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Sawyer se dispuso a responder pero cerró la boca al ver que Sidney levantaba la mano para añadir algo más con un tono más tranquilo.

– Me quedé en Nueva Orleans sólo un día. De pronto se me ocurrió que no podría escapar de la pesadilla en que se ha convertido mi vida. Tengo una niña pequeña que me necesita. Y yo la necesito a ella. Es lo único que me queda. ¿Lo comprende? ¿Alguno de los dos lo comprende?

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Sidney. Cerró y abrió las manos mientras intentaba no jadear. Entonces volvió a sentarse bruscamente.

Ray Jackson se entretuvo unos segundos con la taza de café y miró a su compañero.

– Señora Archer, Lee y yo tenemos familia. No puedo imaginar lo que está pasando usted en estos momentos. Tiene que comprender que sólo intentamos hacer nuestro trabajo. Hay un montón de cosas que no tienen sentido. Pero una cosa es segura. Han muerto todos los pasajeros de un avión y el responsable pagará por ello.

Sidney volvió a levantarse. Le temblaban las piernas y lloraba a moco tendido. Echaba chispas por los ojos y su voz era muy aguda, casi histérica.

– ¿Cree que no lo sé? Yo estuve allí. ¡En aquel infierno! -La voz subió un tono más, las lágrimas le mojaron la blusa, y los ojos parecían querer salirse de las órbitas-. ¡Lo vi! -Dirigió una mirada feroz a los dos agentes ¡Todo! El… el zapatito… el zapatito de bebé.

Sidney soltó un gemido y se desplomó sobre la silla. Los sollozos sacudían su cuerpo con tanta fuerza que parecía como si en la espalda estuviese a punto de hacer erupción un volcán que escupiría más miseria de la que ningún ser humano podría aguantar.

Jackson se levantó para ir a buscarle un pañuelo de papel.

Sawyer exhaló un suspiro, puso una de sus manazas sobre la de Sidney y se la apretó con dulzura. El zapatito de bebé. El mismo que él había tenido en su mano y que le había hecho llorar. Por primera vez se fijó en la alianza y el anillo de bodas de Sidney. Eran sencillos pero hermosos, y estaba seguro de que ella los había llevado con orgullo todos estos años. Jason podía o no haber hecho algo malo, pero tenía una mujer que le amaba, que creía en él. Sawyer se descubrió a sí mismo deseando que Jason fuese inocente, a pesar de todas las pruebas en contra. No quería que tuviera que enfrentarse a la realidad de la traición. Le rodeó los hombros con el brazo. Su cuerpo se estremeció y se sacudió con cada convulsión de la mujer. Le susurró al oído palabras de consuelo, en un intento desesperado para que volviera en sí. Por un instante, revivió la ocasión en que había abrazado a otro joven de esta manera. Aquella catástrofe había sido un baile de promoción que había acabado mal. Había sido una de las pocas veces en que había estado allí para uno de sus hijos. Había sido maravilloso rodear con sus brazos musculosos aquel cuerpo menudo, y dejar que su dolor, su vergüenza, se descargara en él. Sawyer volvió a centrarse en Sidney Archer. Decidió que ya había sufrido demasiado. Este dolor no podía ser falso. Con independencia de cualquier otra cosa, Sidney Archer les había dicho la verdad, o al menos la mayor parte. Como si hubiese intuido sus pensamientos, ella le apretó la mano.

Jackson le alcanzó el pañuelo. Sawyer no vio la expresión preocupada de su compañero mientras Jackson observaba la gentileza de Sawyer en sus esfuerzos para que Sidney recobrara el control. Las cosas que le decía, la manera de protegerla con los brazos. Era obvio que Jackson no estaba nada satisfecho con su compañero.

Unos minutos después, Sidney estaba sentada delante del fuego que Jackson se había apresurado a encender en la chimenea. El calor era reconfortante. Sawyer miró a través del ventanal y vio que volvía a nevar. Echó una ojeada a la habitación y se fijó en las fotos sobre la repisa de la chimenea: Jason Archer, un joven en el que nada indicaba que pudiera ser el autor de uno de los crímenes más horrendos; Amy Archer, una de las niñas más bonitas que Sawyer hubiese visto, y Sidney Archer, preciosa y encantadora. Una familia perfecta, al menos en la superficie. Sawyer había dedicado veinticinco años de su vida a escarbar sin tregua debajo de la superficie. Esperaba con ansia el día en que no tuviese que hacerlo. El momento en que sumergirse en los motivos y las circunstancias que convertían a seres humanos en monstruos fuese la tarea de otro. Hoy, sin embargo, era su deber. Apartó la mirada de la foto y miró al ser real.

