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– Buenas madalenas. Gracias. Por cierto, ¿siempre va armada? -Sawyer la miró, atento a la respuesta.

– Ha habido algunos robos en el vecindario. He tomado clases para aprender a usarla. Además, estoy habituada a las armas. Mi padre y mi hermano mayor, Kenny, estuvieron en el cuerpo de Marines. También son grandes cazadores. Kenny posee una magnífica colección de armas. Cuando era una adolescente, mi padre me llevaba al tiro al plato y al blanco. He disparado con toda clase de armas y son muy buena tiradora.

– Sostenía la pipa muy bien en el garaje -comentó Jackson. Vio el desperfecto en la culata-. Espero que no se le haya caído cuanto estaba cargada.

– Soy muy cuidadosa con las armas de fuego, señor Jackson, pero gracias por su preocupación.

Jackson miró la pistola una vez más antes de acercársela junto con el cargador.

– Un arma muy bonita. Liviana. Yo también uso munición Hydra Shok; excelente fuerza de impacto. Todavía queda una bala en la recámara.

– Está equipada con un seguro de cargador. No dispara si no tiene puesto el cargador. -Sidney tocó la pistola con un gesto precavido-. No me gusta guardarla en la casa, sobre todo por Amy, aunque la tengo descargada y metida en una caja cerrada con llave.

– Entonces, no le será muy útil en caso de robo -señaló Sawyer entre un mordisco a una madalena y un trago de café caliente.

– Eso si a una la pillan por sorpresa. Yo intento estar alerta. -Después de lo que acababa de ocurrir, intentó no pasar por tonta.

– ¿Le importaría decirme por qué hizo el viaje a Nueva Orleans? -preguntó Sawyer, que apartó el plato de pastas.

Sidney levantó el periódico y lo desplegó para que se viera el titular.

– ¿Por qué? ¿Se ha convertido en periodista y quiere información para su próximo artículo? Por cierto, gracias por destrozar mi vida.

Sidney arrojó el periódico sobre la mesa con una expresión airada y miró en otra dirección. Un tic muscular apareció sobre su ojo izquierdo. Se sujetó al borde de la vieja mesa de pino para controlar sus temblores.

Sawyer echó una ojeada a la primera página del periódico.

– No veo aquí nada que no sea verdad. Su marido es sospechoso de estar implicado en el robo de secretos a su compañía. Además, no estaba en el avión donde se suponía que estaba. Aquel avión acabó destrozado en la mitad de un campo. Su marido está vivito y coleando. -Al ver que ella no respondía Sawyer estiró una mano sobre la mesa y le tocó el codo-. Acabo de decir que su marido está vivo, señora Archer. Eso no parece sorprenderla. ¿Me hablará ahora del viaje a Nueva Orleans?

Sidney se volvió lentamente para mirarle, con una sorprendente expresión de calma en el rostro.

– ¿Dice que está vivo?

Sawyer asintió.

– Entonces, ¿por qué no me dice dónde está?

– Iba a hacerle la misma pregunta.

Sidney se apretó el muslo con los dedos hasta hacerse daño.

– No he visto a mi marido desde aquella mañana.

– Escuche, señora Archer, corte el rollo. Usted recibió una llamada misteriosa y tomó un avión a Nueva Orleans, después de malgastar el tiempo en un funeral por su querido difunto, que resultó no ser tal. Dejó el taxi y se metió en el metro, sin preocuparse de la maleta. Les dio esquinazo a mis muchachos y se largó al sur. Se alojó en un hotel, donde estoy seguro que estaba citada con su marido. -Hizo una pausa para mirar a Sidney, que mantenía una expresión imperturbable-. Salió a dar un paseo, se hizo limpiar los zapatos por un amable limpiabotas que es el único al que he visto rechazar una propina. Hace una llamada, y entonces sale pitando de regreso a Washington. ¿Qué me dice de todo esto?

Sidney inspiró de una forma casi imperceptible y después miró a Sawyer.

– Dice que recibí una llamada misteriosa. ¿Quién se lo dijo?

Los agentes intercambiaron una mirada y Sawyer contestó a la pregunta.

– Tenemos nuestras fuentes, señora Archer. También comprobamos su registro de llamadas.

Sidney cruzó las piernas y se inclinó un poco sobre la mesa.

