– ¡Me habéis seguido! -exclamó, furiosa.
– Me gusta saber quién entra y sale de la firma fuera de horas -le contestó Goldman-. Hay un chivato electrónico en el control de entradas al edificio. Me alegré mucho al ver que aparecía tu nombre en el registro a la una y media de la mañana. -Miró las estanterías-. ¿Buscabas información sobre algún tema legal o quizá pretendías seguir el ejemplo de tu marido e intentabas robar algunos secretos?
Sidney le hubiera dado un puñetazo en el rostro pero Brophy fue más rápido y se lo impidió. Goldman no se preocupó.
– Quizás ahora -prosiguió- podemos tratar de negocios.
Sidney intentó cruzar la puerta y, una vez más, Brophy se interpuso en su camino y la obligó a retroceder de un empujón. Sidney lo miró furiosa.
– Pasar de ser miembro de un bufete de primera a ladrón de hotel en Nueva Orleans es todo un cambio, Paul -dijo Sidney, que tuvo el placer de ver cómo se esfumaba la sonrisa de Brophy. Miró a Goldman-. ¿Crees que si me pongo a gritar me oirá alguien?
– Quizá lo hayas olvidado -replicó Goldman con un tono frío-, pero todos los abogados y pasantes se marcharon hoy más temprano para asistir a la conferencia anual de la firma en Florida. No regresarán en varios días. Lamentablemente, debido a unos asuntos urgentes no he podido acompañarles pero me uniré a ellos mañana. Paul está en la misma situación. Todos los demás están allí. -Miró la hora-. Por lo tanto, puedes gritar todo lo que quieras. Sin embargo, creo que tienes muchos motivos para trabajar con nosotros.
Sidney miró a los dos hombres con una expresión de furia.
– ¿De qué demonios estás hablando?
– Considero que esta conversación debe desarrollarse en mi despacho -dijo Goldman, que señaló hacia la puerta y después sacó un revólver de pequeño calibre para reforzar la propuesta.
Brophy cerró la puerta con llave. Goldman le entregó el revólver y fue a sentarse detrás de su escritorio. Con un gesto, le indicó a Sidney que se sentara.
– Desde luego, éste ha sido un mes excitante para ti, Sidney. -Sacó otra vez la carta de despido-. Sin embargo, creo que tus recientes excesos han significado que tu relación con esta firma ha llegado a su fin. No me sorprendería que la firma y Tritón decidieran demandarte no sólo por lo civil sino también por lo criminal.
– Me retienes contra mi voluntad a punta de pistola -replicó Sidney sin apartar la mirada de Goldman-, y me dices que me preocupe de una demanda criminal.
– Paul y yo, ambos socios de esta firma, descubrimos a alguien, a un intruso, en la biblioteca de la firma haciendo Dios sabe qué. Intentamos detener al sospechoso y ¿qué hizo? Sacó un arma. Entre los dos conseguimos desarmarla antes de que nadie resultara herido, y ahora retenemos a la intrusa hasta que llegue la policía.
– ¿La policía?
– Así es. Vaya, ¿todavía no he llamado a la policía? Qué despiste. -Goldman levantó el auricular y después se reclinó en el sillón sin marcar el número-. Ah, ahora recuerdo por qué no la llamé. -Su tono era provocador-. ¿Quieres saber la razón? -Sidney permaneció en silencio-. Tú eres especialista en negociaciones. ¿Qué te parece si te propongo un trato? La manera no sólo de permanecer en libertad sino también de conseguir un beneficio económico, algo que te vendrá muy bien ahora que estás en el paro.
– Tylery Stone no es la única firma en la ciudad, Phil.
Goldman hizo una mueca al oír la abreviatura de su nombre.
– Creo que la afirmación no es aplicable a tu caso. Verás, en lo que a ti respecta, no quedan firmas. Ni aquí ni en ningún otro lugar del país, incluso del mundo.
La expresión de Sidney reflejó su desconcierto.
– Piensa un poco, Sid. -Los ojos de Goldman brillaron de satisfacción cuando le devolvió la pelota-. Tu marido es sospechoso de sabotear un avión y provocar la muerte de casi doscientas personas. Además, está claro que robó dinero y secretos valorados en cientos de millones de dólares a un cliente de esta firma. Es obvio que estos crímenes se planearon en un largo período de tiempo.
– Todavía no te he oído mencionar mi nombre en esta ridícula acusación.
