Capítulo 10
El Gulfstream surcaba el cielo rumbo a Washington. La lujosa cabina parecía el salón de un hotel de cinco estrellas. Estaba revestida de madera, tenía amplias butacas de cuero marrón, un bar bien provisto y un camarero para atenderlo. Sidney Archer estaba acurrucada en una de las butacas con los ojos cerrados y una compresa fría sobre la frente. Por fin abrió los ojos y apartó la compresa. Estaba como drogada, le pesaban los párpados y le costaba moverse. Sin embargo, no había tomado sedante alguno ni había probado ninguna bebida. Había cerrado su mente: hoy su marido había muerto en un accidente aéreo.
Echó un vistazo a la cabina. Quentin Rowe le había invitado a que volviera a casa con él en el reactor de Tritón. En el último minuto, y para desconsuelo de Sidney, Gamble se había unido a ellos. Ahora él se encontraba en su cabina privada en la parte de popa. Sidney rogó para sus adentros que permaneciera allí durante el resto del viaje. Vio que Richard Lucas, el jefe de seguridad de Tritón, no le quitaba el ojo de encima.
– Tranquilo, Rich. -Quentin Rowe pasó junto al jefe de seguridad y fue a sentarse con Sidney-. ¿Cómo estás? -preguntó en voz baja-. Tenemos Valium. Tenemos una buena provisión por causa de Nathan.
– ¿Toma Valium? -Sidney se mostró sorprendida.
Rowe encogió los hombros.
– En realidad, es para la gente que viaja con Nathan.
Sidney respondió a la broma con una débil sonrisa que desapareció casi en el acto.
– Oh, Dios, no me lo creo. -Miró a través de la ventanilla con los ojos enrojecidos. Se cubrió el rostro con las manos. Añadió con voz temblorosa y sin mirar a Rowe-: Sé que esto no tiene buena pinta, Quentin.
– Eh, no hay ninguna ley que prohíba a nadie viajar en su tiempo libre -se apresuró a señalar Rowe.
– No sé qué decir…
Rowe levantó una mano para interrumpirla.
– Escucha, este no es el lugar ni el momento. Tengo algunas cosas que hacer. Si necesitas algo, avísame.
Sidney le miró agradecida. En cuanto Rowe se alejó, la joven se reclinó en el asiento y volvió a cerrar los ojos. Las lágrimas rodaban por las mejillas hinchadas. Richard Lucas continuó con la solitaria vigilancia desde la parte delantera de la cabina.
Se estremecía con nuevos sollozos cada vez que recordaba la última conversación con Jason. Furiosa, le había colgado el teléfono. Éste era el típico incidente estúpido que no significaba nada, un acto repetido mil veces en la vida de muchos matrimonios felices, pero ¿sería el último recuerdo de su vida juntos? Se aferró a los brazos de la butaca para dominar los temblores. Todas aquellas sospechas durante los últimos meses. ¡Idiota! Él había estado matándose a trabajar para conseguir un empleo fantástico, y ella no había imaginado otra cosa que a Jason haciendo el amor con mujeres más atractivas. La sensación de culpa era tremenda. El resto de su vida estaría manchado por aquella y terrible falta de confianza en el hombre que amaba.
Se llevó otra sorpresa cuando volvió a abrir los ojos. Nathan Gamble estaba sentado junto a ella. Le asombró ver la ternura reflejada en su rostro, una emoción que nunca le había visto antes. Él le ofreció la copa que tenía en la mano.
– Coñac -dijo con voz ronca, mientras miraba el cielo oscuro a través de la ventanilla. Al ver que vacilaba, Gamble le cogió la mano y le hizo coger la copa-. En este momento, lo que menos le conviene es pensar con claridad. Beba.
Sidney bebió un trago y sintió la tibieza del líquido al pasar por la garganta. Gamble se retrepó en el asiento y le ordenó a Lucas que se marchara con un gesto. El director ejecutivo de Tritón acarició distraído el brazo de la butaca mientras miraba a su alrededor. Se había quitado la americana y las mangas de la camisa recogidas dejaban a la vista los antebrazos musculosos. El ruido de las turbinas sonaba en el fondo. Sidney notaba como pequeñas sacudidas eléctricas mientras esperaba las palabras de Gamble. Le había visto maltratar a personas de todas las jerarquías con una indiferencia implacable hacia los sentimientos personales. Ahora, incluso a través del velo del dolor, notaba la presencia de un hombre diferente, más humano.
