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Sidney vaciló un momento y acabó por asentir.

– ¿Le dio su marido alguna pista sobre su paradero?

– Dijo que se pondría en contacto conmigo más adelante. Cuando fuera más seguro.

– Eso podría ser dentro de mucho tiempo -replicó el hombre con un tono casi burlón-. Muchísimo tiempo, señora Archer. -El avión comenzó la maniobra de descenso para aterrizar en el aeropuerto de Washington-. Un par de cosas más, señora Archer. Cuando escuchaba la grabación de usted y su marido hablando por teléfono, había un ruido de fondo. Como si hubieran dejado un grifo abierto. No estoy seguro, pero creo que había alguien escuchando por otra línea. -En el rostro de Sidney apareció una expresión de desconcierto-. Señora Archer, hágase a la idea de que los federales saben que Jason está vivo.

Unos cinco minutos más tarde, el avión tocó tierra y reinó el bullicio en la cabina.

– Dijo que quería decir dos cosas. ¿Cuál es la segunda?

El hombre se inclinó para recoger un pequeño maletín de debajo del asiento que tenía delante. Después, se acomodó en el asiento y la miró a los ojos.

– La gente capaz de derribar un avión puede hacer cualquier cosa. No confíe en nadie, señora Archer. Y tenga más cuidado que nunca. Incluso eso puede no ser suficiente. Lamento si el consejo no le parece gran cosa, pero es el único que le puedo dar.

El hombre se levantó y desapareció entre los pasajeros que desembarcaban. Sidney fue una de las últimas en salir del avión. A esas horas no había tanta gente en el aeropuerto. Caminó hacia la parada de taxis. No olvidó el consejo del hombre y procuró en todo momento mantener la vigilancia sin llamar demasiado la atención. El único consuelo era que entre los individuos que la seguían, al menos algunos pertenecían al FBI.

El hombre, después de dejar a Sidney, cogió el autobús interior que le llevó hasta el aparcamiento. Eran casi las diez de la noche. La zona estaba desierta. Llevaba una maleta con una etiqueta color naranja que indicaba que en el equipaje había un arma de fuego descargada. En cuanto llegó al coche, un Gran Marquis último modelo, abrió la maleta para sacar la pistola y cargarla antes de meterla en la cartuchera.

La hoja del puñal le atravesó el pulmón derecho, y luego el mismo proceso se repitió con el pulmón izquierdo para evitar cualquier posibilidad de que lanzara un grito. A continuación, la hoja le rebanó el lado derecho del cuello. La maleta y la pistola, ahora inútil para su dueño, cayeron al suelo. Un segundo después, el hombre se desplomó con los ojos vidriosos en una última mirada a su asesino.

Apareció una furgoneta y Kenneth Scales se sentó en el asiento del pasajero. Un segundo más tarde, el hombre muerto estaba solo.

Capítulo 38

Lee Sawyer estaba sentado en la sala del SIOC en el edificio del FBI. Sobre la mesa había una multitud de informes. Se pasó una mano por el pelo revuelto, inclinó la silla para atrás y puso los pies sobre la mesa, absorto en el análisis de los últimos hechos. El informe de la autopsia de Riker consignaba que llevaba muerto unas cuarenta y ocho horas cuando encontraron el cadáver. Pero Sawyer sabía que al ser la temperatura de la habitación cercana a los cero grados, el cálculo del tiempo desde que se iniciara el proceso de putrefacción no podía tener la misma precisión.

El agente miró las fotos de la pistola Sig P229 que habían recuperado en la escena del crimen. Los números de serie habían sido limados y después acabados de borrar con una broca. A continuación, contempló las fotos de los proyectiles de punta hueca extraídos del cadáver. Riker había recibido once balas además, de la que lo había matado. El número de disparos tenía desconcertados a los agentes del FBI. El asesinato de Riker tenía todas las características de un asesino profesional, y éstos nunca necesitaban más de un disparo. En este caso, señalaba el dictamen del forense, el primer disparo había provocado la muerte al instante. El corazón había dejado de latir cuando los restantes proyectiles le atravesaron el cuerpo.

