El dormitorio de Lieberman era pequeño, y la cama era poco más que un catre. Había una mesa cerca de la ventana. Después de revisar el armario, se fijó en la mesa.
Había varias fotos de dos hombres y una mujer con edades comprendidas entre los quince y los veinticinco años. Las fotos no eran recientes. Jackson decidió que eran los hijos de Lieberman.
A continuación, se dedicó a los tres cajones. Uno estaba cerrado. El agente sólo tardó unos segundos en forzar la cerradura. En el interior había un manojo de cartas manuscritas sujetas con una banda elástica. La letra era clara y firme, y los textos claramente románticos. Lo único extraño era que ninguna estaba firmada. Jackson pensó en el detalle por unos instantes, y luego volvió a guardarlas en el cajón. Se entretuvo mirando aquí y allá hasta que una llamada a la puerta anunció la llegada del equipo forense.
Capítulo 14
Sidney aprovechó el tiempo que había estado sola en la casa para revisar hasta el último rincón, impulsada por una fuerza que no acababa de identificar. Estuvo sentada durante horas junto a la ventana de la cocina dedicada a repasar los años de matrimonio. Todos los detalles, incluso los más nimios, surgieron de las profundidades de su subconsciente. En ocasiones había esbozado una sonrisa al recordar algún episodio divertido. Sin embargo, esos instantes habían sido muy breves, y habían estado seguidos de desgarradores sollozos ante la verdad ineludible de que ya no habría más momentos divertidos con Jason.
Por fin salió de su ensimismamiento. Se levantó, subió las escaleras y recorrió a paso lento el pasillo hasta el pequeño estudio de Jason. Observó el parco mobiliario y después se sentó delante del ordenador. Pasó la mano por la pantalla. Jason había querido a los ordenadores desde siempre. Ella sabía usarlos, pero aparte del procesador de textos y el correo electrónico, su conocimiento del mundo de la informática era muy limitado.
Jason utilizaba mucho el correo electrónico y comprobaba el buzón electrónico cada día. Sidney no lo había comprobado desde la catástrofe. Decidió que era el momento de hacerlo. Sin duda, muchos de los amigos de su marido habrían enviado mensajes. Encendió el ordenador y contempló la pantalla mientras desfilaban una serie de números y palabras que, en su mayoría, no significaban nada para ella. La única cifra que reconoció fue el de la memoria disponible. Había muchísima. Jason había preparado el sistema a medida y le sobraba potencia.
Miró la cifra de la memoria disponible. Sorprendida, se dio cuenta de que los tres últimos dígitos, 7, 3 y 0, representaban la fecha de nacimiento de Jason, 30 de julio. Contuvo la respiración para evitar una crisis de llanto. Abrió el cajón de la mesa y curioseó el contenido. Como abogado conocía muy bien todos los documentos y trámites que tendría que atender mientras se arreglaba la herencia de Jason. La mayor parte de sus propiedades eran conjuntas, pero así y todo habría mucho papeleo legal. Todo el mundo tenía que enfrentarse en algún momento a estas cosas, pero le parecía imposible tener que hacerlo de forma tan súbita.
Removió los papeles y los diversos artículos de oficina, hasta que se decidió por coger una cosa. Aunque no lo sabía, era la tarjeta que Jason había dejado antes de irse al aeropuerto. La miró con atención. Parecía una tarjeta de crédito, pero llevaba estampado el nombre de Tritón Global seguido por el de Jason Archer y, por último, las palabras «Código restringido: nivel 6». Frunció el entrecejo. Nunca la había visto antes. Suponía que era algún pase de seguridad, pero no llevaba la foto de su marido. Se la metió en el bolsillo. Era probable que la compañía la reclamara.
Accedió a la línea de America Online, escuchó la voz del ordenador que le anunciaba que tenía cartas en el buzón electrónico. Como había supuesto, había numerosos mensajes de los amigos. Comenzó a leerlos con el rostro bañado en lágrimas hasta que por fin perdió todo el deseo de acabar la tarea y se dispuso a salir del sistema. Dio un salto cuando otra carta electrónica apareció de pronto en la pantalla; iba dirigida a [email protected], que era la dirección del correo electrónico de su marido. Al instante siguiente había desaparecido, como una idea picara que pasa fugazmente por la cabeza.
