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– ¡Maldita sea, Lee! ¡No lo hagas!

– Ésta será la pistola que utilizaré para matarte -siguió diciendo Sawyer con calma.

– ¡Santo Dios, Lee!

– ¿Dónde está Archer?

– Por favor, Lee, ¡no lo hagas! -suplicó Hardy.

Sawyer acercó el cañón del arma hasta situarlo a pocos centímetros de la cabeza de Hardy. Cuando éste se cubrió la cabeza con las manos, Sawyer efectuó un rápido movimiento y le arrebató el disquete de entre los temblorosos dedos.

– Ahora que lo pienso, esto podría venirme muy bien -dijo, al tiempo que se lo guardaba en el bolsillo-. Adiós, Frank -añadió al tiempo que su dedo empezaba a presionar el gatillo.

– Espera, espera, por favor. Te lo diré. Te lo diré. -Hardy guardó un momento de silencio y luego miró el rostro inexorable de Sawyer-. Jason está muerto -dijo finalmente.

Aquellas tres palabras golpearon a Lee Sawyer como las chispas de un rayo. Sus anchos hombros se derrumbaron y sintió que le abandonaban los últimos vestigios de su energía. Era casi como si hubiera muerto él mismo. Estaba casi seguro de que se encontraría al final con este resultado, pero aún confiaba en que se produjera un milagro, por el bien de Sidney Archer y de la pequeña. Algo le hizo volverse a mirar detrás de él.

Sidney se encontraba en lo alto del sendero, a poco más de un metro de distancia de él, empapada y temblorosa. Sus miradas se encontraron bajo la tenue luz de la luna, repentinamente surgida a través de un hueco entre las nubes. No necesitaron hablar. Ella misma había escuchado la terrible verdad: su esposo jamás regresaría a su lado.

Un grito brotó por el lado del acantilado. Con el arma preparada, Sawyer se giró en redondo, a tiempo de ver cómo Hardy caía por el acantilado. Se asomó por el borde y tuvo tiempo de ver a su viejo amigo que rebotaba entre las puntiagudas rocas, allá abajo, y terminaba por desaparecer entre las violentas aguas.

Sawyer observó fijamente el abismo durante un rato y luego, con un furioso impulso, arrojó la pistola todo lo lejos que pudo, hacia el océano. Aquel movimiento le provocó un desgarro en las doloridas costillas, pero ni siquiera notó el dolor. Cerró los ojos con fuerza y luego los abrió para contemplar fijamente el perfil salvaje del Atlántico.

– ¡Maldita sea!

El corpachón de Sawyer se inclinó pesadamente hacia un lado, al tiempo que hacía esfuerzos por mantener inmóviles sus costillas fracturadas y en funcionamiento sus cansados pulmones. El antebrazo desgarrado y el rostro golpeado empezaron a sangrar de nuevo.

Se puso rígido al sentir la mano sobre su hombro. Teniendo en cuenta las circunstancias, a Sawyer no le habría extrañado nada ver a Sidney Archer huyendo de allí a toda velocidad; casi esperaba que lo hiciera así. Pero, en lugar de eso, ella le rodeaba la cintura con un brazo y se colocaba un brazo de él sobre su hombro, ayudando así al herido agente del FBI a descender por el sendero.

Capítulo 59

El funeral con el que finalmente se dio descanso eterno al cuerpo de Jason Archer se celebró en un claro día de diciembre, sobre un tranquilo montículo del cementerio, a unos veinte minutos de distancia de la casa de ladrillo y piedra que había sido su hogar. Durante el servicio junto a la tumba, Sawyer se mantuvo al fondo, mientras la familia y los amigos íntimos acompañaban de nuevo a la viuda. El agente del FBI permaneció junto a la tumba una vez que se hubieron marchado todos. Mientras observaba la lápida recién esculpida, Sawyer descansó su corpachón sobre una de las sillas plegables que se habían utilizado para el sencillo y breve ritual. Jason Archer había ocupado todos los pensamientos de cada uno de los momentos de vigilia del agente desde hacía más de un mes y, sin embargo, no lo llegó a conocer en ningún momento. Eso era algo que sucedía con frecuencia en su trabajo; no obstante, las emociones que esta vez se abrieron paso a través de la psique del veterano agente fueron muy diferentes. Sawyer sabía que no había podido hacer nada por impedir la muerte de aquel hombre. Todavía se sentía abrumado por haber dejado en la estacada a la esposa y a la hija del hombre, por haber permitido que la familia Archer se viera irremediablemente destruida debido a su incapacidad para descubrir la verdad a tiempo.

