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Jason cerró la puerta, sacó una llave del cajón de la mesa y abrió el primer cajón de un archivador. Se detuvo con el oído atento a cualquier sonido. Esto se había convertido en un hábito incluso dentro de su propio hogar. La repentina revelación le causó un profundo malestar. Su esposa se había vuelto a dormir. Amy descansaba tranquilamente dos puertas más allá. Metió la mano en el archivador y sacó una anticuada cartera de cuero muy usada con dos correas y hebillas de latón. Jason abrió la cartera y sacó un disquete virgen. Las instrucciones que había recibido eran precisas. Poner todo lo que tenía en un disquete, hacer una copia impresa de los documentos y después destruir todo lo demás.

Metió el disquete en la disquetera y copió todos los documentos que había preparado en él. Hecho esto, se demoró con el dedo sobre la tecla de borrar mientras se preparaba para seguir las instrucciones sobre la destrucción de todos los archivos pertinentes en el disco duro.

Sin embargo, continuó con el dedo en alto hasta que por fin decidió seguir los dictados del instinto.

Sólo tardó unos minutos en hacer una segunda copia del disquete: después borró los archivos del disco duro. Controló el contenido de la copia en la pantalla antes de teclear una serie de órdenes. Mientras esperaba, el texto en la pantalla se transformó en un galimatías. Salvó los cambios, salió del archivo, sacó el disquete duplicado de la disquetera y lo metió en un pequeño sobre acolchado, que guardó en el fondo de uno de los bolsillos interiores de la cartera. A continuación, hizo una copia impresa del contenido del disquete original, y guardó las páginas y el disquete en la cartera.

Después, buscó la billetera y retiró la tarjeta de plástico que permitía el acceso a su oficina en la empresa. Ya no volvería a necesitarla. Metió la tarjeta en el cajón de la mesa y lo cerró.

Contempló la cartera mientras pensaba en otra cosa. No le gustaba haber mentido a su esposa. Nunca lo había hecho y el sentimiento le resultaba repugnante. Pero ahora ya casi había acabado. Se estremeció al recordar todos los riesgos que había corrido, y volvió a estremecerse al pensar que su esposa no sabía absolutamente nada. Repasó en silencio todo el plan. La ruta a seguir, las medidas evasivas que emplearía, los nombres en código de las personas que le recibirían. A pesar de todo, su mente divagaba. Miró a través de la ventana como si quisiera ver más allá del horizonte, y detrás de las gafas sus ojos parecían aumentar cada vez más de tamaño mientras él analizaba las posibilidades. A partir del día siguiente podría decir por primera vez que el riesgo había valido la pena. Lo único que debía hacer era sobrevivir hoy.

Capítulo 4

La oscuridad que envolvía el aeropuerto internacional Dulles no tardaría en desaparecer con la llegada de la aurora. A medida que se desperezaba el nuevo día, un taxi se detuvo delante de la terminal aérea. Jason Archer se apeó del coche. Llevaba la cartera de cuero en una mano y el maletín metálico negro, con el ordenador portátil dentro, en la otra. Se puso un sombrero verde de ala ancha con cinta de cuero.

Jason sonrió mientras recordaba el encuentro sexual con su esposa. Ambos se habían duchado, pero el olor del reciente acto sexual permanecía y, por un momento, Jason Archer había deseado hacerle el amor a Sid otra vez.

Dejó el ordenador en el suelo, metió la mano en el interior del taxi y sacó la enorme bolsa de lona, qué se colgó al hombro.

En el mostrador de embarque de la Western Airlines, Jason presentó el carné de conducir, le dieron el número de asiento y la tarjeta de embarque, y facturó la bolsa. Se tomó un momento para arreglarse el cuello del abrigo de piel de camello, bajó el ala del sombrero un poco más sobre la frente y se ajustó el nudo de la corbata con dibujos en dorado, castaño y azul. Los pantalones anchos eran de color gris oscuro. A nadie le hubiese llamado la atención, pero llevaba calcetines de deporte blancos y los zapatos oscuros eran en realidad, zapatillas de tenis. Unos minutos más tarde, Archer compró el USA Today y una taza de café en las máquinas automáticas. Luego pasó por los controles de seguridad.