– Siento mucho lo de su marido. -Sidney era consciente de una manera difusa de lo incómodo que parecía Gamble. Movía las manos constantemente como si quisiera seguir sus velocísimos procesos mentales.
Sidney lo miró al tiempo que tomaba otro trago de coñac.
– Gracias -dijo con voz trémula.
– En realidad, no le conocía personalmente. Es algo difícil en una compañía tan grande como Tritón. Caray, creo que apenas conozco a la décima parte de los ejecutivos. -Gamble suspiró y, como si de pronto hubiese descubierto el baile incesante de sus manos, las apoyó en los muslos-. Desde luego, conocía su reputación y que ascendía deprisa. Según todos los informes, su carrera prometía mucho.
Sidney se encogió un poco al escuchar las palabras. Recordó la noticia que le había dado Jason aquella misma mañana. Un nuevo trabajo, una nueva vicepresidencia, una nueva vida para todos ellos. ¿Y ahora? Se bebió el coñac de un trago y consiguió a duras penas contener un sollozo. Al levantar la mirada vio que Gamble la observaba con mucha atención.
– Más vale que se lo diga ahora, aunque sé que no es el mejor momento. -Gamble hizo una pausa sin desviar la mirada. Sidney se preparó; sus manos apretaron instintivamente los brazos de la butaca mientras hacía lo imposible para no temblar. Se tragó el nudo que tenía en la garganta. Había desaparecido la ternura en los ojos del presidente.
– Su marido viajaba en un avión a Los Ángeles. -Gamble se humedeció los labios en un gesto nervioso y se inclinó hacia la mujer-. No estaba en casa. -Sidney asintió inconsciente, como si supiera muy bien cuál sería la próxima pregunta-. ¿Lo sabía?
Por un momento fugaz, Sidney tuvo la sensación de estar moviéndose entre las nubes sin la ayuda de un avión de veinticinco millones de dólares. El tiempo pareció suspenderse, pero en realidad sólo pasaron unos segundos antes de dar su respuesta. «No.» Nunca le había mentido antes a un cliente; la palabra escapó de sus labios antes de que se diera cuenta. Estaba segura de que él no le creería. Pero ahora ya era demasiado tarde para retroceder. Gamble escrutó sus facciones durante un momento, y luego se echó hacia atrás. Permaneció inmóvil, en apariencia satisfecho de haber dejado clara su postura. De pronto, palmeó el brazo de Sidney y se puso de pie.
– Cuando aterricemos, mi limusina la llevará a su casa. ¿Tiene hijos?
– Una niña. -Sidney lo miró, asombrada de que el interrogatorio hubiese acabado de forma tan repentina.
– Dele al chófer la dirección y él irá a recogerla. ¿Está en la guardería? -Sidney asintió. Gamble meneó la cabeza-. En estos tiempos todos los niños van a la guardería.
Sidney pensó en los planes de quedarse en casa para criar a Amy. Ahora se había quedado sola. La revelación la mareó. De no haber estado Gamble con ella, se habría caído al suelo. Alzó la mirada y vio que el hombre no dejaba de mirarla mientras se pasaba la mano por la frente.
– ¿Necesita algo más?
Ella tuvo la fuerza necesaria para alzar la copa vacía.
– Gracias, esto ayuda bastante.
– Es lo bueno de la bebida. -Gamble cogió la copa. Hizo el movimiento de marcharse, pero se detuvo-. Tritón se preocupa de sus empleados, Sidney. Si necesita cualquier cosa, dinero, los arreglos para el funeral, ayuda con la casa o la niña, o lo que sea, tenemos gente que se ocupa. Llámenos.
– Lo haré. Gracias.
– Y si necesita hablar sobre… este asunto -enarcó las cejas de una manera sugerente- ya sabe dónde encontrarme.
Se marchó, y Richard Lucas volvió a ocupar su puesto de vigilancia sin decir palabra. Sidney volvió a cerrar los ojos sin dejar de estremecerse. El avión continuaba el viaje. Lo único que deseaba era abrazar a su hija.