Sidney apretó varias teclas de función y volvió a comprobar el buzón electrónico. Frunció el entrecejo al máximo cuando descubrió que estaba completamente vacío. Continuó con la mirada puesta en la pantalla. Comenzó a dominarla la sensación de que se había imaginado todo el episodio. Había sido tan rápido. Se frotó los ojos doloridos y permaneció sentada algunos minutos. Esperaba ansiosa que se repitiera, aunque no entendía el significado. La pantalla permaneció en blanco.
Unos momentos después de que Jason Archer reenviara el mensaje, un nuevo mensaje electrónico fue anunciado por la voz del ordenador: «Tiene correspondencia». Esta vez el mensaje se mantuvo y fue archivado en el buzón. Sin embargo, este buzón no estaba en la vieja casa de piedra y ladrillo, ni tampoco en el despacho de Sidney en las oficinas de Tylery Stone. No había tampoco nadie en la casa para leerlo. El mensaje tendría que esperar.
Sidney se levantó y salió del estudio. Por alguna razón, la súbita aparición del mensaje en la pantalla le había dado una esperanza absurda, como si Jason estuviera intentando comunicarse con ella, desde el lugar donde había ido a dar después de que el reactor se estrellara contra el suelo. ¡Estúpida!, se dijo a sí misma. Eso era imposible.
Una hora más tarde, después de otra crisis de llanto, con el cuerpo deshidratado, cogió una foto de Amy. Tenía que cuidar de sí misma. Amy la necesitaba. Abrió una lata de sopa, encendió la cocina, calentó la sopa, la echó en un bol junto con un poco de concentrado de carne y se la llevó a la mesa. Consiguió tragar unas cuantas cucharadas mientras miraba las paredes de la cocina que Jason pensaba pintar aquel fin de semana, después de que ella se lo pidiera mil veces. Allí donde miraba, la sacudía un nuevo recuerdo, un estremecimiento de culpa. No podía ser de otra manera. Todo en este lugar contenía algo de ellos, algo de él.
Notaba el paso de la sopa caliente por el esófago y en el estómago, pero su cuerpo se sacudía como un motor que se quedaba sin combustible. Cogió una botella de Gatorade de la nevera y bebió hasta que cesaron los temblores. No obstante, aunque el cuerpo comenzaba a calmarse, sentía que las fuerzas interiores se acumulaban una vez más.
Se levantó de un salto, entró en la sala y encendió el televisor. Pasó de un canal a otro, y entonces se tropezó con lo inevitable: un informativo en directo desde el lugar del accidente. Se sintió culpable por la curiosidad de contemplar el suceso que le había arrebatado a su marido. Sin embargo, no podía negar que deseaba obtener información sobre la catástrofe, como si verlo desde una posición objetiva pudiese disminuir al menos temporalmente el terrible dolor que la destrozaba.
La periodista estaba cerca del lugar del impacto. Al fondo continuaba el proceso de recogida. Sidney contempló cómo cargaban los restos y los clasificaban en diversas pilas. De pronto, casi se cayó de la silla. Un trabajador acababa de pasar directamente por detrás de la periodista que seguía con su parloteo. La bolsa de lona con las rayas cruzadas casi no presentaba daños, sólo estaba un poco chamuscada y sucia en los bordes. Incluso veía las iniciales en grandes letras de imprenta negras. La bolsa fue a parar a una pila con otras bolsas. Durante un instante terrible, Sidney Archer no se pudo mover. Tenía los miembros paralizados. Al momento siguiente se movía con la velocidad de un torbellino.
Corrió escaleras arriba, se puso un vaquero y un suéter blanco grueso, botas de piel forradas y metió lo imprescindible en una maleta. Al cabo de unos pocos minutos sacaba el Ford del garaje. Por un momento, miró el Cougar convertible aparcado en la otra plaza. Jason lo había mimado durante casi diez años y su vejez siempre había resaltado por sus recuerdos de la felina elegancia del Jaguar. Incluso el Explorer parecía flamante comparado con el Cougar. El contraste siempre le había resultado gracioso. Pero esta noche no fue así. La cegó una nueva crisis de llanto y tuvo que pisar a fondo el freno.