– Tenías acceso a las informaciones más secretas de Tritón Global, quizás a algunas que ni siquiera tu marido conocía.
– Eso era parte de mi trabajo. No me convierte en una criminal.
– Como se suele decir en los círculos legales, y está escrito en el código de ética, se debe evitar incluso la «apariencia de algo impropio». Creo que tú has pasado ese límite hace mucho.
– ¿Cómo? ¿Perdiendo a mí marido? ¿Siendo expulsada de mi trabajo sin ninguna prueba? Ya que hablamos de demandas. ¿Qué opinas de Sidney Archer contra Tylery Stone por despido improcedente?
Goldman miró a Brophy y asintió. Sidney volvió la cabeza para mirar al otro. Le tembló la barbilla cuando le vio sacar un magnetófono de bolsillo.
– Estos chismes son utilísimos, Sid -comentó Brophy-. Graban y reproducen con una claridad asombrosa.
Puso en marcha el aparato, y Sidney, después de escuchar un minuto la conversación que había mantenido con su marido, miró otra vez a Goldman.
– ¿Qué demonios quieres?
– Vamos a ver. Supongo que primero debemos establecer el precio de mercado. ¿Cuánto vale esa cinta? Demuestra que le mentiste al FBI. Un delito mayor. Después tenemos la ayuda y ocultamiento de un fugitivo. Complicidad después del hecho. Otra acusación muy grave. La lista de cargos puede ser inacabable. Ninguno de los dos somos abogados criminalistas, pero creo que te haces una idea. El padre desaparecido, la madre en la cárcel. ¿Cuántos años tienes? Trágico. -Meneó la cabeza en una actitud de falsa compasión.
– ¡Que te den por el culo, Goldman! -gritó Sidney, que se levantó hecha una furia-. ¡ Que os den por el culo a los dos!
Sin parar mientes, Sidney se lanzó sobre la mesa y cogió a Goldman por el cuello y lo hubiera estrangulado de no haber sido por Brophy, que acudió en ayuda del hombre mayor.
Goldman, jadeante y con el rostro amoratado, miró a Sidney con odio.
– Si me vuelves a tocar, te pudrirás en la cárcel -dijo con voz ronca.
Sidney dirigió al hombre una mirada salvaje al tiempo que apartaba la mano de Brophy, aunque no se movió porque él seguía apuntándole con el arma. Goldman se arregló la corbata y se pasó la mano por la pechera de la camisa. Cuando habló lo hizo con el mismo tono de confianza de antes.
– A pesar de tu grosera reacción, estoy preparado para ser muy generoso contigo. Si quisieras considerar el asunto con sentido común, aceptarías sin vacilar la oferta que te haré. -Ladeó la cabeza en dirección a la silla.
Sidney, temblorosa y con la respiración agitada, volvió a sentarse.
– Bien -prosiguió Goldman-. Ahora, te resumiré la situación. Sé que hablaste con Roger Egert, que se ha hecho cargo de las negociaciones con CyberCom. Tú estás enterada de la última propuesta de Tritón para la compra de la compañía. Sé que es así. Tú todavía conoces la contraseña para acceder al archivo de las negociaciones grabado en el ordenador central. -Sidney contempló a su interlocutor con una mirada opaca mientras sus pensamientos se adelantaban a las palabras que él iba a pronunciar-. Quiero saber los últimos términos de la propuesta y la contraseña del archivo, como una precaución ante algún cambio de última hora en la postura negociadora de Tritón.
– Los de RTG deben estar desesperados por comprar CyberCom si están dispuestos a pagarte algo más que tus honorarios por violar la confidencialidad de la relación abogado-cliente, sin contar el robo de secretos corporativos.
– A cambio de eso -continuó Goldman impertérrito-, estamos dispuestos a pagarte diez millones de dólares, libres de impuestos, desde luego.
– ¿Para asegurar mi bienestar económico, ahora que estoy en el paro, además de mi silencio?
– Algo así. Desapareces en algún bonito país extranjero, y te dedicas a criar a tu hijita con todo lujo. Se cierra el trato con CyberCom. Tritón Global seguirá con lo suyo. Tylery Stone continuará siendo una firma de prestigio. Nadie saldrá mal parado. ¿La alternativa? En realidad es mucho más desagradable. Para ti. Sin embargo, la cuestión tiempo es vital. Necesito tu respuesta en un minuto. -Miró su reloj y comenzó a contar los segundos.