– Vale, de acuerdo. No quiero que esta conversación se eternice, así que le haré algunas preguntas y quiero respuestas sinceras. Nada más. Si no sabe la respuesta, mala suerte. Estas son las reglas. ¿Las acepta?
Sidney no respondió. Miró con ojos cansados a los agentes. Sawyer se inclinó un poco hacia ella.
– Yo no me inventé las acusaciones contra su marido. Pero con toda sinceridad, las pruebas que hemos descubierto hasta ahora no dan una figura muy buena.
– ¿Qué pruebas? -preguntó Sidney, tajante.
– Lo siento, no estoy en libertad de decirlo -respondió Sawyer-. Pero sí le diré que son lo bastante fuertes para justificar la orden de busca y captura de su marido. Si no lo sabe, todos los polis del mundo le están buscando ahora mismo.
Los ojos de Sidney brillaron al captar el significado de las palabras. Su esposo, un fugitivo buscado por todo el mundo. Miró a Sawyer.
– ¿Sabía esto cuando vino a verme la primera vez?
La expresión de Sawyer reflejó su incomodidad.
– Una parte. -Se movió inquieto en la silla y Jackson lo relevó en el uso de la palabra.
– Si su marido no hizo las cosas de que le acusan, entonces no tiene nada que temer de nuestra parte. Pero no podemos hablar por los demás.
La mirada de Sidney se clavó en el agente.
– ¿Qué ha querido decir con eso?
– Digamos que no hizo nada malo. Sabemos con toda certeza que no estaba en aquel avión. Entonces, ¿dónde está? Si perdió el avión por accidente, la habría llamado en el acto para avisarle de que estaba bien. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Una parte de la respuesta sería que se involucró en algo que no era del todo legal. Además, el plan y la ejecución nos llevan a creer que actuaron otras personas. -Jackson hizo una pausa para mirar a Sawyer, que asintió-. Señora Archer, el hombre que creíamos autor material del sabotaje fue asesinado en su apartamento. Al parecer, tenía todo listo para abandonar el país, pero alguien se encargó de cambiar el plan.
Los labios de Sidney pronunciaron la palabra «asesinado» sin sonido. Recordó a Edward Page tendido en un charco formado con su propia sangre. Muerto inmediatamente después de hablar con ella. Se arrebujó en la manta. Vaciló, mientras decidía si decirle o no a los agentes que había hablado con Page. Entonces, por alguna razón que no podía precisar, decidió callar.
– ¿Cuáles son sus preguntas?
– Primero, le contaré una pequeña teoría que tengo. -Sawyer hizo una pausa mientras ponía en orden sus pensamientos-. Por ahora, aceptaremos su historia de que viajó a Nueva Orleans por un impulso. Nosotros la seguimos. También sabemos que sus padres y su hija dejaron la casa poco después.
– ¿Y? ¿Para qué iban a quedarse aquí? -Sidney echó una ojeada al interior de la casa que había querido tanto. ¿Que había aquí sino miseria?, pensó.
– Correcto. Pero verá, usted se fue, nosotros nos fuimos y también sus padres. -Hizo una pausa y esperó la reacción de Sidney.
– Si ese es el punto, me temo que no lo capto.
Sawyer se levantó y se quedó de espaldas al fuego con los brazos abiertos mientras miraba a Sidney.
– No había nada aquí, Sidney. La casa estaba sin vigilar. Da lo mismo la razón que la llevara a Nueva Orleans; la cuestión es que nos alejó de aquí. Y no quedó nadie vigilando su casa. ¿Lo ve ahora?
A pesar del calor del fuego, Sidney sintió que se le helaba la sangre. La habían utilizado de cebo. Jason sabía que el FBI la vigilaba. El la había utilizado. Para conseguir algo de esta casa.
Sawyer y Jackson miraban a Sidney como halcones. Casi veían los procesos mentales mientras reflexionaba sobre lo que acababa de decir el agente.
Sidney miró a través del ventanal. Después miró la chaqueta sobre la mecedora. Pensó en el disquete guardado en el bolsillo. De pronto deseó acabar con la entrevista cuanto antes.
– Aquí no hay nada que le interese a nadie.
– ¿Nada? -La voz de Jackson sonó escéptica-. ¿Su marido no guardaba ningún archivo o expedientes aquí? ¿Nada de eso?