Se cubrió el rostro con las manos. Cuando las apartó, unos minutos más tarde, unas lágrimas brillaban en sus ojos. Había logrado completar el caso más importante de toda su vida y, sin embargo, nunca se había sentido más fracasado. Se levantó, se puso el sombrero y regresó lentamente hacia su coche. Entonces, se quedó petrificado. La alargada limusina negra estaba aparcada junto al bordillo. Había regresado. Sawyer vio el rostro que miraba desde la ventanilla posterior de la limusina. Sidney observaba el montón de tierra fresca formado en el suelo. Volvió la cabeza hacia donde estaba Sawyer, que permanecía allí de pie, tembloroso, incapaz de moverse, con el corazón latiéndole con fuerza, notando pesados los pulmones y deseando más que ninguna otra cosa el poder acercarse a aquel montón de tierra fría para sacar de allí a Jason Archer y devolvérselo a Sidney. El cristal de la ventanilla de la limusina empezó a subir cuando el vehículo se alejó.

En la Nochebuena, Lee Sawyer condujo lentamente su sedán por Moigan Lañe. Las casas que se alineaban a ambos lados de la calle aparecían hermosamente decoradas con luces, guirnaldas, imágenes de Santa Claus y de sus fieles renos. Allá al fondo de la manzana, actuaba un grupo de personas que cantaban villancicos. Toda la zona se hallaba envuelta en un ambiente festivo. Todas las casas excepto una, que permanecía a oscuras, a excepción de la luz que iluminaba una de las habitaciones de la parte delantera.

Sawyer hizo entrar el coche en el camino de acceso a la casa de los Archer, y se bajó. Se había puesto un traje nuevo, y llevaba el escaso cabello tan lleno de brillantina como podía soportar. Sacó del coche una pequeña caja envuelta en papel de regalo y caminó hacia la casa. Aún cojeaba un poco al andar, ya que aún se estaban soldando las costillas.

Sidney Archer contestó a su llamada a la puerta. Iba vestida con unos pantalones negros y una blusa blanca, y el cabello le caía suelto sobre los hombros. Había recuperado algo de peso, pero los rasgos de su rostro todavía aparecían ajados, aunque los cortes y moratones se habían curado.

Se sentaron en el salón, delante de la chimenea encendida. Sawyer aceptó su ofrecimiento de tomar una copa de sidra, y contempló el salón mientras ella iba a traerla. Sobre la mesita de al lado había una caja de disquetes, con una cinta roja en lo alto. Dejó la caja que había traído él mismo sobre la mesita de café, puesto que no había ningún árbol de Navidad bajo el que dejarla.

– Supongo que te marcharás de vacaciones a alguna parte, ¿verdad? -preguntó cuando ella se sentó frente a él.

Ambos tomaron un sorbo de la sidra caliente.

– Iré a casa de mis padres. La han arreglado para la Navidad, con un árbol grande y adornos. Mi padre se disfrazará de Santa Claus. Mis hermanos y sus familias también estarán presentes. Eso le vendrá muy bien a Amy.

Sawyer miró la caja de disquetes.

– Espero que eso sea un regalo de broma.

Sidney siguió la dirección de su mirada y sonrió brevemente.

– De Jeff Fisher. Me dio las gracias por la noche más animada de su vida y me ofreció asesoramiento gratuito sobre ordenadores a perpetuidad.

Sawyer observó entonces la pequeña toalla húmeda que Sidney había traído consigo y que dejó sobre la mesita de café. Deslizó el regalo hacia ella.

– Deja esto bajo el árbol, para Amy, ¿quieres? Es mío y de Ray. Lo eligió su esposa. Es una de esas muñecas que hacen un montón de cosas, ya sabes, habla, hace pipí y todo eso…

Se detuvo de pronto, como si estuviera azorado. Tomó otro sorbo de sidra. Sidney le sonrió.

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