– Cree que estaba trabajando con RTG, ¿verdad?
– Es posible -reconoció Sawyer-. Estamos siguiendo esa pista junto con todas las demás. Tiene la apariencia de ser la más clara, pero nunca se sabe. -Hizo una pausa-. ¿Alguna cosa más?
Sidney vaciló por un momento mientras recordaba la conversación con Ed Page inmediatamente antes de que lo asesinaran. Entonces casi dio un respingo cuando miró la chaqueta colocada sobre la silla. Pensó en el disquete y en la cita con Jeff Fisher. Tragó saliva con el rostro arrebolado. -No que yo recuerde. No.
Sawyer la miró atentamente durante un buen rato antes de levantarse.
– Y ya que estamos intercambiando información, creo que quizá le interese saber que su camarada Paul Brophy la siguió a Nueva Orleans.
Sidney se quedó de una pieza.
– Registró su habitación mientras usted fue a desayunar. Siéntase libre de utilizar esta información como crea conveniente. Dio un par de pasos hacia la puerta antes de levantarse-. Y para que no haya ningún error, está usted vigilada las veinticuatro horas del día.
– No pienso hacer ningún otro viaje, si se refiere a eso.
La respuesta de Sawyer la pilló por sorpresa.
– No guarde la pistola, Sidney. Téngala bien a mano, y no se olvide de cargarla. De hecho… -Sawyer se desabrochó la chaqueta, desenganchó la cartuchera del cinto, retiró la pistola y le dio la cartuchera-. Sé por experiencia que las armas en los bolsos no sirven para gran cosa. Tenga cuidado.
Salió y Sidney se quedó en el portal con los pensamientos centrados en el brutal destino del último hombre que le había dado el mismo consejo.
Capítulo 41
Lee Sawyer miró las placas de mármol blancas y negras que revestían el suelo y las paredes con dibujos triangulares asimétricos. Pensó que pretendían transmitir una sofisticada expresión artística, pero a él le producían un formidable dolor de cabeza. A través de las puertas de abedul y cristal sostenidas por columnas corintias de imitación, se filtraba el ruido de los platos y la cubertería procedente del comedor principal.
Se quitó el abrigo y el sombrero y se los dio a una joven muy bonita vestida con una minifalda negra y una camisa ajustada que realzaba un busto que no necesitaba más realce. A cambio recibió una contraseña acompañada por una sonrisa muy cálida. Una de las uñas de la joven se había deslizado de una forma deliciosa sobre la palma de su mano cuando le entregaba la contraseña, arañando la piel la medida justa para producirle un cosquilleo en las partes más discretas. Ganaría una fortuna en propinas, pensó.
Apareció el maitre, que miró al agente del FBI.
– El señor Fran Hardy me espera.
El hombre volvió a mirar el aspecto desastrado de Sawyer.
El agente no pasó por alto el repaso, y se tomó un momento para subirse los pantalones, un gesto muy habitual y repetido muchas veces a lo largo del día por las personas corpulentas como él.
– ¿Qué tal son las hamburguesas aquí, compañero? -le preguntó. Sacó una tableta de goma de mascar, le quitó el papel y se la metió en la boca.
– ¿Hamburguesas? -El hombre parecía a punto de tener un soponcio-. Aquí servimos cocina francesa, señor. La mejor de la ciudad. -Su acento rebosaba indignación.
– ¿Francesa? Estupendo, entonces las patatas fritas serán cojonudas.
El maitre optó por cerrar la boca y guió a Sawyer a través del inmenso comedor, donde los candelabros de cristal iluminaban a una clientela que casi igualaba el resplandor de las luces.
Frank Hardy, elegante como siempre, se levantó en uno de los reservados para recibir a su amigo. Una camarera apareció en el acto.
– ¿Qué bebes, Lee?
Sawyer acomodó su corpachón en el reservado.
– Bourbon y saliva -gruñó sin alzar la mirada.
– ¿Perdón? -dijo la camarera.
Hardy se echó a reír al ver el asombro de la camarera.
– A su manera un tanto burda mi amigo le ha pedido un bourbon solo. A mí tráigame otro martini.
La camarera se marchó con una expresión resignada.
Sawyer se sopló la nariz y después echó una ojeada al salón.