– Nada relacionado con el trabajo. En Tritón son un poco paranoicos con esas cosas.
Sawyer asintió. Después de su experiencia personal en Tritón, era un comentario muy acertado.
– Sin embargo, Sidney, quizá quiera pensarlo. ¿No ha visto si faltaba alguna cosa o que hubieran tocado algo?
– La verdad es que no me he fijado.
– Bien, si no tiene inconveniente, podríamos revisar la casa ahora mismo. -Miró a su compañero, que había fruncido el entrecejo al escuchar la petición. Después miró a Sidney a la espera de su respuesta.
Al ver que ella no decía nada, Jackson se acercó.
– Siempre podemos pedir una orden del juez. Sobran motivos. Pero nos ahorraría un montón de tiempo y problemas. Y si es como usted dice y aquí no hay nada, entonces no tendrá ningún problema, ¿verdad?
– Soy abogada, señor Jackson -dijo Sidney con un tono frío-. Conozco el procedimiento. Adelante, ustedes mismos. Por favor, perdonen la suciedad, no he tenido tiempo para hacer las tareas domésticas. -Se levantó, dejó a un lado la manta y se puso la chaqueta-. Mientras ustedes se ocupan de eso, iré a tomar un poco el aire. ¿Cuánto tardarán?
– Unas horas.
– Muy bien. Si quieren comer algo, busquen en el frigorífico. Registrar es un trabajo que da mucha hambre.
En cuanto Sidney salió de la casa, Jackson se volvió hacia su compañero.
– Es toda una tía, ¿no?
Sawyer miró la figura que caminaba hacia el garaje.
– Sí que lo es.
Sidney regresó al cabo de varias horas.
– ¿Han encontrado alguna cosa? -Miró a los dos hombres despeinados.
– Nada de interés -replicó Jackson con un tono de reproche.
– Ese no es mi problema, ¿no?
Los dos agentes se miraron durante un momento.
– ¿Tienen más preguntas? -preguntó Sidney.
Los dos agentes se marcharon al cabo de una hora. En el momento que salían de la casa, Sidney puso una mano sobre el brazo de Sawyer.
– Es evidente que usted no conoce a mi marido. Si le conociera, nunca habría pensado que él… -los labios de Sidney se movieron, pero por un momento no se escuchó sonido alguno-. El nunca se hubiera complicado en el sabotaje del avión. Con toda esa gente… -Cerró los ojos y se apoyó en la puerta cuando le fallaron las piernas.
La expresión de Sawyer reflejó su malestar. ¿Cómo podía nadie creer que la persona que amaban, con la que habían tenido un hijo, podía ser capaz de algo así? Pero los seres humanos cometían atrocidades cada minuto del día; eran los únicos seres vivientes que mataban con malicia.
– Comprendo cómo se siente, Sidney -murmuró el agente.
Jackson pateó una piedra en el camino hacia el coche y miró a su compañero.
– No lo sé, Lee, las cosas no cuadran con esa mujer. Nos oculta algo.
Sawyer se encogió de hombros.
– Si yo estuviese en su posición, haría lo mismo.
– ¿Mentirle al FBI? -Jackson le miró sorprendido.
– Está pillada en el medio, no sabe hacia qué lado ir. En esas circunstancias, yo también me guardaría cartas.
– Supongo que tendré que confiar en tu juicio -dijo Jackson con un tono poco convencido mientras subía al coche.
Capítulo 40
Sidney corrió hacia el teléfono pero se detuvo bruscamente. Miró el aparato como si fuese una cobra dispuesta a clavarle el veneno. Si el difunto Edward Page le había pinchado el teléfono, era lógico suponer que lo podrían haber hecho otros. Apartó la mano y miró al teléfono móvil que se estaba recargando en el mostrador de la cocina. ¿Sería seguro utilizarlo? Descargó un puñetazo de rabia contra la pared mientras se imaginaba a centenares de ojos electrónicos que vigilaban y grababan todos sus movimientos. Cogió el buscapersonas y lo guardó en el bolso, en la creencia de que era una forma de comunicación más o menos segura. Y si no lo era, tendría que conformarse. Metió la pistola cargada en el bolso y corrió al garaje. Tenía el disquete en el bolsillo, pero tendría que esperar de momento. Ahora tenía que hacer algo mucho más importante.