– Muchas gracias, Lee. Le encantará. Se lo daría ahora mismo si no estuviera dormida.
– De todos modos, es mejor abrir los regalos el día de Navidad.
– ¿Cómo está Ray?
– Demonios, nadie podría causarle ningún daño aunque lo intentara. Ya ha dejado las muletas…
La cara de Sidney se puso repentinamente verdosa y se inclinó para tomar la toalla. La mantuvo apretada contra la boca, se levantó y salió apresuradamente del salón. Sawyer se levantó, pero no la siguió. Volvió a sentarse. Ella regresó al cabo de un par de minutos.
– Lo siento, debo de haber pillado algún virus.
– ¿Desde cuándo sabías que estabas embarazada? -preguntó Sawyer de pronto. Ella se sentó y lo miró, asombrada-. He tenido cuatro hijos, Sidney. Créeme, reconozco las náuseas del embarazo en cuanto las veo.
– Desde hace unas dos semanas -dijo Sidney, con voz tensa-. La misma mañana en que se marchó Jason… -Empezó a balancearse adelante y atrás, con una mano apretada sobre la cara-. Dios santo, esto es increíble. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no me lo dijo? No debería haber muerto, ¡maldita sea! ¡No debería haber muerto!
Sawyer bajó la mirada hacia la taza que sostenía entre las manos.
– Intentó hacer lo más correcto, Sidney. Podía dejar de lado lo que había descubierto, como habría hecho la mayoría de la gente. Pero, en lugar de eso, decidió hacer algo. Un verdadero héroe. Corrió muchos riesgos, pero sé que lo hizo por ti y por Amy. Nunca tuve la oportunidad de conocerlo, pero sé que te amaba.
Sawyer no estaba dispuesto a revelarle a Sidney que la esperanza de obtener una recompensa del gobierno había jugado un papel destacado en la decisión de Jason Archer de acumular pruebas contra la Tritón.
Ella le miró a través de unos ojos anegados en lágrimas.
– Si nos amaba tanto, ¿por qué eligió hacer algo que era tan peligroso? No tiene sentido. Dios mío, es como si lo hubiera perdido por dos veces. ¿Sabes lo mucho que eso duele?
Sawyer lo pensó por un momento, se aclaró la garganta y empezó a hablar con voz muy serena.
– Tengo un amigo que es muy contradictorio. Amaba tanto a su esposa y a sus hijos que habría hecho cualquier cosa por ellos. Y me refiero a cualquier cosa.
– Lee…
Pero él levanto una mano, interrumpiéndola.
– Por favor, Sidney, déjame terminar. Créeme, me ha costado mucho llegar hasta este punto. -Ella se reclinó en el asiento mientras Sawyer continuaba-. Los amaba tanto que dedicó todo su tiempo a lograr que el mundo fuera un lugar más seguro para ellos. En realidad, dedicó tanto tiempo a eso que terminó por causar un daño terrible a las mismas personas a las que tanto quería. Y no lo comprendió hasta que fue demasiado tarde. -Tomó un sorbo de sidra y un nudo enorme se le formó en la garganta-. Así que, como ves, las personas hacen a veces las cosas más estúpidas por las mejores razones. -Sus ojos parpadearon-. Jason te amaba, Sidney. Demonios, eso es lo único que importa al final del día. Ese es el único recuerdo que podrás mantener.
Ninguno de los dos dijo nada durante varios minutos; ambos se quedaron mirando fijamente las llamas. Finalmente, Sawyer la miró.
– ¿Qué vas a hacer ahora?
Sidney se encogió de hombros.
– Tylery Stone perdió a dos de sus mejores clientes, Tritón y RTG. No obstante, Henry Wharton fue muy amable conmigo. Me dijo que podía regresar, pero no sé si tengo ánimos para eso. -Se cubrió la boca con la toalla y luego dejó caer la mano sobre el regazo-. Probablemente, sin embargo, no me queda otra alternativa. Jason no tenía un seguro de vida muy importante. Ya casi hemos agotado nuestros ahorros. Y con el nuevo bebé en camino…
Sacudió la cabeza con tristeza. Sawyer esperó un momento y luego se metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y extrajo lentamente un sobre.
– Quizá esto te pueda ayudar.
Ella se frotó los ojos.
– ¿.Qué es?
– Ábrelo.
Extrajo el papel alargado que contenía el sobre. Finalmente, levantó la mirada hacia Sawyer.
– ¿Qué es esto?
