– Lo siento, Frank, ahora mismo no hay nadie.
– Han pasado dos años. Creía que… Llegué a creer que me moriría cuando Sally se marchó. No quería volver a pasar por todo aquello de las citas. Entonces apareció Renee. Ahora no podría ser más feliz.
– Si tenemos en cuenta que Renee podría pasar por la hermana gemela de Michelle Pfeiffer, no me cabe duda de que eres un hombre muy feliz.
Hardy rió de buena gana al escuchar las palabras de su amigo.
– Quizá quieras reconsiderarlo. Renee tiene algunas amigas que cumplen estrictamente sus niveles de estética. Y escúchame, las mujeres se vuelven locas por los tipos altos y fuertes.
– Perfecto. No es que te quiera criticar, mi apuesto y viejo amigo, pero no tengo la pasta que tú tienes en el banco. En consecuencia, mi nivel de atracción ha bajado un poco en los últimos años. Además, todavía soy un empleado del gobierno. La clase turista y el supermercado es mi límite y no creo que tú te muevas aún a esos niveles.
Hardy tomó asiento, cogió con una mano la taza de café y con la otra el mando a distancia del vídeo.
– Pensaba hacerme cargo de la factura, Lee -dijo en voz baja-.
Considéralo como un regalo de navidad anticipado. Eres un tipo difícil de convencer.
– Gracias de todas maneras. En realidad, este año tenía pensado pasar algún tiempo con los chicos, si es que me aceptan.
– De acuerdo.
– Y ahora, ¿qué tienes para mí?
– Desde hace unos años somos los asesores de seguridad de Tritón Global.
– ¿Tritón Global? Informática, telecomunicaciones. Están en la lista de las quinientas de Fortune, ¿no?
– Técnicamente, no tendrían que estar en la lista.
– ¿Cómo es eso?
– No son una empresa por acciones. Dominan su campo, crecen como locos, y todo lo hacen sin capital procedente de los mercados financieros.
– Impresionante. ¿Y cómo se vincula eso con un avión que se estrelló en los campos de Virginia?
– Hace unos meses, Tritón sospechó que ciertas informaciones se filtraban a un competidor. Nos llamaron para verificar la sospecha y, si era cierta, descubrir la filtración.
– ¿Lo conseguiste?
– Sí. Primero redujimos la lista de los competidores que podían participar en algo así. Una vez que los tuvimos claros, comenzamos la vigilancia.
– Debió ser duro. Grandes compañías, millares de empleados, centenares de oficinas.
– Al principio, fue todo un reto. Sin embargo, las informaciones obtenidas nos llevaron a creer que la filtración procedía de las más altas instancias, así que mantuvimos puesto un ojo avizor en los ejecutivos de Tritón.
Lee Sawyer se retrepó en el sillón y bebió un trago de café.
– Y después de identificar algunos lugares «extraoficiales» donde se podía hacer el intercambio, ni corto ni perezoso instalaste toda la parafernalia electrónica, ¿no es así?
– ¿Seguro de que no quieres el trabajo?
Sawyer se encogió de hombros como respondiendo al halago.
– Y después, ¿qué pasó?
– Identificamos unos cuantos de esos lugares «extraoficiales», propiedad de las compañías sospechosas y que no parecían tener ningún uso legítimo. En cada uno de ellos montamos equipos de vigilancia. -Hardy dirigió una sonrisa sardónica a su ex colega-. No me leas la cartilla por allanamiento y otras violaciones de la ley, Lee. Algunas veces el fin justifica los medios.
– No te lo discuto. A veces yo también deseo tomar un atajo. Pero si lo hiciera se me echarían encima un centenar de abogados gritando «anticonstitucional» y mi jubilación se iría a tomar por el culo.
– En cualquier caso, hace dos días se hizo una inspección de rutina de la cámara de vigilancia instalada en una nave industrial cerca de Seattle.
– ¿Qué os llevó a elegir a esa nave en particular?
– La información conseguida nos llevó a creer que la nave era propiedad, a través de una serie de subsidiarias y sociedades, del grupo RTG, el principal competidor de Tritón.
– ¿Qué tipo de información creía Tritón que le estaban robando? ¿Tecnológica?
