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Kaplan cogió la bolsa y se acercó a la mesa.

– ¿Dónde lo encontraste?

– Estaba sujeto a la parte interior del ala, al lado mismo del panel de acceso al tanque de combustible. Debía estar colocado en el interior del ala por el lado del fuselaje de la turbina de estribor. No sé qué es pero estoy seguro de que no pertenece al avión.

– ¿Así que estaba a la izquierda del lugar donde se partió el ala? -preguntó Kaplan.

– Así es, jefe. Cinco centímetros más y también hubiese desaparecido.

– Por lo que se ve -dijo el hombre mayor, el fuselaje sirvió de escudo para el ala de estribor y la protegió de la explosión posterior al impacto. Cuando se hundieron los bordes del cráter, la tierra debió apagar el incendio casi en el acto. -Hizo una pausa para después añadir con un tono solemne-: Pero la parte delantera de la cabina ha desaparecido. Me refiero a que no queda ni rastro, como si nunca hubiese existido.

Kaplan le pasó la bolsa a Sawyer.

– ¿Sabes qué demonios es esto?

– Sí, lo sé -contestó el agente con una expresión sombría.

Capítulo 19

Sidney Archer había ido a la oficina. Ahora estaba sentada en su despacho, con la puerta cerrada con llave. Eran las ocho pasadas, pero se oía el rumor de un fax en el fondo. Cogió el teléfono y marcó el número de la casa de Kay Vincent.

Un hombre atendió el teléfono.

– Kay Vincent, por favor. Soy Sidney Archer.

– Un momento.

Mientras esperaba, Sidney echó una ojeada al despacho. Siempre le había parecido un lugar muy suyo, pero lo encontraba extraño. Los diplomas colgados en la pared eran suyos, aunque en este momento no parecía recordar cuándo o dónde los había conseguido. Después de un choque detrás de otro se había convertido en alguien que sólo actuaba por reacción. Se preguntó qué nueva sorpresa le esperaba al otro lado del teléfono.

– ¿Sidney?

– Hola, Kay.

– Me siento fatal. -La voz de Kay sonó avergonzada-. Esta mañana ni siquiera te pregunté por Amy. ¿Cómo está?

– Ahora mismo está con mis padres. -Sidney tragó saliva y añadió-: Todavía no se lo he dicho.

– Lamento haber actuado como lo hice en el trabajo. Ya sabes cómo es ese lugar. Se ponen muy nerviosos si creen que haces llamadas personales en horas de oficina.

– Lo sé, Kay. No sabía a quién más podía llamar allí. -Sidney se cuidó de no añadir: «En quién confiar».

– Te comprendo, Sid.

Sidney respiró bien hondo. No era momento de ir con rodeos. Si se hubiera fijado, habría visto que el pomo de la puerta giraba despacio, y después se detuvo cuando el mecanismo de cierre impidió que completara el giro.

– Kay, ¿hay algo que quieras decirme? ¿Sobre Jason?

Hubo una pausa bastante larga hasta que Kay se decidió a responder.

– No podría haber tenido un jefe mejor. Trabajaba muchísimo, era un candidato firme para los altos cargos. Pero tenía tiempo para hablar con todos, para estar con ellos.

Kay se interrumpió, y Sidney pensó que quizá lo había hecho para ordenar sus pensamientos. Arriesgó una pregunta:

– ¿Dejó de hacerlo? ¿Jason se comportó diferente?

– Sí.

La respuesta fue tan rápida que Sidney casi no la escuchó.

– ¿De qué manera?

– Se trata de pequeños detalles. Lo primero fue que Jason pidió una cerradura para su puerta.

– Una cerradura en la puerta de un oficina no es tan raro, Kay. Yo tengo una en la mía. -Sidney miró la puerta. El pomo estaba inmóvil.

– Lo sé, Sidney. La cuestión es que Jason ya tenía una cerradura.

– No lo entiendo, Kay. Si ya tenía una cerradura, ¿por qué pidió otra?

– La cerradura que tenía era de las comunes, de ésas que aprietas un botón para trabarla. Probablemente, la tuya es una de ésas.

Sidney volvió a mirar la puerta.

– Tienes razón, lo es. ¿Las cerraduras de las puertas de oficina no son todas iguales?

– No en estos tiempos, Sid. Jason hizo instalar una cerradura electrónica que sólo se abre con una tarjeta inteligente.

