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– El atentado contra el avión -respondió Hardy.

Sawyer se irguió en el sillón, bien despierto, con la mirada alerta.

– ¿Qué?

– Aquí tengo algo que necesitarías ver, Lee. Todavía no sé bien lo que significa. Estoy a punto de preparar café. ¿Cuánto tardarás en venir?

– Dame media hora.

– Como en los viejos tiempos.

Sawyer tardó cinco minutos en vestirse. Metió la pistola en la cartuchera y bajó a buscar el coche. Mientras conducía, llamó a la oficina para avisarles de esta nueva contingencia. Frank Hardy había sido uno de los mejores agentes en la historia del FBI. Cuando se marchó para fundar su propia empresa de seguridad, todos los agentes sintieron la pérdida, pero nadie le reprochó que aprovechara la oportunidad después de tantos años de servicio. Él y Sawyer habían sido compañeros diez años antes de que Hardy pidiera el retiro. Habían formado un buen equipo que había resuelto muchos casos importantes y arrestado a criminales muy peligrosos. Muchos de aquellos delincuentes cumplían ahora cadena perpetua en diversas prisiones federales de máxima seguridad. Un poco más de un puñado, entre ellos varios asesinos en serie, habían sido ejecutados.

Si Hardy creía que tenía algo sobre el atentado, entonces lo tenía. Sawyer pisó el acelerador y diez minutos después entraba con el coche en un inmenso aparcamiento. El edificio de catorce pisos en Tysons Córner albergaba un gran número de empresas, ninguna de las cuales se dedicaba a algo tan excitante como la de Hardy.

Sawyer exhibió las credenciales del FBI al personal de seguridad y subió en el ascensor hasta el piso catorce. Al salir del ascensor, se encontró en una zona de recepción muy moderna. La iluminación indirecta creaba unas islas de luz en la sala a oscuras. Detrás de la mesa de la recepcionista un cartel escrito con letras de molde blancas anunciaba el nombre del establecimiento: SECURTECH.

Capítulo 26

Sidney Archer contempló el rítmico ascenso y descenso del pecho de Amy. Sus padres dormían profundamente en la habitación de invitados mientras Sidney estaba sentada en el cuarto de Amy. Por fin, se levantó y fue hasta la ventana para mirar al exterior. Nunca había sido una persona de hábitos nocturnos. Cuando llegaba la hora de dormir, dormía. Ahora la oscuridad parecía tener un poderoso efecto sedante, como una suave cascada de agua tibia. Hacía que los hechos recientes parecieran menos reales, menos terroríficos de lo que eran en realidad. Al siguiente día serían los funerales por Jason. La gente vendría a la casa a presentar sus respetos, a comentar lo buena persona que había sido su marido. No estaba muy segura de poder estar a la altura, pero esa era una preocupación que dejaría para más tarde.

Besó la mejilla de Amy, salió de la habitación sin hacer ruido y caminó por el pasillo hasta el pequeño estudio de Jason. Alzó la mano para coger una horquilla que había sobre el marco de la puerta y la metió en la cerradura. Amy Archer, con sus dos años, era capaz de entrar en cualquier parte y coger cualquier cosa: maquillaje, pantis, joyas, las corbatas de Jason, zapatos, carteras y monederos. Una vez habían encontrado la documentación del Cougar de Jason metida en la masa de los crepés junto con las llaves de la casa que habían estado buscando como locos. En otra ocasión, Sidney y Jason se habían encontrado toda una caja de hilo dental liada en una de las patas de la cama. Abrir puertas era una cosa sencilla para el miembro más joven de la familia Archer, de ahí la necesidad de tener una horquilla o un clip de papel en los marcos.

Sidney entró y se sentó delante de la mesa escritorio. La pantalla del ordenador, oscura y silenciosa, le devolvió la mirada. Una parte de Sidney esperaba que apareciera en la pantalla otra carta electrónica, pero no pasó nada. Echó una ojeada a la pequeña habitación. Ejercía sobre ella una atracción irresistible porque todo lo que había le hablaba de él. Tocó algunos de los objetos favoritos de Jason como si, por osmosis, pudieran revelarle los secretos que su marido había dejado atrás. El timbre del teléfono la sacó de sus pensamientos. Volvió a sonar y Sidney se apresuró a atenderlo sin saber muy bien qué esperar. Por un momento, no reconoció la voz.

