesos y las esquirlas de hueso encima de ella. Por un momento, llevada por la desesperación, apoyó la cabeza en el volante.

El teléfono sonó tres veces y entonces lo atendieron. Sidney se preparó para dejar un mensaje en el contestador cuando una voz dijo: «Hola».

Sidney comenzó a hablar pero se interrumpió al descubrir que la voz al otro lado de la línea correspondía a una persona real.

– ¿Hola? -repitió la voz.

Sidney vaciló un momento y después decidió seguir adelante.

– Jeff Fisher, por favor.

– ¿De parte de quién?

– Soy una amiga.

– ¿Sabe usted dónde está? Necesito encontrarle con urgencia -dijo la voz.

A Sidney se le erizaron los pelos de la nuca.

– Por favor, ¿con quién hablo?

– Soy el sargento Rogers del departamento de Policía de Alexandria.

Sidney cortó la comunicación en el acto.

En el interior de la casa de Jeff Fisher se habían producido algunos cambios drásticos desde que Sidney Archer había estado allí. El más importante era que no quedaba ni una sola pieza del equipo informático ni los archivadores. En pleno día, los vecinos habían visto un camión de mudanzas. Uno de ellos incluso había hablado con los empleados. Creyó que todo estaba en orden. Fisher no había mencionado la intención de mudarse, pero los empleados se habían comportado con la normalidad más absoluta. Se habían tomado su tiempo para empaquetar las cosas, llevaban las órdenes para el traslado, hasta habían hecho una pausa para fumarse un cigarrillo. Sólo después de que se fueran, los vecinos comenzaron a sospechar. El vecino de al lado entró en la casa para ver si todo estaba en orden y descubrió que aparte del equipo informático no se habían llevado nada más. Fue entonces cuando llamaron a la policía.

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