– Pobre tipo. Supongo que el sentimiento de culpa debió ser terrible.
– Si hubiese sido mi hermano menor… -comentó Jackson-. La cuestión es que consideró un suicidio. Todos los hechos lo confirmaban.
– Y, sin embargo, Ed Page no se lo creyó. ¿Por qué?
– Quizás era lo que necesitaba. -Jackson encogió los hombros-. Quizá se sentía culpable y negar el suicidio le hacía sentirse mejor. ¿Quién sabe? La policía no encontró nada fuera de lugar, y por lo que veo en este informe yo tampoco.
Sawyer, perdido en sus pensamientos, no respondió. Jackson recuperó las dos hojas del informe de la autopsia de Steven Page y las guardó en la carpeta. Miró a su compañero.
– ¿Encontraste algo en la oficina de Page?
– No. Pero sí encontré algo interesante en su casa -respondió Sawyer distraído. Metió la mano en el bolsillo de la americana y sacó la foto marcada con el nombre de «Stevie». Se la dio a Jackson-. Es interesante porque estaba oculta en el dorso de otra foto más grande. Creo que es Steven Page.
Jackson se quedó boquiabierto en el instante en que miró la foto.
– ¡Oh, Dios mío! -Se levantó bruscamente-. ¡Oh, Dios mío! -repitió mientras trataba de controlar el temblor de las manos-. Esto no es posible.
– ¿Ray, Ray? ¿Qué coño pasa?
Jackson corrió hasta otra de las mesas de la sala. Comenzó a buscar entre las carpetas. Las abría, les echaba una ojeada y las tiraba. Su conducta era cada vez más frenética. Por fin, encontró lo que buscaba y permaneció en silencio con la mirada fija en una página. Sawyer se acercó en el acto.
– Maldita sea, Ray, ¿de qué se trata?
Jackson alcanzó la página donde estaba pegada una foto y Sawyer la miró incrédulo. Tenía ante sus ojos el precioso rostro de Steven Page. Sawyer recogió la foto que había traído del apartamento de Ed Page y comparó ambas fotos. No había ninguna duda; era el mismo hombre. Miró a su compañero.
– ¿Dónde encontraste esta foto, Ray? -preguntó casi en un susurro.
Jackson se humedeció los labios mientras meneaba la cabeza.
– No me lo puedo creer.
– ¿Dónde, Ray, dónde?
– En el apartamento de Arthur Lieberman.
Capítulo 46
Destinatario: Yo no.
Fecha: 261195 08:41:52 EST
De:ArchieKW2
Para: ArchieJW2
Querido Otro Archie: Cuida tu mecanografía. Por cierto, ¿te envías cartas a ti mismo muy a menudo? El mensaje es un poco melodramático pero la contraseña es bonita. Quizá podamos hablar de claves. Me han dicho que una de las mejores es la racalmilgo del Servicio Secreto. Nos vemos en el ciberespacio.
Ciao.
Mensaje enviado:
Remitente: Yo no.
Fecha: 191195 10:30:06 PST
De:ArchieJW2
Para: ArchieKW2
sid todo mal todo al revés/disquete en correo 099121.19822.29629.295111.3961 4 almacén seattleconsigueayudaurgenteyo
Sidney contempló la pantalla del ordenador mientras su mente alternaba entre el entusiasmo y el desconsuelo. Su suposición era correcta. Jason había apretado la k en lugar de la j. Gracias, ArchieKW2. Fisher había tenido razón en cuanto a la contraseña: casi treinta caracteres. Daba por hecho que eso era lo que representaban los números: la contraseña.
Se desesperó una vez más cuando vio la fecha del mensaje original. Jason le había suplicado una ayuda urgente. Sidney no hubiera podido hacer nada, pero de todos modos tenía la terrible sensación de haberle fallado. Imprimió el mensaje y se lo guardó en el bolsillo. Al menos ahora podría leer el contenido del disquete y esto volvió a animarla.
De pronto se le disparó la adrenalina al oír que alguien entraba en la biblioteca. Salió del programa y apagó el ordenador. Guardó el disquete en el bolso. Casi sin respirar y con la mano sobre la culata de la pistola esperó atenta a cualquier otro sonido.
