– No me cabe la menor duda -dijo Sidney, que sostuvo la mirada de Quentin hasta que le obligó a bajarla-. Sin embargo, supongo que estarías trabajando en cosas de la empresa y no en nada personal, aunque ya haya pasado el horario normal. Te lo digo como representante legal de la compañía.
En circunstancias normales, ella nunca se hubiese atrevido a decir estas cosas a un cliente del bufete.
– Desde luego que estaba trabajando para la compañía -tartamudeó Rowe-. Conozco muy… -Se interrumpió bruscamente cuando Sidney se acercó a Charlie y le estrechó la mano.
– Muchas gracias, Charlie. Las reglas son las reglas.
Rowe no vio la mirada que ella le dirigió al guardia, y que hizo aparecer una sonrisa de agradecimiento en el rostro de Charlie.
Mientras ella se alejaba, Rowe le dio las buenas noches, pero Sidney no le contestó, ni siquiera le miró. En cuanto Sidney desapareció en el ascensor, Rowe miró furioso a Charlie, que caminaba hacia la puerta.
– ¿Dónde va? -preguntó.
– Tengo que hacer la ronda -contestó Charlie con calma-. Es parte de mi trabajo. -Abrió la puerta y se dispuso a salir-. Por cierto, para evitar confusiones, en el futuro avíseme cuando esté en el edificio. -Apoyó una mano en la cartuchera-. No queremos que se produzca ninguna desgracia, ¿sabe? -Rowe se puso pálido mientras miraba el arma-. Si escucha más ruidos, avíseme, ¿de acuerdo, señor Rowe? -En cuanto le volvió la espalda, Charlie sonrió.
Rowe permaneció junto a la puerta inmerso en sus pensamientos. Después dio media vuelta y volvió a su oficina.
Capítulo 21
Lee Sawyer observó el pequeño edificio de apartamentos de tres pisos, ubicado a unos ocho kilómetros del aeropuerto internacional Dulles. Los residentes disfrutaban de un gimnasio completo, una piscina de tamaño olímpico, jacuzzi y una gran sala de fiestas. Era el hogar de muchos profesionales jóvenes solteros que se levantaban temprano para sumarse a la lenta corriente de tráfico que se dirigía al centro. El aparcamiento estaba lleno de Beemer, Saabs y algún que otro Porsche.
Sawyer estaba interesado en sólo uno de los ocupantes de esta comunidad. No se trataba de un joven abogado, un ejecutivo de ventas o el poseedor de un máster. El agente habló unos segundos por su radiotransmisor. Había otros tres agentes sentados con él en el coche. Apostados alrededor de la zona había otros cinco equipos de agentes del FBI. Un pelotón del equipo de rescate de rehenes del FBI, con uniformes negros, también se acercaba al objetivo de Sawyer. Un batallón de policías respaldaba a los agentes federales. Había mucha gente inocente en la zona, y se estaban tomando todas las precauciones posibles para asegurar que si alguien resultaba herido, éste fuera el hombre al que Sawyer consideraba responsable de la muerte de casi doscientas personas.
El plan de ataque de Sawyer seguía al pie de la letra el manual del FBI. Lanzar una fuerza abrumadora sobre un objetivo completamente desprevenido, una fuerza tan grande, en una situación totalmente controlada, que hacía inútil cualquier resistencia. Controlar la situación significaba también controlar el resultado. Al menos es lo que decía la teoría.
Cada uno de los agentes llevaba una pistola semiautomática de calibre 9 mm con cargadores extras. En cada equipo de agentes había uno que llevaba una escopeta semiautomática Franchi Law12 y otro iba provisto de un fusil de asalto Colt. Los miembros del equipo de rescate llevaban armas automáticas de grueso calibre, la mayoría dotadas con miras láser electrónicas.
