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– Usted me ha estado siguiendo -susurró Sidney-. En Charlottesville.

– Y en muchos otros lugares. En realidad, la vigilo desde poco después que se estrellara el avión.

La mano de Sidney voló hacia el botón para llamar a la azafata.

– Yo en su lugar no lo haría.

Sidney detuvo su mano a unos milímetros del botón.

– ¿Por qué no? -preguntó con un tono desabrido.

– Porque estoy aquí para ayudarla a buscar a su marido -respondió él.

Sidney tardó un segundo en replicarle y cuando lo hizo su tono de desconfianza era evidente.

– Mi marido está muerto.

– No soy del FBI y no pretendo tenderle una trampa. Sin embargo, no puedo demostrar lo contrario, así que no lo intentaré. Pero le daré un número de teléfono donde podrá localizarme a cualquier hora del día o de la noche. -Le entregó una tarjeta con un número de teléfono de Virginia.

– ¿Por qué voy a llamarle? Ni siquiera sé quién es usted ni lo que hace. Sólo que me ha estado siguiendo. Eso no dice mucho a su favor -dijo Sidney cada vez más enojada a medida que desaparecía el miedo. El hombre no se atrevería a hacerle nada en un avión atestado.

– Tampoco tengo una buena respuesta para eso. -Encogió los hombros-. Pero sé que su marido no está muerto y usted también lo sabe. -Hizo una pausa. Sidney le miró atónita, sin saber qué decir-. Aunque no lo crea, estoy aquí para ayudarla a usted y a Jason, si no es demasiado tarde.

– ¿Qué quiere decir con «demasiado tarde»?

El hombre se echó hacia atrás y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, su dolor era tan evidente que las sospechas de Sidney comenzaron a desaparecer.

– Señora Archer, no sé muy bien en qué estaba metido su esposo. Pero sí sé lo suficiente para comprender que, donde sea que esté, corre un gran peligro. -Volvió a cerrar los ojos mientras Sidney se sumía una vez más en la desesperación-. El FBI la tiene sometida a vigilancia las veinticuatro horas del día. -Cuando Sidney escuchó las palabras que dijo después la dejaron helada-. Tendría que estarles muy agradecida, señora Archer.

Sidney tardó en contestar, y, cuando lo hizo, su voz sonó tan débil que el hombre tuvo que inclinarse hacia ella para escucharla.

– ¿Sabe dónde está Jason?

– Si lo supiera no estaría en este avión. -Miró su expresión desconsolada-. Lo único que puedo decirle, señora Archer, es que no estoy seguro de nada. -Exhaló un suspiro y se pasó la mano por la frente. Por primera vez, Sidney se fijó en que le temblaba la mano-. Yo estaba en el aeropuerto Dulles y vi a su marido.

Sidney abrió mucho los ojos y apretó los brazos de la butaca.

– ¿Usted seguía a mi marido? ¿Por qué?

– No he dicho que estuviera siguiendo a su marido. Bebió un trago de su bebida para refrescarse la garganta que, de pronto, se le había quedado seca-. El estaba sentado en la zona de salidas para el vuelo a Los Ángeles. Parecía nervioso y agitado. Por eso me fijé en él. Se levantó y fue al lavabo. Otro hombre le siguió unos minutos después.

– ¿Qué tiene eso de extraño?

– El segundo hombre llevaba en la mano un sobre blanco cuando entró en la zona de salidas. Aquel sobre destacaba mucho; el tipo lo movía como si fuera un farolillo. Creí que era una señal para su marido. Ya he visto utilizar esa técnica antes.

– ¿Una señal? ¿Para qué? -La respiración se le había acelerado tanto que tuvo que hacer un esfuerzo consciente para controlarla.

– Para que actuara su marido. Cosa que hizo. Fue a los lavabos. El otro hombre salió un poco más tarde. Me olvidé mencionarle que llevaba casi las mismas prendas que su marido y el mismo tipo de equipaje. Su marido no volvió a salir.

– ¿Cómo que mi marido no volvió a salir? Tuvo que hacerlo.

– Quiero decir que no volvió a salir como Jason Archer.

Sidney le miró confusa, y el hombre se apresuró a explicárselo.