– Lo siento. Al parecer, pierdo el control cada vez que ustedes dos aparecen. -Sidney pronunció las palabras lentamente, con los ojos cerrados. Parecía más pequeña de lo que Sawyer recordaba, como si una crisis detrás de otra produjeran el efecto de que se hundiera sobre sí misma.

– ¿Dónde está la pequeña? -preguntó el agente.

– Con mis padres -contestó Sidney en el acto.

Sawyer asintió despacio. Sidney abrió los ojos por un segundo y los cerró otra vez.

– La única vez que no pregunta por su padre es cuando está durmiendo -añadió Sidney con un murmullo, los labios temblorosos.

Sawyer se frotó los ojos inyectados en sangre y se acercó un poco más al fuego.

– ¿Sidney? -Ella abrió los ojos y le miró. Se arregló sobre los hombros la manta que había cogido del sofá y levantó las piernas hasta que las rodillas le tocaron el pecho-. Sidney, usted dijo que fue al lugar del accidente. Sé que es verdad. ¿Recuerda haberse llevado a alguien por delante? Todavía me duele la rodilla.

Sidney se sobresaltó. Sus ojos parecieron dilatarse del todo y después volvieron al tamaño normal.

– Tenemos el informe de uno de los agentes que estaba de servicio aquella noche. ¿El agente McKenna?

– Sí, fue muy amable conmigo.

– ¿Por qué fue allí, Sidney?

Sidney no respondió. Se rodeó las piernas con los brazos. Por fin, levantó la mirada pero sus ojos miraban más a la pared que tenía delante que a los dos agentes. Parecía estar mirando a un lugar muy lejano, como si estuviese volviendo a las espantosas profundidades de un enorme agujero en la tierra, a una cueva que, en aquel momento según creía, se había engullido a su marido.

– Tuve que hacerlo -contestó Sidney, y cerró la boca.

Jackson comenzó a decir alguna cosa, pero Sawyer lo detuvo con un gesto.

– Tuve que hacerlo -repitió Sidney. Una vez más comenzó a llorar pero la voz se mantuvo firme-. La vi en la televisión.

– ¿Qué? -Sawyer se echó un poco hacia delante, ansioso-. ¿Qué vio?

– Vi su bolsa. La bolsa de Jason. -Le temblaron los labios al pronunciar su nombre. Se llevó una mano trémula a la boca como si quisiera contener el dolor concentrado allí. Bajó la mano-. Todavía veo sus iniciales en un lado. -Se interrumpió otra vez y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano-. De pronto pensé que quizás era la única cosa… la única cosa que quedaba de él. Fui a buscarla. El agente McKenna me dijo que no podía cogerla hasta que acabaran la investigación, así que regresé a casa con las manos vacías. Sin nada. -Pronunció estas dos últimas palabras como si fuesen un resumen de en qué se había convertido su vida.

Sawyer se echó hacia atrás en la silla y miró a su compañero. La bolsa era un callejón sin salida. Dejó transcurrir un minuto entero antes de romper el silencio.

– Cuando le dije que su marido estaba vivo, no pareció sorprenderse. -El tono de Sawyer era bajo y sereno, pero también un poco cortante.

La respuesta de Sidney fue mordaz, pero la voz sonó cansada. Era obvio que se le agotaban las fuerzas.

– Acababa de leer el artículo del periódico. Si quería sorprenderme, tendría que haber venido antes que el repartidor de diarios. -No estaba dispuesta a contarle su humillante experiencia en la oficina de Gamble.

Sawyer permaneció callado un momento. Había esperado esta respuesta absolutamente lógica, pero de todas maneras le complacía haberla escuchado de sus labios. A menudo, los mentirosos se embarcaban en complicadas historias en sus esfuerzos por no ser descubiertos.

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