– No estuvieron nada mal tus deducciones -comentó Jackson-, pero podrías haberte evitado la bronca a Liz. Ella sólo hace su trabajo.
– Puedes no cabrearte tanto si tu hijo llega tarde a casa o te ensucia el coche. Pero si alguien en el FBI quiere que lo mimen, entonces más le vale que se busque otro empleo -replicó Sawyer con una mirada feroz.
– Ya sabes a qué me refiero. Liz es muy buena en su trabajo.
La expresión de Sawyer se suavizó un poco.
– Lo sé, Ray. Le enviaré un ramo de flores. ¿Vale?
– ¿Cuál es nuestro próximo paso? -preguntó Jackson.
– No lo tengo muy claro. Ya he tenido otros casos que cambiaron en mitad de la investigación, pero ninguno como éste.
– No crees que Sidney Archer matara a esos tipos, ¿verdad?
– Aparte del hecho de que las pruebas físicas indican que no pudo hacerlo, no, no creo que lo hiciera.
– Pero nos mintió, Lee. Está la cinta. Estaba ayudando a su marido. Eso es algo que no puedes pasar por alto.
Sawyer volvió a sentirse culpable. Nunca antes le había ocultado información a un compañero. Miró a Jackson y entonces decidió contarle lo que le había dicho Sidney. Cinco minutos más tarde, Ray le miraba boquiabierto.
– Estaba asustada -dijo Sawyer, ansioso-. No sabía qué hacer. Estoy seguro de que quería contárnoslo desde el principio. Maldita sea, si supiéramos dónde está. Ahora mismo puede estar en peligro, Ray. -Sawyer descargó un puñetazo contra la palma de la mano-. Si acudiera a nosotros podríamos trabajar juntos. Resolveríamos el caso, lo sé.
Jackson se inclinó hacia delante con una expresión decidida.
– Escucha, Lee, hemos trabajado juntos en muchísimos casos, y siempre has mantenido las distancias. Veías las cosas tal cual eran.
– ¿Y crees que en este caso es diferente? -preguntó Sawyer con voz firme.
– Sé que es diferente. Has estado a favor de esta dama desde el principio. Y desde luego la has tratado de una manera muy distinta a como tratarías a cualquier sospechoso en un caso como éste. Ahora me sales con que te contó todo lo de la cinta y la conversación con el marido. Por si fuera poco, te lo callas. Coño, eso basta y sobra para que te expulsen del FBI.
– Si crees necesario dar parte, Ray, adelante. No te lo impediré.
– No soy quién para hundirte -gruñó Jackson-. Tú sólito lo estás haciendo bastante bien.
– Este caso no es diferente.
– ¡Y una mierda! -Jackson se inclinó todavía más sobre la mesa-. Lo sabes y eso es lo que te jode. Todas las pruebas señalan que Sidney Archer está implicada en unos crímenes muy graves, y sin embargo haces todo lo posible para buscarle una excusa. Lo hiciste con Frank Hardy, con Liz y ahora intentas hacerlo conmigo. No eres un político, Lee, eres un agente de la ley. Quizás ella no esté metida en todo, pero tampoco es un ángel. De eso no cabe la menor duda.
– ¿No estás de acuerdo con mis conclusiones sobre el triple homicidio?
– Al contrario, creo que tienes razón. Pero si esperas que crea que Archer es una niña inocente atrapada en una pesadilla kafkiana, entonces estás hablando con el agente equivocado. Tendría que ser muy burro para creer que Sidney Archer, por muy bonita e inteligente que sea, se salvará de pasar una buena parte del resto de su vida en la cárcel.
– ¿Así que eso es lo que crees? ¿Una tía bonita e inteligente que se cachondea de un agente veterano? -Jackson no respondió, pero la respuesta se reflejaba en su expresión-. ¿Un gilipollas viejo y divorciado que se la quiere tirar, Ray? Y no lo puedo hacer si es culpable. ¿Es eso lo que crees? -El tono de Sawyer comenzó a subir.
– ¿Por qué no me lo dices tú, Lee?
– Quizá tendré que tirarte por aquella ventana ahora mismo.
– Inténtalo si quieres -replicó Jackson.
– Cabrón, hijo de puta -dijo Sawyer con voz temblorosa.
Jackson tendió una mano y lo cogió por el hombro.
