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Sidney le hizo caso y le contó toda la conversación con Page, incluida la historia del cambio de identidades de Jason en el aeropuerto y el pinchazo en el teléfono.

– Hablé con la oficina del forense -le informó Sawyer cuando ella acabó el relato-. A Page lo mató alguien que conocía muy bien su trabajo. Una puñalada en cada pulmón y un tajo limpio que le cortó la carótida y la yugular. Page tardó menos de un minuto en morir. El que lo hizo no era un drogadicto con una navaja que quería unos dólares.

– Por eso casi disparé contra usted en el garaje -dijo ella-. Creía que venían a por mí.

– ¿No tiene idea de quiénes son?

Sidney meneó la cabeza y se pasó la mano por la cara. Se acomodó mejor en el sillón.

– En realidad sólo sé que mi vida se ha hundido en el infierno.

– Bueno -dijo el agente mientras le cogía una mano-, vamos a ver si entre todos conseguimos traerla otra vez a la superficie. -Se levantó para recoger del suelo el abrigo de Sidney-. La empresa de investigaciones Prívate Solutions tiene su sede central en Arlington, en frente de los juzgados. Voy a hacerles una visita. Y, la verdad, preferiría tenerla a usted donde pueda vigilarla. ¿De acuerdo?

Sidney Archer tragó saliva mientras que, con una sensación de culpa, tocaba el disquete guardado en el bolsillo del abrigo. Este era un secreto que, por el momento, no estaba dispuesta a revelar.

– De acuerdo -contestó.

La oficina de Edward Page estaba ubicada en un edificio delante mismo de los juzgados del condado de Arlington. El guardia de seguridad se mostró muy servicial en cuanto vio las credenciales de Sawyer. Subieron al tercer piso y después de un largo recorrido por un pasillo casi en penumbra se detuvieron ante una puerta de roble maciza en cuya placa se podía leer PRÍVATE SOLUTIONS. El guardia sacó una llave e intentó abrir la puerta.

– ¡Maldita sea!

– ¿Qué pasa? -preguntó Sawyer.

– La llave no gira.

– Si tiene una llave maestra se supone que tendría que abrirla, ¿no? -señaló Sidney.

– «Se supone» -replicó el guardia-. Ya tuvimos problemas con este tipo.

– ¿A qué se refiere? -quiso saber Sawyer.

– Cambió la cerradura. El administrador se puso hecho una fiera. Así que él le dio una llave de la nueva cerradura. Bueno, como ve, no es ésta.

Sawyer miró a ambos lados del pasillo.

– ¿Hay alguna otra entrada?

– No. -El guardia meneó la cabeza-. Puedo llamar al señor Page y pedirle que venga a abrir la puerta. Le meteré una bronca que se le caerá el pelo. ¿Qué pasaría si surgiera un problema y tuviera que entrar? -El hombre se palmeó la cartuchera dándose importancia-. Usted ya sabe.

– No creo que llamar a Page sirva de mucho -le informó Sawyer en voz baja-. Está muerto. Asesinado.

La sangre desapareció lentamente del rostro del joven.

– ¡Dios bendito!

– Debo entender que la policía no ha estado aquí, ¿verdad? -preguntó el agente, y el otro meneó la cabeza.

– ¿Cómo vamos a entrar? -susurró el guardia mientras miraba a un lado y a otro del pasillo en busca de presuntos asesinos.

La respuesta de Lee Sawyer fue lanzarse con todas sus fuerzas contra la puerta, que comenzó a astillarse. Una embestida más bastó para que saltara la cerradura y la puerta se abriera con tal violencia que golpeara contra la pared interior. Sawyer miró al guardia boquiabierto mientras se cepillaba el abrigo.

– Ya le avisaremos cuando salgamos. Muchas gracias.

El joven les miró entrar en la oficina y después se alejó en dirección a los ascensores, sin dejar de menear la cabeza.

Sidney miró primero la puerta destrozada y después a Sawyer.

– No me puedo creer que no le pidiera la orden de registro. ¿La tiene?

– ¿Y a usted qué más le da?

– Como abogada, soy oficial del juzgado. Tenía que preguntarlo.

– Haré un trato con usted, oficial: si encontramos algo, usted lo vigila y yo voy a buscar una orden de registro.