Sawyer dio la señal y los equipos avanzaron. En menos de un minuto los miembros del equipo de rescate alcanzaron la puerta del apartamentó 321. Otros dos equipos cubrieron la otra vía de escape, las dos ventanas traseras del apartamento que daban a la piscina. Los francotiradores ya estaban apostados allí con las miras láser fijas en las aberturas gemelas. Después de escuchar durante unos segundos tras la puerta del 321, los agentes la reventaron y se lanzaron a través de la abertura. Ningún disparo perturbó la tranquilidad de la noche. Al cabo de un minuto, Sawyer recibió la señal de todo despejado. Él y sus hombres subieron a la carrera las escaleras del edificio. El jefe del equipo de rescate recibió a Sawyer.
– ¿El nido está vacío? -preguntó Sawyer.
– Tanto da. Alguien se nos adelantó -respondió el otro. Movió la cabeza en dirección al pequeño dormitorio en el fondo del apartamento.
Sawyer caminó deprisa hacia el cuarto. El frío fue como una puñalada entre los omoplatos; era como estar dentro de un congelador. La luz del dormitorio estaba encendida. Tres miembros del equipo de rescate miraban el reducido espacio entre la cama y la pared. Sawyer miró a su vez y se le cayó el alma a los pies.
El hombre yacía boca abajo. Las múltiples heridas de bala en la espalda y la cabeza se veían con toda claridad, como también el arma y los doce casquillos desparramados por el suelo. Sawyer, con la ayuda de dos miembros del equipo, levantó el cadáver con muchas precauciones, y lo puso de lado durante un segundo antes de devolverlo exactamente a la misma posición de antes.
Sawyer se levantó meneando la cabeza.
– Que la policía traiga a un médico, y quiero al equipo forense ya -dijo por el radiotransmisor.
Sawyer miró el cadáver. Bueno, al menos el tipo no sabotearía más aviones, aunque doce balazos no parecían castigo suficiente para lo que había hecho el hijo de puta. Pero un hombre muerto no puede hablar. Sawyer salió del cuarto, con el radiotransmisor bien sujeto en la mano. En el vestíbulo desierto vio que el aire acondicionado estaba puesto a frío máximo. La temperatura en el apartamento rondaba el bajo cero. Anotó la marca de temperatura y después, con la punta del lápiz para no destruir cualquier posible huella digital, giró la perilla hacia la marca de calor. No permitiría que sus hombres se congelaran mientras investigaban la escena del crimen. Deprimido, se apoyó en la pared. Aunque había sabido desde el principio que las posibilidades de encontrar al sospechoso en el apartamento no eran muchas, el hecho de haberlo encontrado asesinado señalaba claramente que alguien le llevaba un par de pasos de ventaja al FBI. ¿Había una filtración en alguna parte, o el asesinato formaba parte de un plan general? Sawyer rogó para que la desventaja se redujera lo antes posible.
Volvió al dormitorio con el radiotransmisor bien sujeto.
Capítulo 22
Sidney salió del edificio Tritón y comenzó a cruzar el aparcamiento. Iba tan ensimismada que no vio la limusina negra hasta que frenó delante de ella. Se abrió la puerta trasera y apareció Richard Lucas, vestido de azul. Sus facciones se caracterizaban por la nariz de boxeador y los ojos muy juntos. El ancho de los hombros y el omnipresente bulto debajo de la chaqueta le daban una apariencia física imponente.
– El señor Gamble desea hablar con usted -dijo con un tono discreto.
Mantuvo la puerta abierta y Sidney vio la pistola junto a la axila. Se quedó inmóvil, tragó saliva y entonces se le encendieron los ojos en una mirada de furia.
– No sé si tengo una hora libre en mi agenda -replicó.
– Como quiera -Lucas encogió los hombros-. Sin embargo, el señor Gamble prefiere hablar con usted directamente. Tener su versión de los hechos antes de emprender ninguna acción. Cree que cuanto antes se reúnan será mejor para todos.
La joven respiró con fuerza mientras miraba los cristales opacos de la limusina.
– ¿Dónde tendrá lugar la entrevista?
– La finca del señor Gamble está en Middleburg. -Lucas consultó su reloj-. Nuestra hora estimada de llegada es dentro de treinta y cinco minutos. Nosotros, desde luego, la traeremos de regreso hasta su coche cuando concluya la entrevista.
– ¿Tengo otra elección? -preguntó Sidney con un tono desabrido.