– No. Tritón está involucrada en unas negociaciones para la compra de una compañía de software muy valiosa, CyberCom. Creemos que la información sobre dichas negociaciones era filtrada a la RTG, una información que le permitiría adelantarse y comprar la compañía en cuestión, ya que conocerían los términos y la posición negociadora de Tritón. Gracias al vídeo que ahora verás, hicimos algunas discretas sugerencias a RTG. Desde luego, lo negaron todo. Afirman que la nave fue alquilada el año pasado a una compañía no relacionada. Hicimos las averiguaciones pertinentes. No existe. En consecuencia, RTG está mintiendo o tenemos otro participante en este juego.
– Vale. Dime cuál es la relación con mi caso.
Hardy respondió apretando el botón del mando a distancia. La pantalla gigante se iluminó. Sawyer y Hardy contemplaron las imágenes en el pequeño cuarto de la nave. Cuando el joven alto aceptó la maleta metálica del hombre mayor, Hardy congeló la imagen. Miró la expresión intrigada en el rostro del agente. Hardy sacó un puntero láser del bolsillo de la camisa y señaló al hombre joven.
– Este hombre es un empleado de Tritón Global. No lo teníamos en la lista de vigilancia porque no era un alto cargo y no figuraba entre los miembros del equipo negociador de la compra.
– Sin embargo, es obvio que ahí tienes al culpable. ¿Sabes quiénes son los otros?
– Todavía no. El hombre se llama Jason W. Archer, con domicilio en el 611 de Morgan Lañe, en el condado Jefferson, Virginia. ¿Te resulta familiar?
Sawyer se concentró a fondo. El nombre le sonaba. Entonces lo recordó y fue como si le hubiera atropellado un camión. «¡Joder!» Casi se levantó de la silla, con los ojos desorbitados fijos en el rostro del joven mientras el nombre destacaba en la lista de pasajeros que había leído mil veces. Al pie de la pantalla aparecían la fecha y la hora: 17 de noviembre de 1995. 11.15 ÁM Pacific Standard Time. Sawyer asimiló la información de un vistazo y comenzó a hacer cálculos. Siete horas después de que el avión se estrellara en Virginia, este tipo estaba vivito y coleando en Seattle. «¡Joder!», repitió.
– Eso es -asintió Hardy-. Jason Archer figuraba en la lista de pasajeros del vuelo 3223, pero es obvio que no subió a bordo.
Hardy volvió a poner en marcha la cinta. Cuando el rugido de los reactores sonó en la pantalla, Sawyer volvió la cabeza hacia la ventana. El maldito avión parecía estar a punto de estrellarse contra el edificio. Después miró a Hardy y vio que su amigo le sonreía.
– Yo hice lo mismo cuando lo oí por primera vez.
Sawyer miró en la pantalla a los hombres que observaban el techo hasta que el ruido del avión se perdía en la distancia. El agente entornó un poco los párpados mientras miraba con mucha atención la escena. Algo le había llamado la atención, pero no sabía qué.
– ¿Has visto alguna cosa? -le preguntó Hardy, que le observaba.
Sawyer permaneció en silencio unos segundos y después meneó la cabeza.
– ¿Qué estaba haciendo Archer en Seattle la mañana del accidente en Virginia cuando se suponía que viajaba en un avión a Los Ángeles? ¿Trabajo?
– En Tritón ni siquiera sabían que Archer viajaba a Los Ángeles y mucho menos a Seattle. Creían que se había tomado unos días libres para estar con su familia.
– Échame una mano, Frank, porque no sé de qué va.
– Archer tiene esposa y una hija pequeña -se apresuró a responder el otro-. Sidney, la esposa, es abogada en Tylery Stone, el bufete que lleva los asuntos legales de Tritón. Ella atiende muchas de las cosas de Tritón y encabeza el equipo negociador para la compra de CyberCom.
– Eso es muy interesante, y quizá conveniente para ella y su marido.
– Reconozco que eso fue lo primero que se me ocurrió, Lee.
– Si Archer estaba en Seattle, digamos, a las diez o diez y media de la mañana, hora del Pacífico, tuvo que coger un vuelo de primera hora.