Las manchas de sangre en la mesa, la silla y el espejo señalaban que a Riker le habían disparado por la espalda mientras estaba sentado. Al parecer, el asesino había sacado a Riker de la silla, lo había arrojado boca abajo en el rincón del dormitorio y después le había vaciado el cargador del arma de pie y desde una distancia de un metro. Pero ¿por qué? Sawyer no podía contestar a esa pregunta por el momento. Pensó en otra cosa.

A pesar de las numerosas investigaciones y posibles pistas, no habían averiguado nada sobre los movimientos de Riker en los últimos dieciocho meses. No tenía dirección, amigos, trabajos o tarjetas de crédito. Nada. Mientras tanto, la Operación Rápida procesaba millones de datos al día sobre la tragedia aérea, sin sacar nada en limpio. Sabía cómo se había producido, tenían el cadáver del desgraciado responsable de la catástrofe, pero todo acababa con el cuerpo.

Frustrado, Sawyer bajó los pies de la mesa y cogió otro informe. Riker había sido sometido a una infinidad de operaciones plásticas. Las fotos tomadas a Riker en la última detención no se parecía en nada con el hombre al que habían asesinado en un discreto apartamento de Virginia.

Sawyer hizo una mueca. Su corazonada sobre Riker había sido correcta. No había suplantado a otra persona. Sinclair había sido creado con cuatro datos de ordenador y poco más, con el resultado de que Robert Sinclair había sido contratado como una persona viva con excelentes recomendaciones para trabajar de gasolinera en una reputada compañía de combustibles que tenía contratos con varias de las principales líneas aéreas que operaban en el aeropuerto Dulles, incluida la Western. Sin embargo, Vector había cometido algunos errores en la comprobación de los antecedentes. No habían verificado los números de teléfono de los anteriores patrones de Riker, sino que habían utilizado los teléfonos que les había suministrado el propio Riker, alias Sinclair. Todas las referencias entregadas por el muerto correspondían a pequeñas empresas de combustibles que operaban en el estado de Washington, en el sur de California y una en Alaska. En realidad, ninguna de estas compañías había existido. Cuando los agentes de Sawyer las investigaron, descubrieron que los teléfonos habían sido desconectados. Las direcciones de sus lugares de trabajo también resultaron falsas. En cambio, cuando verificaron el número de la Seguridad Social encontraron que era válido.

También habían pasado sus huellas digitales por el AFIS de la policía de Virginia. Riker había cumplido condena en una prisión del estado y se suponía que sus huellas aparecerían en los archivos, pero no estaban. Esto sólo podía significar una cosa. Alguien había entrado en las bases de datos de la administración de la Seguridad Social y de la policía de Virginia. Quizá habían quemado todo el sistema. Ahora, ¿cómo podían estar seguros de nada? Sin una seguridad absoluta, los sistemas se convertían en inservibles. Y si alguien podía hacer eso con los ficheros de la Seguridad Social y de la policía, ¿quién estaba a salvo? Sawyer apartó los informes con un gesto de furia y se sirvió otra taza de café. Después inició otro de sus típicos paseos por la sala.

Jason Archer les llevaba muchísima ventaja. Sólo había habido una razón para que Sidney Archer viajara a Nueva Orleans. De hecho, podría haber ido a cualquier otra ciudad. Lo importante era que saliera de la ciudad. Y cuando lo hizo, el FBI se había ido con ella. Su casa había quedado sin vigilancia. El agente se había enterado a través de los vecinos de que los padres y la hija de Sidney se habían marchado poco después que ella.

Sawyer cerró y abrió los puños. Una trampa. Y él había caído como cualquier novato. No tenía ninguna prueba directa, pero sabía como que se llamaba Sawyer que alguien había entrado en aquella casa y se había llevado algo. Asumir semejante riesgo significaba que algo importantísimo se le había escapado de entre los dedos.

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