– ¿Una tarjeta inteligente?

– Sí, una tarjeta de plástico que tiene un microchip. No sé muy bien cómo funciona, pero la necesitas para entrar en el edificio, y en ciertos lugares restringidos, entre otras cosas.

Sidney buscó en el bolso y sacó la tarjeta de plástico que había encontrado en la mesa de Jason en casa.

– ¿Alguien más en Tritón tiene instalada ese tipo de cerradura?

– Alrededor de media docena de personas. Pero la mayoría están en finanzas.

– ¿Jason te dijo por qué había pedido más seguridad para su oficina?

– Se lo pregunté porque me preocupaba que alguien hubiese entrado en un despacho y que no nos hubiesen dicho nada. Pero Jason me dijo que había asumido más responsabilidades con la empresa y que tenía algunos informes que requerían una protección especial.

Sidney, cansada de estar sentada, se levantó y comenzó a pasearse de un lado al otro de la oficina. Miró a través de la ventana. Al otro lado de la calle brillaban las luces de Spencers, un nuevo restaurante de lujo. Una procesión de taxis y limusinas descargaban grupos elegantemente vestidos que entraban en el establecimiento para una noche de buena comida, excelentes vinos y los últimos cotilleos de la ciudad. Sidney bajó la persiana. Soltó el aliento y se sentó en el sofá. Se quitó los zapatos y, con una expresión ausente, comenzó a masajearse los pies cansados y doloridos.

– ¿Por qué Jason no quiso que le dijeras a nadie que tenía más responsabilidades?

– No lo sé. Ya lo habían ascendido tres veces. Así que no podía ser eso. Nadie guarda el secreto cuando se trata de un ascenso.

Sidney consideró la información durante unos segundos. Jason no le había dicho nada de un ascenso y era imposible que él se lo hubiese ocultado.

– ¿Te dijo quién le había dado las nuevas responsabilidades?

– No. Y, en realidad, yo no insistí.

– ¿Le comentaste a alguien lo que te dijo Jason?

– A nadie -contestó Kay con firmeza.

Sidney la creyó.

– ¿Qué más te preocupaba?

– Verás, Jason se volvió más reservado. Comenzó a buscar excusas para no asistir a las reuniones, y cosas así. Eso empezó hace cosa de un mes.

Sidney dejó de masajearse el pie.

– ¿Jason nunca mencionó haber tenido contactos con otra compañía?

– Nunca.

Respondió con tanta seguridad que a Sidney le pareció ver cómo meneaba la cabeza al otro lado del teléfono.

– ¿Alguna vez le preguntaste si le preocupaba alguna cosa?

– Se lo pregunté una vez, pero no me hizo mucho caso. Era un buen amigo pero también era mi jefe. Así que no insistí.

– Lo comprendo, Kay.

Sidney dejó el sofá y se calzó los zapatos. Advirtió que una sombra que pasaba por debajo de la puerta se había detenido. Esperó unos segundos pero la sombra no se movió. Apretó el botón del receptor para pasarlo a portátil y desconectó el cordón. Se le había ocurrido una cosa.

– Kay, ¿alguien ha entrado en la oficina de Jason?

– Bueno…

La vacilación de Kay le dio tiempo a Sidney a añadir algo más.

– Claro que cómo podría entrar con todas esas medidas de seguridad instaladas en la puerta.

– Ese es el problema, Sid. Nadie tiene el código o la tarjeta de seguridad de Jason. La puerta es una hoja de madera de diez centímetros de grosor con marco de acero. El señor Gamble y el señor Rowe no han venido a la oficina esta semana y creo que nadie sabe qué hacer.

– ¿Así que nadie ha estado en la oficina de Jason desde que… ocurrió? -Sidney miró la tarjeta inteligente que tenía en la mano.

– Nadie. El señor Rowe vino a última hora. Ha llamado a la compañía que instaló la cerradura para que mañana vengan a abrirla.

– ¿Quién más apareció por allí?

Sidney escuchó cómo Kay soltaba el aliento.

– Vino alguien de SegurTech.

– ¿SegurTech? -Sidney cambió el teléfono a la otra oreja mientras continuaba vigilando a la sombra. Se acercó a la puerta poco a poco. No pensaba que fuese un intruso. Mucha gente todavía estaba trabajando a estas horas-. Son los asesores de seguridad de Tritón, ¿no?

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