– Quiero que te aclares -gritó Jackson-. Si quieres acostarte con ella, cojonudo. ¡Espera a que se resuelva el caso y se demuestre que no es culpable!
– ¡Cómo te atreves! -gritó Sawyer a su vez mientras apartaba la mano de Jackson. Se levantó de un salto y cerró uno de sus enormes puños. Ya estaba a punto de descargar el golpe cuando se dio cuenta de lo que hacía. Algunos de los clientes contemplaban la escena asombrados. Los dos agentes se miraron fijamente hasta que por fin Sawyer, con la respiración agitada y los labios temblorosos, bajó el puño y volvió a sentarse.
Ninguno de los dos pronunció palabra durante varios minutos. Fue Sawyer el primero en romper el silencio.
– Mierda -exclamó con una expresión de vergüenza-, estaba seguro de que llegaría el momento en que lamentaría haber dejado de fumar. -Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, miró de frente a Jackson.
– Lee, lo siento. Sólo estaba preocupado… -Jackson se interrumpió bruscamente cuando Sawyer levantó la mano.
– Como ya sabes, Ray, llevo media vida en el FBI -comentó con voz suave y pausada-. Cuando comencé, era fácil distinguir entre buenos y malos. Por aquel entonces, los chicos no iban por ahí matando gente como si nada. Y tampoco había imperios de la droga moviendo miles de millones de dólares. Tienen revólveres, nosotros también. Pero muy pronto comenzarán a usar lanzamisiles como lo más normal.
»Mientras estoy en el supermercado intentando decidir qué compraré para la cena y buscar las cervezas en oferta, matan a unos veinte tipos únicamente porque alguien giró en la esquina equivocada, o una pandilla de chicos sin empleo se enfrenta en una batalla por quién vende drogas en una calle, con más armas que un batallón. Nosotros intentamos contenerlos pero nunca lo conseguimos del todo.
– Venga, Lee, siempre habrá una línea clara mientras haya delincuentes.
– La línea esa es como la capa de ozono, Ray. Cada día tiene más agujeros. Llevo años recorriendo esa línea. ¿Qué he conseguido? Estoy divorciado. Mis hijos creen que soy un pésimo padre porque persigo a terroristas, o a un psicópata que junta trofeos humanos, en lugar de ayudarles a soplar las velitas de la tarta de cumpleaños. ¿Sabes una cosa? Tienen razón. Soy un fracaso como padre. Sobre todo para Meggie. Trabajaba todo el día, nunca estaba en casa, y si aparecía por allí, estaba durmiendo o tan preocupado con algún caso que nunca escuchaba ni la mitad de lo que me decían. Ahora vivo solo en un desvencijado apartamento y ni siquiera veo la mayor parte del sueldo. Me duele el estómago como si hubiera comido clavos, y aunque estoy seguro de que sólo son imaginaciones mías, es verdad que todavía tengo varias balas metidas en el cuerpo. Para colmo, cada día me cuesta más dormir si no me tomo media docena de cervezas.
– Coño, Lee, eres una fiera en el trabajo. Todo el mundo te respeta. Te metes en una investigación y ves cosas que yo ni siquiera adivino. Resuelves los casos antes de que yo saque la libreta. En mi vida he conocido a nadie con tanto instinto.
– Me alegro, Ray, porque en realidad es lo único que me queda. Pero tampoco te subestimes. Te llevo veinte años de ventaja. ¿Sabes lo que es el instinto? Ver la misma cosa una y otra vez hasta que le coges el tranquillo. Ahora mismo estás muy por delante de lo que yo estaba con media docena de años en el servicio.
– Gracias por el cumplido, Lee.
– Y no te equivoques respecto a este pequeño desahogo. No siento lástima de mí mismo y, desde luego, no estoy buscando que nadie se apiade de mí. Yo soy el único responsable de mis decisiones. Si mi vida es un asco, es culpa mía y de nadie más.
Sawyer se levantó y fue hasta la barra, donde habló unos momentos con una camarera delgaducha y avejentada. Un momento después volvió a la mesa con las manos formando un cuenco del que salía una fina columna de humo. Se sentó mientras le mostraba el cigarrillo a su compañero. «Por los buenos tiempos.» Se echó hacia atrás en la silla y le dio una larga chupada al cigarrillo. Se rió casi para sus adentros mientras soltaba el humo.