En otras circunstancias, Sidney Archer se hubiera reído de buena gana; esta vez la respuesta del agente sólo provocó una sonrisa, pero para Sawyer fue suficiente. Le levantó el ánimo.

La oficina era sencilla pero contaba con todo lo necesario. Dedicaron la media hora siguiente a registrar el pequeño espacio, sin encontrar nada fuera de lugar o extraordinario. En un cajón había papel de carta donde figuraba el domicilio particular de Page: un apartamento en Georgetown. Sawyer se apoyó en el canto de la mesa y contempló el despacho.

– Ojalá mi oficina estuviese así de ordenada. Pero creo que no encontraremos nada útil -comentó con una expresión lúgubre-. Hubiera preferido encontrarlo todo patas arriba. Así sabríamos que alguien más estaba interesado.

Mientras Sawyer hacía sus comentarios, Sidney continuó con su paseo por la habitación. De pronto retrocedió hasta una esquina donde había una hilera de archivadores metálicos. Miró la moqueta de un color beige desvaído. «¡Qué extraño!» Se puso de rodillas, con el rostro casi tocando la moqueta. Miró la pequeña brecha ente los dos archivadores más cercanos al punto que observaba. No había ninguna separación entre el resto de los archivadores. Apoyó las manos contra el mueble y empujó sin conseguir moverlo.

– ¿Puede echarme una mano? -le pidió a Sawyer. El agente le indicó que se apartara y movió el archivador-. Encienda aquella luz -dijo Sidney.

– ¿Qué pasa? -preguntó Sawyer después de encender la luz.

Sidney se hizo a un lado para que el agente del FBI pudiera ver. En el suelo donde había estado el archivador, se veía con toda claridad una mancha de óxido no muy grande. Sawyer miró perplejo a Sidney.

– ¿Y? Puedo mostrarle una docena de manchas iguales en mi oficina. El metal se oxida, el orín se cuela en la moqueta y ya está: manchas de óxido.

– ¡No me diga! -Sidney señaló el suelo con expresión triunfante. Había unas marcas débiles pero todavía visibles en la moqueta como una prueba de que los archivadores habían estado unidos sin ninguna grieta. Señaló el archivador que había movido Sawyer-. Túmbelo y mire la parte de abajo.

El agente tumbó el archivador.

– No hay manchas de óxido. Así que alguien lo movió para tapar la mancha en la moqueta. ¿Por qué?

– Porque la mancha de óxido la dejó otro archivador, uno que ahora ya no está aquí. Los que se lo llevaron hicieron todo lo posible para eliminar las huellas en la moqueta, pero no pudieron quitar la mancha de óxido. Entonces optaron por la segunda solución. Tapar la mancha con otro archivador y esperar que nadie se fijara en la rendija.

– Pero usted se fijó -dijo Sawyer sin disimular la admiración.

– Es que no se me ocurrió ningún motivo para explicar cómo un hombre ordenado como nuestro señor Page toleraba una rendija en la hilera de archivadores. Respuesta: algún otro lo hizo por él.

– Y eso significa que alguien está interesado en Page y en el contenido del archivador ausente. Por lo tanto, todo indica que nos movemos en la dirección correcta. -Sawyer cogió el teléfono. Habló con Ray Jackson para que su compañero averiguara todo lo que pudiera sobre Edward Page. Colgó y miró a Sidney-. Dado que no hemos encontrado gran cosa en su oficina, ¿qué le parece si hacemos una visita a los aposentos del difunto señor Page?

Capítulo 45

El hogar de Page estaba en la planta baja de un caserón de principios de siglo en Georgetown que había sido transformado en un edificio de apartamentos. El adormilado propietario de la casa no puso ningún reparo al deseo de Sawyer de ver el apartamento de Page. El hombre estaba enterado de la muerte de su inquilino y manifestó su pesar. Dos inspectores de homicidios habían visitado el apartamento después de entrevistarse con el arrendatario y algunos vecinos. También había recibido una llamada de la hija de Page desde Nueva York. El detective privado había sido un inquilino modelo. Sus horarios eran un tanto irregulares, y en ocasiones se ausentaba durante algunos días, pero pagaba el alquiler puntualmente el primero de cada mes, era discreto y no causaba problemas. El propietario no conocía a ninguno de sus amigos.

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