– ¿Se refiere a la llamada de Henry Wharton?

– ¿Me está diciendo que habló con Wharton? -No había esperado que ella cayera en la trampa con los ojos cerrados, y no resultó desilusionado.

– No, lo que digo es que hablé con alguien que dijo ser Henry Wharton.

– Pero habló con alguien.

– No.

– Tenemos un registro de la llamada. Usted estuvo al teléfono unos cinco minutos. ¿Se trataba de una llamada obscena o qué?

– No tengo por qué estar aquí sentada y aguantar que usted o cualquier otro me insulte. ¿Está claro?

– Está bien, perdone. ¿Quién era?

– No lo sé.

Sawyer se irguió bruscamente y descargó un tremendo puñetazo sobre la mesa. Sidney casi se cayó de la silla.

– Venga ya…

– Le digo que no lo sé -le interrumpió Sidney, furiosa-. Creía que era Henry, pero no era él. La persona no dijo ni una palabra. Colgué el teléfono después de unos segundos. -Sintió que el corazón se le subía a la garganta cuando se dio cuenta de que le estaba mintiendo al FBI.

– Los ordenadores no mienten, señora Archer -replicó Sawyer con un tono de cansancio. Pero por dentro hizo una mueca al recordar por un instante el fiasco con Riker-. El registro telefónico dice cinco minutos.

– Mi padre atendió el teléfono en la cocina y después lo dejó en el mostrador mientras iba a avisarme. Ustedes dos se presentaron más o menos en el mismo momento. ¿No cree que cabe la posibilidad de que se olvidara de colgarlo? ¿No justificaría eso los cinco minutos? Quizá quiere llamarle y preguntárselo. Puede usar el teléfono. Está allí. -Sidney señaló el teléfono instalado en la pared junto a la puerta.

Sawyer miró el teléfono y se tomó un momento para pensar. Estaba seguro de que la mujer le mentía, pero lo que decía era plausible. Se había olvidado de que estaba hablando con una abogada muy experta.

– ¿Quiere llamarle? -repitió Sidney-. Sé que está en casa porque llamó hace unos minutos. Lo último que le oí decir fue que pensaba presentar una demanda contra el FBI y Tritón.

– Quizá lo llame más tarde.

– Muy bien. Pero si lo llama ahora se ahorrará el acusarme después de haberme puesto de acuerdo con mi padre para que le mienta. -Su mirada se clavó en las facciones preocupadas del agente-. Y ya que estamos en eso, vamos a ocuparnos de sus otras acusaciones. Dice que les di esquinazo a sus hombres. Dado que no sabía que me seguían, es imposible que les diera «esquinazo». Mi taxi estaba metido en un atasco. Creí que perdería el vuelo, así que tomé el metro. Como hacía años que no viajaba en metro, me bajé en la estación del Pentágono porque no recordaba si tenía que hacer transbordo para llegar al aeropuerto. Cuando me di cuenta del error volví a subir al mismo tren. No cargué con la maleta porque no quería arrastrarla por el metro, sobre todo si tenía que correr para llegar al avión. Si me hubiese quedado en Nueva Orleans habría llamado para que me la mandaran en un vuelo posterior. He estado muchas veces en Nueva Orleans. Siempre me lo he pasado muy bien allí. Me pareció un lugar lógico, aunque últimamente no pienso con mucha lógica. Me limpiaron los zapatos. ¿Es ilegal? -Miró a los dos hombres-. Supongo que enterrar al cónyuge cuando no se tiene el cadáver es una experiencia por la que no han pasado.

Sidney cogió el periódico y lo arrojó al suelo, furiosa.

– El hombre de esa historia no es mi marido. ¿Saben cuál era nuestra idea de una aventura? Hacer una barbacoa en el jardín en el invierno. La cosa más arriesgada que le he visto hacer a Jason ha sido conducir demasiado deprisa sin llevar puesto el cinturón de seguridad. Jamás se hubiera involucrado en el sabotaje a un avión. Sé que no me creen, pero lo cierto es que me importa un pimiento.

Se puso de pie y caminó un par de pasos. Se apoyó en el frigorífico.

– Necesitaba marcharme. ¿Necesito decirles por qué? ¿Es necesario? -Su voz se convirtió casi en un grito y después apretó los labios.

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