– Lo primero que me llamó la atención en su marido fueron los zapatos. Vestía de traje, pero llevaba zapatillas de tenis negras. ¿Recuerda si se las puso aquella mañana?

– Estaba dormida cuando se fue.

– Cuando salió de los lavabos su apariencia era completamente distinta. Parecía un estudiante universitario; con una cazadora, el pelo diferente, y todo lo demás.

– Entonces, ¿cómo supo que era él?

– Por dos razones. La primera, que acababan de abrir los lavabos después de limpiarlos cuando entró su marido. Vigilé aquella puerta como un halcón. Nadie remotamente parecido al tipo que salió después había entrado allí. Segundo, las zapatillas de tenis negras eran inconfundibles. Tendría que haber llevado un calzado menos llamativo. Era su marido, estaba muy claro. ¿Y quiere saber algo más?

– Dígalo -le pidió Sidney sin poder contenerse.

– El otro tipo llevaba el sombrero de su marido. Con el sombrero era casi imposible distinguirlo de Jason.

Sidney inspiró con fuerza mientras asimilaba esta información.

– Su marido se puso en la cola del vuelo a Seattle. Llevaba el mismo sobre blanco que había llevado el otro tipo. En el sobre estaban el billete y la tarjeta de embarque para el vuelo a Seattle, y el otro se había quedado con los del vuelo a Los Ángeles.

– O sea que intercambiaron los billetes en los lavabos. El otro se vistió como Jason por si acaso alguien vigilaba.

– Eso es -asintió el desconocido-. Su marido quería que alguien creyera que había tomado el vuelo a Los Ángeles.

– Pero ¿por qué? -La pregunta sonó como si se la hiciera a sí misma.

– No lo sé. Lo que sí sé es que el avión donde supuestamente viajaba su marido se estrelló. Entonces, mis sospechas aumentaron todavía más.

– ¿Fue a la policía?

– ¿Para decirles qué? -El hombre meneó la cabeza-. No es como si hubiese visto que metían una bomba en el avión. Además, tenía mis propios motivos para mantener la boca cerrada.

– ¿Qué motivos?

El hombre levantó una mano y volvió a menear la cabeza.

– Dejemos eso por el momento.

– ¿Cómo descubrió la identidad de mi marido? Doy por hecho que usted no le conocía de vista.

– Nunca lo había visto. Me acerqué a él un par de veces antes de que se metiera en los lavabos. Llevaba una etiqueta con su nombre y la dirección en el maletín. Soy muy bueno leyendo las cosas al revés. No tardé mucho en averiguar dónde trabajaba, lo que hacía para ganarse la vida y muchas más cosas de las necesarias. También averigüé lo mismo de usted. Entonces fue cuando comencé a seguirla. Le seré honesto, no sabía si usted corría peligro o no. -Su tono era inexpresivo, pero a Sidney se le heló la sangre al enterarse de esta repentina intrusión en su vida privada.

»Entonces, mientras hablaba con un amigo mío en la jefatura de Fairfax llegó una orden de busca y captura con la foto de su marido. A partir de ese momento comencé a seguirla. Creía que quizá me llevaría hasta él.

– Ah. -Sidney se arrellanó en la butaca. Entonces se le ocurrió una pregunta-. ¿Cómo es que me siguió a Nueva Orleans?

– Lo primero que hice fue pinchar su teléfono. -No hizo caso de la expresión de asombro de Sidney-. Necesitaba saber sin más demoras dónde iba a ir. Escuché la conversación con su marido. Me pareció muy reservado.

El avión continuaba su viaje por el cielo nocturno. Sidney tocó la manga de la camisa del hombre.

– Dice que no es del FBI. ¿Quién es usted? ¿Por qué está metido en esto?

El hombre asomó la cabeza al pasillo y miró en ambas direcciones antes de responder. Miró a Sidney y exhaló un suspiro.

– Soy un investigador privado, señora Archer. El caso que me ocupa la jornada completa es su marido.

– ¿Quién le ha contratado?

– Nadie. -El hombre volvió a asomar la cabeza-. Creía que su marido quizá se pondría en contacto con usted. Y lo hizo. Por eso estoy aquí. Pero me parece que lo de Nueva Orleans fue un fracaso. Habló con él desde el teléfono público, ¿no? El limpiabotas le pasó un mensaje, ¿no es así?

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