– Es un cheque a tu nombre por importe de dos millones de dólares. No creo que te lo rechacen, sobre todo teniendo en cuenta que ha sido extendido por el Tesoro de Estados Unidos.
– No lo comprendo, Lee.
– El gobierno había ofrecido una recompensa de dos millones de dólares a todo aquel que diera información que condujera a la captura de la persona o personas responsables del atentado contra el avión.
– Pero yo no hice nada. No he hecho nada para ganarme esto.
– De hecho, estoy absolutamente seguro de que ésta será la única vez en mi vida que le entregaré a alguien un cheque por tanta cantidad de dinero y luego le diré lo que voy a decirte a ti.
– ¿Y qué es?
– Que esa cantidad ni siquiera se aproxima a ser suficiente. Que no hay dinero en todo el mundo que pueda ser suficiente.
– Lee, no puedo aceptar esto.
– Ya lo has aceptado. La entrega del cheque no es más que una ceremonia. Los fondos ya han sido depositados en una cuenta especial abierta a tu nombre. Charles Tiedman, el presidente del Banco de la Reserva Federal en San Francisco, ya ha preparado un equipo de excelentes asesores financieros para invertir los fondos en tu nombre. Todo ello gratuitamente. Tiedman fue uno de los mejores amigos de Lieberman. Me pidió que te transmitiera su más sincera condolencia y agradecimiento.
Al principio, el gobierno de Estados Unidos se había mostrado reacio a entregarle la recompensa a Sidney Archer. Lee Sawyer necesitó todo un día de entrevistas con los congresistas y representantes de la Casa Blanca para hacerles cambiar de opinión. Todo el mundo se mostró inflexible sobre un punto: no debían filtrarse los detalles de la deliberada manipulación de los mercados financieros de Estados Unidos. La sugerencia, algo menos que sutil, de Sawyer de que se uniría a Sidney Archer en los esfuerzos por vender al mejor postor el disquete que le había arrebatado a Frank Hardy en el acantilado de Maine, hizo que todos ellos cambiaran rápidamente de opinión sobre la recompensa. Eso, y el hecho de que él lanzara por los aires una silla en la oficina del fiscal general.
– Esos fondos son libres de impuestos -añadió-. Estarás bastante bien arreglada para toda la vida.
Sidney se limpió los ojos y volvió a introducir el cheque en el sobre. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. El fuego de la chimenea chisporroteó y la madera emitió un crujido. Finalmente, Sawyer miró su reloj y dejó la taza de sidra sobre la mesita.
– Se está haciendo tarde. Estoy seguro de que tendrás cosas que hacer. Y yo tengo que regresar al despacho.
Se levantó.
– ¿Te tomas un respiro alguna vez?
– No, si puedo evitarlo. Además, ¿qué otra cosa podría hacer?
Ella también se levantó y, antes de que él pudiera despedirse, le rodeó los abultados hombros con sus brazos y se apretó contra su cuerpo.
– Gracias.
Apenas si pudo escuchar la palabra, pero no tenía necesidad. Los sentimientos emanaban de Sidney Archer como el calor del fuego de la chimenea. La rodeó con sus brazos y, durante varios minutos, ambos permanecieron de pie, abrazados, delante del fuego parpadeante, mientras se acercaba el sonido de los villancicos que cantaban en la calle.
Cuando finalmente se separaron, Sawyer tomó su mano suavemente entre las suyas.
– Siempre estaré ahí para ti, Sidney. Siempre.
– Lo sé -dijo ella al cabo de un rato, con un susurro. Cuando él ya se dirigía hacia la puerta, ella volvió a hablar. -Ese amigo tuyo, Lee…, quizá puedas decirle que nunca es demasiado tarde.
Mientras se alejaba por la calle, Lee Sawyer vio una luna llena destacada contra el claro cielo negro. Empezó a tararear en voz baja un villancico propio. No regresaría a la oficina. Iría a darle el tostón a Ray Jackson durante un rato, jugaría con sus chicos y quizá comería algo con su compañero y su esposa. Al día siguiente compraría algunos regalos de última hora. Emplearía la vieja tarjeta de plástico y sorprendería a sus hijos. Qué demonios, al fin y al cabo era Navidad. Se desabrochó la placa del FBI del cinturón y extrajo la pistola de la funda. Las dejó en el asiento de al lado. Se permitió una ligera sonrisa, mientras el sedán se alejaba por la calle. El siguiente caso iba a tener que esperar.