– Caray, Frank, me alegro de que hayas escogido este lugar.
– ¿Por qué?
– Porque si hubiera escogido yo, ahora estaríamos en Shoneys. Pero quizás es mejor así. Me han dicho que allí es dificilísimo reservar mesa en esta época del año.
Hardy festejó la salida de su ex compañero. Se acabó la copa.
– Eres incapaz de aceptar una migaja de la buena vida, ¿verdad?
– Coño, claro que la acepto, siempre que no me toque pagar. Calculo que cenar aquí me costaría lo que tengo en el plan de jubilación.
Los dos hombres se entretuvieron charlando hasta que volvió la camarera, les sirvió las bebidas y esperó que pidieran.
Sawyer miró la carta, que estaba escrita con toda claridad, pero lamentablemente sólo en francés. La dejó sobre la mesa.
– ¿Cuál es el plato más caro? -le preguntó a la camarera, que le dijo algo en francés.
– ¿Es comida de verdad? ¿No tiene caracoles ni porquerías de esas?
La joven, con las cejas enarcadas y una expresión severa, juró que los caracoles eran excelentes, pero que el plato mencionado no llevaba caracoles.
– Entonces, tomaré eso -dijo Sawyer, y le sonrió a Hardy.
En cuanto se fue la camarera, Sawyer se tragó la goma de mascar, cogió un panecillo de la panera y le dio un mordisco.
– ¿Has descubierto algo sobre RTG? -preguntó entre bocados.
Hardy apoyó las manos sobre la mesa y estiró el mantel de hilo.
– Philip Goldman es desde hace años el abogado principal de RTG.
– ¿No te resulta extraño?
– ¿Qué?
– Que RTG emplee a los mismos abogados que Tritón, y viceversa. No soy abogado, pero ¿eso no daría lugar a alguna trastada?
– No es tan sencillo, Lee.
– Vaya, no sé por qué no me sorprendo.
Hardy no hizo caso del comentario.
– Goldman tiene reputación nacional y lleva muchos años con RTG. Tritón es casi un recién llegado al rebaño de Tylery Stone. Henry Wharton trajo la cuenta. En aquel momento, las dos empresas no tenían conflictos directos. Desde entonces, han surgido algunos temas espinosos a medida que las actividades de ambos se han ampliado. Sin embargo, siempre ha trabajado con garantías escritas y todos los papeles en orden. Tylery Stone es un bufete de primera fila, y creo que ninguna de las dos empresas quiere perder esa experiencia legal. Lleva tiempo establecer continuidad y confianza.
– Confianza. Vaya, es una palabra curiosa para emplear en un caso como éste. -Sawyer comenzó a jugar con las migas de pan mientras escuchaba.
– En cualquier caso, las negociaciones con CyberCom han planteado un conflicto directo -añadió Hardy-. RTG y Tritón quieren hacerse con CyberCom. Tylery no puede representar a los dos clientes porque se lo impide el código deontológico.
– ¿Así que optaron por representar a Tritón? ¿Cómo es eso?
– Wharton es el socio gerente de la firma. Tritón es su cliente. ¿Queda claro? No se iban a arriesgar a que las dos compañías se buscaran otros representantes en las negociaciones. Demasiado tentador para cualquiera.
– Supongo que Goldman se cabrearía un poco cuando dejaron a su cliente de lado.
– Por lo que sé, se subía por las paredes.
– Pero ¿quién puede decir que no esté trabajando entre bastidores para que RTG se lleve el premio?
– Nadie. Sin embargo, Nathan Gamble no es ningún palurdo; es consciente de ello. Y si RTG vence a Tritón, ya sabes lo que puede pasar, ¿no?
– Déjame adivinar. ¿Gamble se buscaría nuevos abogados?
– Así es. Además, tú lees los titulares. Están cabreadísimos con Sidney Archer. Creo que su empleo está un poco en el aire.
– Bueno, la dama tampoco se hace muchas ilusiones.
– ¿Has hablado con ella?
Sawyer asintió y se acabó la copa. Dudó un momento y después decidió no decirle nada a Hardy de la confesión de Archer. Hardy trabajaba para Gamble, y el agente tenía muy claro lo que Gamble podía hacer con esa información: acabar con Sidney. A cambio, ofreció un hecho como una teoría.