Justo cuando oyó un ruido a su derecha, dejó la silla y se movió agachada hacia la izquierda. Llegó a una de las estanterías y se detuvo para espiar entre los libros. Vio la silueta del hombre pero no había luz suficiente para verle la cara. No se atrevió a moverse por miedo a hacer algún ruido. Entonces el desconocido avanzó directamente hacia donde estaba ella. Empuñó la pistola, le quitó el seguro y la sacó de la cartuchera mientras retrocedía. Siempre agachada, se ocultó detrás de uno de los tabiques, los oídos atentos mientras pensaba cómo salir. El problema estaba en que la biblioteca tenía una única puerta. Su única oportunidad era rodear las estanterías intentando mantener la ventaja sobre el intruso, alcanzar la puerta y echar a correr hasta los ascensores en el vestíbulo.
Caminó unos cuantos pasos y esperó; después, repitió el proceso. Debía suponer que el hombre oía sus ruidos pero no con la claridad suficiente para determinar su estrategia. Los pasos a su espalda imitaban sus movimientos casi a la perfección y esto tendría que haber sido suficiente para alertarla. Casi había llegado a la puerta; veía los cristales opacos. Sólo le faltaban unos pasos y echaría a correr. Ahora estaba a un metro y medio de la salida. Apoyada contra la pared, se dispuso a contar hasta tres.
No pasó del uno.
El resplandor de las luces la cegaron. En la fracción de segundo necesario para que las pupilas se enfocaran, el hombre estaba a su lado. Sidney se volvió por instinto y le apuntó con la pistola.
– Dios mío, ¿te has vuelto loca? -gritó Philip Goldman.
Sidney lo miró boquiabierta.
– ¿Qué demonios pretendes rondando por aquí de esta manera? -añadió el hombre-. ¿Y para colmo con una pistola?
Sidney dejó de temblar y se irguió, decidida.
– Soy una asociada de esta empresa, Philip. Tengo todo el derecho a estar aquí -replicó con voz agitada pero con la mirada firme.
– No por mucho tiempo más -comentó Goldman burlón. Sacó un sobre de uno de los bolsillos de la chaqueta-. En realidad, tu presencia aquí le ahorrará a la empresa pagar a un mensajero. -Le tendió el sobre-. Tu cese de la firma. Si tuvieses la bondad de firmarlo ahora mismo, nos evitarías a todos un montón de problemas y salvarías a la firma de una enorme vergüenza.
Sidney no hizo ningún gesto de coger el sobre sino que mantuvo la mirada y la pistola centradas en Goldman.
El abogado jugueteó unos momentos con el sobre antes de mirar el arma.
– ¿Te importaría guardar la pistola? Tu situación ya es bastante comprometida como para seguir añadiendo crímenes a la lista.
– No he hecho nada y tú lo sabes -le espetó Sidney.
– Desde luego. Estoy seguro de que no sabías nada de los nefastos planes de tu amante marido.
– Jason tampoco ha hecho nada malo.
– No pienso discutirlo mientras me apuntas con un arma. ¿Podrías tener la bondad de guardarla?
Sidney vaciló un momento y después comenzó a bajar el arma. Entonces se le ocurrió una cosa. ¿Quién había encendido las luces? Goldman, no.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, una mano fuerte le sujetó el brazo y le arrebató el arma. Casi al mismo tiempo el atacante la lanzó contra la pared con un violento empujón. Sidney cayó sentada al suelo, aturdida por la fuerza del impacto. Cuando levantó la mirada, vio a un hombretón vestido con el uniforme negro de chófer que le apuntaba a la cabeza con su propia pistola. Detrás del chófer, apareció otro hombre.
– Hola, Sid -dijo Paul Brophy con un tono risueño-. ¿Has recibido alguna otra llamada de tu difunto marido?
Sidney, con las rodillas temblorosas, consiguió levantarse. Se apoyó en la pared mientras intentaba recuperar la respiración.
– Buen trabajo, Parker -le dijo Goldman al hombretón-. Ya puede volver al coche. Bajaremos en unos minutos.
Parker asintió, al tiempo que metía la pistola de Sidney en un bolsillo. Ella se fijó que el chófer iba armado. Desesperada, vio cómo el hombre recogía el bolso que se le había caído durante la refriega y se marchaba.