– ¿Paul?

– Siento llamar tan tarde. Hace días que intento localizarte. Te dejé un montón de mensajes en el contestador.

– Lo sé, Paul, lo lamento, pero he…

– Caray, Sid, no te lo digo para que te sientas culpable. Estaba preocupado por ti. Enterarte de lo de Jason de esa manera, no sé cómo lo aguantas Eres mucho más fuerte que yo.

– Ahora mismo no me siento muy fuerte.

– Tienes a un montón de gente en Tylery Stone que te respalda, Sid. -La voz de Paul Brophy sonaba ansiosa-. Y un colega en la oficina de Nueva York disponible las veinticuatro horas del día por si necesitas ayuda.

– El apoyo es conmovedor, de veras.

– Mañana cogeré el avión a primera hora para asistir al funeral.

– No tienes por qué hacerlo, Paul. Debes estar con trabajo hasta el cuello.

– No creas. No sé si lo sabes, pero intenté hacerme con el mando en las negociaciones con CyberCom.

– ¿En serio? -Sidney hizo lo posible para mantener la voz neutra.

– Sí, sólo que no lo conseguí. Wharton se mostró bastante duro al rechazar mi oferta.

– Lo siento, Paul. -Por un instante, Sidney sintió un poco de remordimiento-. Ya habrá otras negociaciones.

– Lo sé, pero de verdad creía estar capacitado. Te lo juro. -Hizo una pausa. Sidney rogó para que no se le ocurriera preguntar si Wharton le había pedido su consejo sobre el asunto. Cuando él volvió a hablar, Sidney se sintió todavía más culpable-. Mañana estaré allí, Sid. No sé en qué otro lugar podría estar.

– Muchas gracias. -Sidney se arrebujó en la bata.

– ¿Te importa si voy a tu casa directamente desde el aeropuerto?

– En absoluto.

– Vete a dormir, Sid. Te veré mañana a primera hora. Si necesitas cualquier cosa, a la hora que sea, de noche o de día, sólo tienes que llamar.

– Muchas gracias, Paul. Buenas noches -dijo, y colgó el teléfono.

Siempre se había llevado bien con Brophy, pero estaba segura de que detrás de la fachada encantadora se ocultaba un oportunista. Le había dicho a Wharton que Paul no era el adecuado para las negociaciones con CyberCom y ahora él vendría para acompañarla en sus momentos de dolor. Era un bello gesto, pero Sidney no creía en una coincidencia tan grande. Se preguntó cuál sería el motivo real.

Paul Brophy colgó el teléfono y echó una ojeada a su lujoso apartamento. Si tenías treinta y cuatro años, eras soltero, guapo y ganabas medio millón al año, la ciudad de Nueva York era un lugar fantástico. Sonrió complacido y se pasó una mano por el pelo. Con un poco de suerte no tardaría en ganar un millón. En la vida había que saber buscar los mejores aliados. Cogió otra vez el teléfono y marcó un número. Atendieron en el acto. La voz de su interlocutor sonó rápida y precisa en cuanto Brophy se identificó.

– Hola, Paul, esperaba tu llamada -dijo Philip Goldman.

Capítulo 27

Frank Hardy cargó la cinta en el aparato de vídeo instalado debajo del televisor de pantalla panorámica que estaba en un rincón de la sala de conferencias. Eran cerca de las dos de la madrugada. Lee Sawyer, sentado en un sillón con una taza de café bien caliente en la mano, contemplaba con admiración el lujo del lugar.

– Caray, Frank, este negocio funciona viento en popa. Siempre me olvido de lo mucho que has prosperado.

– Si algún te decidieras a aceptar mi oferta, Lee, no tendría que recordártelo más -respondió Hardy con un tono bonachón.

– Estoy tan hecho a mi rutina que me cuesta cambiar, Frank.

– Renee y yo pensamos ir al Caribe por navidad. Podrías venir con nosotros. Incluso llevar a alguien contigo. -Hardy miró a su amigo, expectante.

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