El autobús a la terminal de vuelos nacionales estaba lleno hasta un poco más de la mitad. Jason se sumó a los hombres y mujeres vestidos como él: trajes oscuros, toques de color en el cuello, sujetando cansados los carritos con el equipaje de mano.

Jason no soltó en ningún momento la cartera; sujetaba el maletín negro entre las rodillas. De vez en cuando echaba una ojeada al interior del autobús y contemplaba a los ocupantes somnolientos. Después volvía a mirar el periódico mientras el vehículo se bamboleaba camino de la terminal.

Jason controló la hora mientras esperaba sentado en la gran sala delante de la puerta 11. Faltaba poco para embarcar. Miró a través de los ventanales la hilera de aviones de la Western Airlines pintados a rayas amarillas y marrones que los operarios preparaban para los primeros vuelos de la mañana. Bandas de color rosa aparecían en el cielo a medida que el sol ascendía lentamente para iluminar la costa este. Afuera, el viento soplaba con fuerza contra los gruesos cristales; los operarios se inclinaban hacia delante para oponerse al empuje invisible de la naturaleza. Estaban a las puertas del invierno y muy pronto las ventiscas y la nieve dominarían la región hasta el próximo mes de abril.

Sacó la tarjeta de embarque del bolsillo interior del abrigo y leyó el texto: «Vuelo 3223 de la Western Airlines directo al aeropuerto internacional de Los Ángeles con salida desde el aeropuerto internacional Dulles de Washington». Jason había nacido y se había criado en la zona de Los Ángeles, pero no había estado allí desde hacía más de dos años. Al otro lado de la inmensa nave de la terminal anunciaban el embarque para el vuelo de Western Airlines con destino a Seattle con escala en Chicago. Jason, inquieto, se pasó la lengua por los labios. Tragó saliva un par de veces porque notaba la garganta seca. Mientras se acababa el café, hojeó el periódico leyendo sin mucha atención los titulares sobre las catástrofes y miserias colectivas del mundo que aparecían en todas las páginas.

Jason abandonó la lectura de los titulares para fijarse en un hombre que avanzaba con paso decidido por el centro de la sala de espera. Medía un metro ochenta de estatura, era delgado y tenía el pelo rubio. Vestía un abrigo de pelo de camello y pantalones grises anchos. Una corbata idéntica a la de Jason asomaba por el cuello del abrigo. Lo mismo que Jason, llevaba una cartera de cuero y un maletín metálico negro. En la mano que sostenía el maletín también llevaba un sobre blanco.

Jason se levantó deprisa y caminó hacia los lavabos que acababan de reabrir después de limpiarlos.

Entró en el último reservado, cerró la puerta con el cerrojo y colgó el abrigo en la percha de la puerta; abrió la cartera, sacó una bolsa plegable de gran tamaño y un espejo pequeño. Lo sujetó en la mampara con un imán, adherido en la parte de atrás. A continuación cogió unas gafas oscuras de montura gruesa para reemplazar las suyas de montura de alambre, y un bigote negro. Una peluca de pelo corto negro hacía juego con el bigote. Se quitó la corbata y la americana, las metió en la bolsa y se puso una sudadera de los Washington Huskies. Luego se quitó los pantalones grises y dejó a la vista un pantalón de chándal a juego con la sudadera. El abrigo era reversible y en lugar de color arena se convirtió en azul oscuro. Jason comprobó una vez más su aspecto en el espejo. La cartera, el maletín metálico y el espejo desaparecieron en la bolsa. Dejó el sombrero colgado en la percha. Quitó el cerrojo, salió del reservado y se acercó a uno de los lavabos.

Después de lavarse las manos, Jason contempló su rostro en el espejo. En el reflejo vio al hombre alto y rubio entrar en el reservado que él acababa de abandonar. Jason se tomó unos instantes para secarse bien las manos y atusarse la nueva cabellera. Para entonces el hombre ya había salido del reservado con el sombrero de Jason en la cabeza. Sin el disfraz, Jason y el hombre hubieran pasado por mellizos. Tropezaron al salir de los lavabos. Jason murmuró una disculpa; el hombre ni siquiera le miró. Se alejó a paso rápido con el billete de avión de Jason en el bolsillo de la camisa, mientras Jason guardaba el sobre blanco en un bolsillo del abrigo.

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