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– ¡Dios mío! -exclamó Sidney-. Y supongo que los beneficios…

– Sí, sí, ganaremos billones con las ventas del software, con el alquiler de la red. Todas las empresas del mundo querrán estar conectadas con nosotros. Y eso es sólo el principio. -Rowe parecía bastante desinteresado en ese aspecto del negocio-. Y, sin embargo, pese a todo, Gamble sigue sin verlo, es incapaz de comprender… -Se levantó impulsado por los nervios y comenzó a mover los brazos. Se dominó y volvió a sentarse, rojo de vergüenza-. Lo lamento, a veces me dejo llevar por el entusiasmo.

– Está bien, Quentin, lo comprendo. Jason compartía tu entusiasmo por la compra de CyberCom. Me lo dijo.

– Tuvimos muchas charlas muy agradables sobre el tema.

– Y Gamble es muy consciente de las consecuencias que tendría la compra de CyberCom por otra compañía. Creo que acabará por acceder en la cuestión de la información financiera.

– Confiemos en ello -dijo Rowe.

Sidney miró los diamantes incrustados en el lóbulo de la oreja de Rowe. Parecían ser la única extravagancia que se permitía, y no era gran cosa, pues Rowe, a pesar de ser multimillonario, vivía con la misma frugalidad que en su etapa de estudiante pobre en la universidad, diez años atrás.

– Jason y yo hablábamos mucho del futuro -comentó Rowe-. Era una persona muy especial. -Parecía compartir el dolor de Sidney cada vez que se mencionaba el nombre de Jason-. Supongo que ya no volverás a ocuparte de las negociaciones con CyberCom.

– El abogado que me reemplazará es de primera fila. No notarás el cambio.

– Fantástico. -Su voz sonó muy poco convencida.

Sidney se levantó del sofá y apoyó una mano sobre el hombro de Rowe.

– Quentin, hay que cerrar este trato. -Vio la taza vacía y le preguntó-: ¿Quieres un poco más de té?

– ¿Qué? No, no, gracias. -Rowe volvió a sumergirse en sus pensamientos, mientras se frotaba las manos en un gesto nervioso.

Cuando miró otra vez a Sidney, ella supo en el acto lo que pensaba.

– Hace poco mantuve una reunión informal con Nathan.

– Sí, algo me comentó.

– Entonces sabías lo del «viaje» de Jason.

– ¿Que te dijo que iba a una entrevista de trabajo?

– Sí.

– ¿Con qué compañía? -Rowe formuló la pregunta con un tono impersonal.

Sidney vaciló por un instante y después decidió decir la verdad.

– AllegraPort Technology.

– Yo te podría haber dicho que era una broma -Rowe soltó un bufido despreciativo-. AllegraPort estará fuera del negocio en menos de dos años. Estuvieron en la cima hace un tiempo, pero dejaron que se les adelantaran. En este campo tienes que crecer e innovar, o estás muerto. Jason nunca habría pensado seriamente unirse a ellos.

– Por lo que parece, no pensaba hacerlo. Ellos ni siquiera sabían quién era.

Era obvio que Rowe ya conocía esta información.

– ¿No podría ser otra cosa? No sé muy bien cómo decirlo…

– ¿Personal? ¿Otra mujer?

– No tendría que haberlo preguntado -murmuró Rowe como un niño avergonzado-. No es asunto mío.

– No, está bien. No te diré que no se me ocurrió pensarlo. Sin embargo, nuestras relaciones eran mejores que nunca.

– ¿Nunca te mencionó nada de lo que pasaba en su vida? ¿Nada que le hubiese impulsado a hacer el viaje a Los Ángeles, y a no decirte le verdad?

Sidney mostró una expresión alerta. ¿Era ésta una partida de pesca? ¿Había enviado Gamble a su segundo de a bordo para conseguir alguna información? Cuando vio la expresión preocupada de Rowe, comprendió que él estaba allí por propia voluntad, en un intento por averiguar qué le había pasado a su empleado y amigo.

– Nada. Jason nunca hablaba conmigo sobre asuntos de trabajo. Yo no tenía idea de lo que estaba haciendo. Ojalá la hubiese tenido. Lo que me está matando es no saber.

Pensó por un instante si debía preguntarle a Rowe por las nuevas cerraduras instaladas en la puerta del despacho de Jason y las otras preocupaciones manifestadas por Kay Vincent, pero al final decidió no decir nada.

Después de un par de minutos de silencio incómodo, Rowe salió del ensimismamiento.

– Tengo en el coche las cosas personales de Jason que el otro día fuiste a buscar a la oficina. Después de ser tan grosero contigo, creí que era lo menos que podía hacer.

– Gracias, Quentin. Te aseguro que no tengo ningún resentimiento. Es un momento duro para todos.

Rowe le agradeció las palabras con una sonrisa. Se levantó.

– Es hora de irme. Te traeré la caja. Si necesitas cualquier cosa, avísame.

Después de traerle la caja, Rowe le dijo adiós y se dio la vuelta para marcharse. Sidney le tocó el brazo.

– Nathan Gamble no estará siempre espiándote por encima del hombro. Todo el mundo sabe quién está realmente detrás del éxito de Tritón Global.

– ¿De veras crees eso? -replicó el hombre, sorprendido.

– Es difícil ocultar el genio.

– No lo sé. Gamble no deja de sorprenderme a ese respecto.

Dio media vuelta y caminó lentamente hacia su coche.

Capítulo 25

Era medianoche cuando el agente Lee Sawyer apoyó la cabeza en la almohada después de cenar en cuatro bocados. Sin embargo, no consiguió dormirse a pesar del cansancio que sentía. Echó una ojeada al minúsculo dormitorio y de pronto decidió levantarse. Descalzo, en calzoncillos y camiseta, fue hasta la sala de estar y se dejó caer en el sillón desvencijado. La típica carrera de un agente del FBI no se llevaba bien con una tranquilidad doméstica prolongada. Se pasaban por alto demasiados aniversarios, cumpleaños y vacaciones. A veces estaba meses fuera del hogar, sin saber cuándo regresaría. Le habían herido de gravedad mientras cumplía con su deber, una situación traumática para cualquier esposa. Su familia había sido amenazada por la escoria humana que él intentaba erradicar. Y todo por la causa de la Justicia, por hacer que el mundo fuese, si no mejor, por lo menos más seguro. Una meta noble que no parecía nada especial cuando se intentaba explicar a un niño de ocho años que papá no podría ir a otro partido de béisbol, a otro recital, a otra obra de teatro. Lo había sabido desde el principio; Peg, también. Pero estaban tan enamorados que creyeron de verdad que resistirían, y lo habían conseguido durante mucho tiempo. Resultaba irónico, pero ahora sus relaciones con Peg eran mucho mejor que en los últimos años.

En cambio, los hijos eran otro asunto. Había cargado con toda la culpa de la ruptura y quizá se lo merecía. Ahora sólo los tres hijos mayores comenzaban a hablarle con cierta regularidad. Pero había perdido a Meggie. No sabía nada de lo que pasaba en la vida de su hija. Era lo que más le dolía. No saber.

Todo el mundo tiene que elegir y él había elegido. Había disfrutado de una magnífica carrera en el FBI, pero el éxito había tenido un precio. Caminó hasta la cocina, cogió una cerveza fría y volvió al sillón. Su poción mágica para dormir. Al menos, no bebía licor. Todavía. Se acabó la cerveza en cuatro tragos, se arrellanó en el sillón y cerró los ojos.

Una hora más tarde, el timbre del teléfono le arrancó de un sueño profundo. Todavía estaba sentado en el sillón. Levantó el auricular.

– ¿Sí?

– ¿Lee?

Parpadeó varias veces hasta conseguir mantener los ojos abiertos.

– ¿Frank? -Sawyer consultó su reloj-. Ya no estás en el FBI, Frank. Creía que en la empresa privada tenías un horario más normal.

Al otro extremo de la línea, Frank Hardy estaba completamente vestido y cómodamente instalado en una oficina muy bien amueblada. En la pared que tenía detrás había numerosas fotos y diplomas que daban testimonio de una larga y distinguida carrera en el FBI. Hardy sonrió.

– Hay demasiada competencia por aquí, Lee. Disponer de sólo veinticuatro horas al día parece una injusticia.

– No me da vergüenza reconocer que ése es más o menos mi límite, ¿Pasa algo?

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